Vi entrar al salón de clase (1)  al profesor con un aire de antiimperialismo  de antaño.  Sostenía en la mano un periódico y un audífono blanco con un ¡Phone de último modelo. Colocó el bulto negro de cuero en la mesa. Luego empezó su clase informándonos del resultado electoral de Venezuela en los comicios recientes. Mostraba el nombre de Nicolás Maduro en letra grande y roja. Su rostro irradiaba triunfo. Cuando vi la foto se me revolvió el estómago; más aún, cuando nos dijo, lleno de orgullo, que debemos apoyar al gobierno de Maduro para derrotar al imperialismo. 

República Dominicana necesita un chavetazo, continuó diciendo, al tiempo que se pavoneaba delante de los estudiantes. Después se sentó. Cruzó las piernas y siguió con su charla.

Me quedé callada. Tomé el cuaderno y el lápiz.  Empecé hacer garabatos para distraerle. Soy nueva en este país y en esta universidad. El profesor continuó elogiando a Maduro. Que los americanos son los responsables de la crisis venezolana. Que Maduro es una víctima del imperialismo, como fueron Hugo Chávez, Fidel Castro, Salvador Allende y Daniel Ortega.

¿Cómo era posible que estuviera escuchado eso? Me pregunté. Mi corazón está en Caracas. Salí de Venezuela, no porque quise, sino porque tenía que salir, reitero, ¡porque tenía que salir! Tuve que escoger entre la vida y la muerte. Mi familia se fue y yo me quedé durante un tiempo porque quiero a mi país. Todavía sueño con él. Criticaba a los que se iban. Les decía que no se fueran, que lucháramos juntos por Venezuela. Si abandonamos la lucha, vamos a seguir el mismo camino que otros países de la región que viven esclavizados. Pero la situación llegó a tal punto que había que salir.   

En este mes de abril recuerdo lo ocurrido contra el pueblo en el 2013. Teníamos dudas del triunfo del chavismo en las elecciones. Capriles no quiso enfrentar a Maduro. Una multitud de jóvenes estábamos listos para marchar al palacio de Miraflores y echar a Maduro del poder, pero Capriles pronunció un discurso donde nos llamaba a la calma, a evitar el derramamiento de sangre. Indignados, lanzamos lo que podíamos contra las palabras de Capriles. No entendíamos por qué no quiso marchar junto nosotros al palacio de Miraflores. 

Aún con todo eso que ha pasado, el profesor seguía defendiendo a Maduro con un aire de revolucionario recargado. Decía que Maduro es el continuador del proyecto bolivariano de Chávez, el líder con pantalones que le devolvió a los venezolanos la dignidad. Antes, Venezuela estaba gobernada por una élite orgullosa, capitalista, que no quería saber del pueblo pobre. Era gente formada por el imperialismo para su propio beneficio.  Chávez dejó a Venezuela en buenas manos con Maduro. La culpa la tienen los traidores y el imperialismo.

¡Qué absurdo! No pude aguantar y pedí permiso para ir al baño. Al egreso seguía él con el chavismo a la cabeza. No aguanté y pedí la palabra para decirle: Chávez nos engañó a los venezolanos y a usted, también, profesor.  Dejó a Maduro para que se acabara de joder como ocurrió. Lo malo de esto es que no podemos recuperar a Venezuela después que se vaya Maduro. Las reservas petroleras se agotaron. Hemos regalado nuestro tesoro. Hay más cortes de luz que aquí, hasta de 18 horas diarias. No llega el agua por semana en varias zonas de Caracas.

La oposición ha estado dividida y muchos quieren coger un pedazo de pastel de lo que queda en medio de la desgracia, porque ya no se puede hablar de crisis, sino de desastre. Muchos ignoran la magnitud del hambre y la miseria que vive Venezuela. Aquí, en Rep. Dominicana puede pasar lo mismo que en Venezuela. Así estaba antes que Chávez, pero nadie creía que podíamos llegar ahí. Se escuchaba por doquier:  no vale, yo no creo. Era el pan nuestro de cada día. Mis parientes les decían a los amigos, que, si seguimos así con la corrupción, se va a destruir este país. No le hicieron caso. Como teníamos oro negro, lo teníamos todo.

El profesor no me dejó terminar y me acusó de que era una infiltrada del imperialismo, una traidora, que no sabe de la realidad de Venezuela, ni de este país. Sacó una carta del bulto. La abrió y con el dedo índice señaló una firma de Maduro donde le hacía un reconocimiento como ciudadano distinguido al tiempo que decía con el tono de voz alto: yo soy más venezolano que tú. Pensé decirle: me cago en esa firma, pero me contuve.

Continuó diciendo que él sí sabe lo que pasan los venezolanos. Estuvo por dos meses en Venezuela y pudo ver la manipulación de la que es víctima ese país hermano. Dijo, también, que yo tengo que empaparme más de lo que pasa en Venezuela, que me lavaron el cerebro.  Después de escuchar eso, me ardía la cabeza y mi estómago seguía aún más revuelto. Pensé que estaba viviendo una pesadilla. Quise buscar el apoyo de un amigo cubano, pero no dijo no nada.  Posteriormente, me comentó que no quiso defenderme porque no sabía si ese profesor era un espía del gobierno cubano.

Una chama compueblana me hizo seña para que me callara. La clase terminó y yo le dije a mis compañeros, lo que le digo a usted: a este profesor le lavaron el cerebro. Es Más duro que Maduro.

Al escuchar el testimonio le felicité por su valentía y le dije que entendía su dolor.  Reiteré, también, que el capitalismo es salvaje con los pobres y que se monta sobre los hombros de la clase media para empobrecer a los países y aumentar las desigualdades sociales y económicas.

Considero que los líderes de la izquierda internacional, que viven cómodo en el capitalismo, no fueron capaces de recuperar lo bueno que tiene el socialismo para el pueblo y dejaron que la crisis se comiera el sueño de la gente que apostaba por un mundo mejor. No jugaron bien su rol para buscar una salida que fortaleciera su liderazgo político. Por eso, se les hará muy difícil cuajar un nuevo proyecto revolucionario de izquierda.

Pero, ¡qué bueno, que muchos de los jóvenes venezolanos han salido adelante, aunque fuera de la patria de Bolívar! Me pregunto, igual que la agrupación Los guaraguaos de Venezuela: ¿Qué pasa en el mundo, en la humanidad, que el joven de ahora no puede vivir en paz?

Nota:

  1. Basado en el testimonio de D. Murillo, estudiante venezolana, en una conversación realizada en abril del 2018. Dedico la historia a aquellos venezolanos que mantienen la esperanza en su patria y que hacen un aporte significativo a la sociedad dominicana. Los derechos humanos están antes que la patria y cualquier ideología.