“…en el fondo el olvido es un gran simulacro
nadie sabe ni puede/ aunque quiera/ olvidar
un gran simulacro repleto de fantasmas
esos romeros que peregrinaran por el olvido…” (Mario Benedetti, Ese Gran Simulacro).
Después de haber desterrado del lenguaje cotidiano algunas palabras emblemáticas, creímos a plenitud, que con esto estábamos haciendo una obra imperecedera y transformábamos la realidad. Esta mutilación, era una confabulación de los sociólogos, sicólogos, filósofos, mercadólogos, teólogos, y los artesanos del lenguaje, aliados estratégicos de los profesionales de la religión al servicio del capital.
Hoy, ya no se habla de clases sociales ni luchas de clases. Como si todos tuviéramos los mismos intereses, aspiraciones, estilos de vidas y oportunidades. La generación actual, no tiene la menor idea de la referencia de la alienación, ni del contexto desalmado de la explotación, las estructuras sociales, las ideologías, las fuerzas productivas, la infraestructura y superestructura. Pues no imaginan las implicaciones que esas palabras alcanzaron en el pecho de quienes dejaron los años y la vida pensando diferente. Marginaron del debate cotidiano el contenido de las relaciones sociales de producción, modo de producción, oligarquía, élites… desterrándolas a la imaginación febril de quienes fueron estigmatizaron como zurdos, en una sociedad que deliraba y se declaraba diestra.
Esa discriminación, sin cara de inocente, generó una supuesta tranquilidad. Nos convencimos de haber exorcizado el conflicto social “in aetérnum”, como por arte de magia, y que habíamos creado una sociedad de equidades, por tener anuladas las palabras que fotografiaban la desgracia de cualquier sociedad capitalista por arcaica que fuera su implantación. Y recuerdo con fascinación al poeta, cuando habla:
Cada vez que nos dan clases de amnesia
como si nunca hubieran existido
los combustibles ojos del alma
o los labios de la pena huérfana
cada vez que nos dan clases de amnesia
y nos conminan a borrar
la ebriedad del sufrimiento
me convenzo de que mi región
no es la farándula de otros… (Mario Benedetti, Ese Gran Simulacro).
Hay nuevos rostros en las palabras del leguaje nuevo: “Democracia” (es el gobierno de las mayorías, sujeto al deseo de una minoría que establece los usos y las preferencias del gran supermercado que es la sociedad); "reforma", son los cambios que no generan cambios, es el acomodo de la dictadura de las elites con una máscara de carnaval para el jolgorio; “mercado”, es el árbitro contratado por las oligarquías, con el traje de la neutralidad, que no le interesa ni gobiernos, ni control, ni regulación y que interpreta las reglas de juego a favor de quien le paga. Edward S. Herman (ZNet en español), redefine otros criterios alcanzados por algunas palabras, que utilizan otros trajes: “ "mercancía", "comercialización" y "mercados"; una mercancía es algo que se compra y se vende; el mercado es donde la compraventa tiene lugar; y la comercialización es el proceso de convertir en mercancía algo que anteriormente estaba fuera del mercado, como ocurre con la privatización de servicios públicos como colegios, hospitales, prisiones, ferrocarriles y parques”…y agrego agua potable, carreteras, energía etc.
El filólogo y escritor Andrés L. Mateo, marcó con certeza de cirujano al apuntar que “la práctica es la que traza la pauta del lenguaje”. No hay desperdicio en eso. Nuestra práctica como sociedad ha marcado un lenguaje, así como el lenguaje definido en los laboratorio de los gurúes que piensan y trazan los entramados de la sociedad, han definido un patrón de conducta en la sociedad con un tipo de lenguaje que lo permea todo. Nadie nos pidió permiso para borrar, ni para introducir la novedad. Y sé que muchos culparan a Marx por las palabras que nos desnudan, sin querer aceptar que la realidad de nuestra sociedad cada vez más agresiva vomita las palabras necesaria para entenderla y para indignarse frente a ella. Esta realidad sobrepasa a Marx.
…el olvido está tan lleno de memoria
que a veces no caben las remembranzas
y hay que tirar rencores por la borda… (Benedetti)