Una de las preocupaciones más sorprendentes de la pintura de Maritza Álvarez es la incertidumbre del espacio como destino. Los lugares de fuertes consistencias a través de rupturas visuales y fragmentaciones del espacio.

Sus imágenes irrumpen en la superficie, con una superposición entrecortada que recuerdan el principio creador de los cubistas y ciertos lienzos de Francis Bacon. Tal vez, estos giros pictóricos están ligados a las inclinaciones y las afinidades electivas de Maritza Álvarez. Evocan los cruces de planos y la contemporaneidad de otros tiempos con visiones orínicas.

Como siempre, la artista utiliza el collage para dar una visión epifánica del tiempo. Esta visión temporal tiene una virtud: es un espacio deshabitado. Un instante esencial, adornado por peces, escaleras y flores. A menudo aparecen cactus y perros inquiriendo el fluido continuo del éxtasis. Por eso los valores plásticos asociados a la narración, como sustancia pictórica, evocan infinitas densidades tonales, inscripciones, piezas ortopédicas.

Particularmente, a partir del neoexpresionismo, las formas asumidas se distorsionan fieramente. Maritza Álvarez aspira a decir y no dice: balbucea, grita, se lacera duramente. Su dramatismos y su poder expresivo, también su debilidad, radican precisamente en su imposibilidad de decir.

Estos cuadros, -pienso en los mejores-, nos enfrentan a una lucha resuelta de aullidos existenciales. Espacios deshabitados es una exposición de continuidad temática, que descansa en el principio de desestructuración lineal del color y la perspectiva. A Maritza Álvarez le preocupa la identidad y la diferencia entre la representación y el objeto representado.

Se trata de un juego con la realidad a partir de la investigación y el conocimiento. Cosas de la vida cotidiana, de un colorido chillón. Superficies y planos sinuosos. Abstracción refleja de lo visto, lo visualizado y lo sentido. Este modo de pintar despliega un contraste entre sus composiciones técnicas y la sensación captada. Maritza Álvarez trabaja con técnicas modernas el imaginario de la iconología tradicional. Un específico carácter cromático de formalizar las composiciones resueltas para luego degradarlas en el lienzo.