La cara atractiva de Brasil, su marca país, son su tamaño, su música, su carnaval de controlado desenfreno, sus cinco copas mundiales de futbol, sus deslumbrantes mestizaje de etnias y sincretismo religioso y cultural. Las brutales expresiones de desigualdad social, pobreza, racismo, violencia, criminalidad y corrupción política, configuran su otra cara. Marina Silva, la nueva candidata presidencial, ha sufrido en carne gran parte de esta última cara, la ha combatido durante toda su vida y por esos designios del destino podría tener la oportunidad de seguir su combate desde la presidencia de ese país.
Analfabeta hasta los 16 años, trabajadora doméstica para ayudar a su madre en el sustento de sus 10 hermanos, conoció la pobreza de las zonas deprimidas de Brasil y la depredación de los recursos naturales del país y esas vivencias la llevaron comprometerse desde joven con las causas de los pobres y el ecologismo. Del Partido Comunista Revolucionario pasó a militar el PT de Lula durante 30 años del cual fue regidora, diputada, senadora y ministra de Ecología y Medio Ambiente en el gobierno de ese partido.
Dirigente de la Central única de Trabajadores, tuvo una larga experiencia de lucha por la defensa de Amazonia junto a Chico Méndez, dirigente ecologista asesinado durante esa lucha. De militante comunista pasó al protestantismo pentecostal, espacio donde continúa su defensa de los excluidos. Algunos piensan que esa opción religiosa podría ser obstáculo en su carrera hacia la presidencia en el país de mayor cantidad de católicos del mundo, un 74% de una población de 200 millones de habitantes.
Sin embargo, hechos de carácter histórico y sociológico tenderían a limitar el aparente impacto de esos números. Sin menospreciar el conservadurismo de sectores del clero católico, el catolicismo brasileño, junto al paraguayo, tienen una larga tradición de vinculación con los pobres, hereda de las comunidades indígenas conocidas como las “reducciones” y las “misiones”, fundadas por los jesuitas en el período de colonial.
El hecho de que en Brasil existan hoy más de l00 mil organizaciones eclesiales de bases no puede desligarse de esa tradición. En sus acciones, estas organizaciones se unen con la diversidad de expresiones protestantes y de ecologistas, a los cuales Marina Silva ha estado estrechamente vinculada. A pesar de que los gobiernos del PT han logrado sacar de la pobreza a 42 millones de personas, integrándolos al consumo y a una mejor vida, el 65% de estos sectores aún viven en las favelas y exigen mayor calidad de los servicios, sin que esos gobiernos hayan podido satisfacerlos.
De los 20 millones de brasileños más pobres, 15 son negros y parte de los 56 millones pobres, la mayoría de ellos jóvenes. La clase media tiene unos 113 millones, dándose el caso de que una significativa parte de los instruidos de estos, además de los jóvenes y los negros, expresan su intención de votos hacia Marina, por su imagen de mujer enérgica, seria, trabajadora, austera, responsable y de sensibilidad social, reconocidos valores del protestantismo, que han sido determinantes del advenimiento del capitalismo, como afirman científicos, sociales del calibre de Weber, Paul Tillich y confirma Demenico De Masi.
De producirse el escenario de una segunda vuelta en las próximas elecciones presidenciales, Marina Silva saldría ganadora sobre Dilma Rousseff, su lógica contrincante, que como ella viene de una militancia de izquierda comunista, seria y responsable, pero que tendría que pagar la cuota del desgaste que produce todo poder, sobre todo cuanto este tiene casi 15 años de vigencia.
En ese escenario, podría producirse uno de los tantos signos de la particularidad brasileña que llevaron a Stefan Zwieg, decir que en ese paísl confluyen varios factores que preanuncian el futuro de la humanidad: la mezcla de etnias, el sincretismo cultural y religioso, el fenómeno migratorio, el crecimiento como potencia económica teniendo relaciones armoniosa con sus vecinos y de la tolerancia, como nos lo recuerda el sociólogo De Masi.
En ese sentido, en el Brasil de las mezclas étnicas y de sincretismos religiosos/culturales no sería pues una sorpresa que una mujer negra y protestante se alzare con la presidencia de la república.
Sería la victoria del Brasil pobre, de los desheredados. El otro Brasil.
Ojala.