En una sociedad caracterizada por la hipocresía social, por esa salvaje esquizofrenia colectiva, suele rasgarse la vestidura cuando ocurre un hecho social que eclipsa todo espacio de racionalidad, dado que el ser humano tiene entre sus rasgos distintivos, diferenciador de los demás animales, la autoconciencia.
Estupor, rabia, dolor, cuando en medio del paradigma mediático visibilizamos con espanto aquel drama humano: Niña es amarrada, violada y asesinada por tres seres humanos: Dos niños y un adolescente fueron los causantes de aquel monstruoso, horrendo, espantoso crimen. Es la espeluznante vida cotidiana de una inmensa mayoría de dominicanos que se ven frente a una violencia social que los acogota en medio de la marginación social, de la exclusión, de la no internalización de las normas, de los valores y las creencias. El aprendizaje social no es inmune a la estructura social y con ello, a las relaciones sociales que se cobijan en el espectro social, en las dinámicas de las interacciones.
Esos niños son expresión y génesis de una estructura social que no logra decodificar sus propios espacios de identidad, pretendiendo momificar la vida social en un alter ego de la realidad mediática y virtual de un mundo que no es su mundo. El espejo fetichizado en su realidad se construye de manera dantesca.
Muchos de esos niños tienen un yo no socializado, no logrando trascender al yo social al peldaño de la conciencia social, en una permanente guerra entre el yo individual y el yo social; por lo tanto, no articulan socialmente dibujar al yo generalizado. El impacto de sus actos, acciones y decisiones, las consecuencias del daño en los demás, no lo asimilan. ¡Es el espejo social que configura la violencia social en la dinámica individual!
Una madre de 21 años, un “padre” de 21 años, la niña 5 años. Los padres tenían 16-17 años cuando ella nació. Dos adolescentes. Es una violencia social-institucional cuando el 20% de los embarazos son de niñas y adolescentes, cuando 13 niños mueren diariamente en el periodo neonatal, cuando en los últimos 6 años han muerto 1,176 mujeres de mortalidad materna y el 98% eran evitables.
Es una violencia social-institucional cuando la Cámara de Diputados aprueba la penalización de la interrupción del embarazo sin importar la dimensión, la categorización del mismo: Incesto, violación, peligra la vida de la madre y el embrión-feto no se vislumbra médicamente que tendrá una vida extrauterina por las deformaciones congénitas. Mi hija Laura, quien ha sufrido en Cuba tres intervenciones quirúrgicas del corazón por una cardiopatía congénita severa, no puede tener más que la que tuvo en medio del peligro de alto riesgo.
Si saliera embarazada soy el primero que convenzo al esposo de hacerle un legrado urgente. Imagínense por un instante, entonces, si fuera el embarazo efecto de una violación. Esa violencia social-institucional lo que posibilitará es más mujeres muertas, pero sobre todo, jóvenes y pobres. Además, de que las clínicas le cobrarían más dinero. Al no tener, como no tienen, morirán y en más peligro. Es una violencia social-institucional en la sociedad del conocimiento, en pleno Siglo XXI, no impartir Educación Sexual en las escuelas en ciclo medio.
¿No constituye una violencia social-institucional que cada año alrededor de 200 mujeres mueran en manos de su pareja o expareja, por ausencia de una efectiva política pública en medio de esa epidemia? ¿Acaso no es una violencia social-institucional que el Gobierno interviniera 56 hospitales al mismo tiempo y en el trimestre Enero/Marzo del 2016, no gastara ni un centavo en ellos? Sin embargo, el gasto de Capital, para igual periodo se incrementó en un 268%. Parecería una hipérbole pero en el Cabral y Báez de Santiago, que tiene dos años en reparación, habían 600 camas y ahora solo hay a disposición 66: Pavorosa violencia social contra aquellos que acuden allí. Acorralados por el mismo Estado en su drama de pobreza y exclusión.
La hostilidad en la violencia social-institucional se hace atroz cuando verificamos que somos de los países líderes en muertos por accidente de tránsito y cuando en el Siglo XXI, en la Postmodernidad, en la sociedad de la Información, necesitamos construir 150 mil letrinas para “reducir la “fecalidad” en zonas rurales donde la población no tiene acceso a inodoros ni retretes”. Todo esto, en medio de un país con un crecimiento de la economía con un PIB de U$66,000 mil millones de dólares.
Una violencia social con una verdadera agresión humana: El 73.1 % de la población está situada en la pobreza ultra extrema, extrema, moderada y vulnerable con unos servicios públicos que no se recrean ni siquiera en el comienzo del Siglo XX, en las sociedades del Bienestar. Las instituciones, en la asunción de sus normas, del peso de sus propias reglas, han venido degradándose, involucionando con un aire trepidante sin paraguas ni paracaídas. Todo es mueca, cinismo y simulación. Juegan al yugo lacerante del poder: “Hablen, los oímos y los aplastamos”.
Veamos, como se encuentran las instituciones en las evaluaciones de instituciones de prestigio internacional:
El documento del Foro Económico Global, 2015-2016, en su Pilar Institucional nos coloca así:
- Confianza del Público en los políticos (125/140);
- Favoritismo en las decisiones de puestos gubernamentales (126/140);
- Malgasto del Fondo Público (116/140);
- Comportamiento ético de las firmas (130/140);
- Confianza en los servicios policiales (137/140);
- Crimen organizado (112/140);
- Manipulación de Fondos Públicos (134/140);
- Independencia del Poder Judicial (105/140).
Para el 2014, los niveles de confianza en las Instituciones según Barómetro de Las Américas fueron:
- Confianza en los partidos políticos: 29.4% (2012: 42%);
- Policía Nacional: 35.6% (2012 – 43%);
- Confianza en el Sistema de Justicia: 38.5%. (2012 – 53%);
- Municipalidad: 42.1%;
- Junta Central Electoral: 42% (2012 – 63%);
- Confianza en el Congreso: 42.8%;
- Fuerzas Armadas: 55.3%.
Rousseau, en el 1755, decía “El poder derivado del pueblo es más real que el derivado de las finanzas y más seguro en sus efectos… Por eso un Estado rico en dinero es siempre débil y un Estado rico en hombres siempre es fuerte”. El empobrecimiento que acusa esta violencia social –institucional, determinada en gran medida por la calidad de los actores políticos, por la falta de elegancia y espíritu de bien hacia el compromiso colectivo; pues la verdad es que no existe una ética personal, una ética profesional y una ética política. Existe una sola ética.
Todo el drama se caricaturiza en una mera pantomima de instituciones sin institucionalidad. ¡Degradación o quiebra, difícil alternabilidad! Somos las únicas criaturas que sabemos que existimos, nos señala Giddens, y que vamos a morir. Trascender es visibilizar los causales de esta violencia social-institucional, génesis y ramificación de la ola de delincuencia y criminalidad que nos envuelve, ahoga y nos destroza.