“No perdamos de vista los factores más importantes que llevan a un liderazgo exitoso: el compromiso, una pasión por dejar huellas, una visión por lograr un cambio y el coraje para la acción”.
(Larraine Matusak)
Allí donde los seres humanos se unen construyen un tándem para cambiar el entorno, la sociedad, reformarla, reivindicar las normativas establecidas, gritar a cuatro vientos por el marco institucional que las mismas elites han construido y tratan de negar en sus acciones y decisiones; allá donde se produce una cantera de influencia, sobre todo en el campo del tejido social, se da de manera inexcusable el componente de la política.
En la sociedad dominicana, que cambió dramáticamente a partir de enero de 2017 la esfera del poder político, comienza a sufrir una metamorfosis de 280 grados. Confluyen, a partir del 15 de marzo, una militancia ciudadana con un clamor de cambio que en este momento es canalizado por un partido concreto: el PRM. Dicha organización es el cauce que envuelve la eclosión gigantesca de una nueva dinámica de las relaciones de poder.
Si bien el PRM es una institución claramente del sistema no podrá oropelarse en la encarnación del poder por el poder mismo, revestido de la arrogancia. Ha de concitar nuevas formas de relacionamiento donde el aparato político ha de sintonizar con el sonido del tiempo: la transparencia. Es la reconstrucción de la asunción de una agenda social que asuma y trascienda la agenda política de los nuevos actores políticos o, si se quiere, una verdadera sinergia sincronizada dialécticamente.
El espacio político a partir de agosto de 2020 no es otro que una nueva especificidad, singularidad, de nuevos ejes de articulación de puentes entre la ciudadanía y el poder político. Es la mirada que desde el piso emerge irrumpiendo un nuevo salón y nuevas sillas para una interactuación más horizontal.
La calidad de la democracia que viene en retroceso sistemáticamente desde el 2008 (73 a 38) en el 2020 ha tocado grietas, un hondón, que su máxima llaga llegó el 16 de febrero como punto neurálgico de hasta dónde arriba una elite burocrática por quedarse en el poder en detrimento de la democracia. Como nos diría ese gran filósofo y ensayista alemán Rudiger Safranski “La información por sí sola no constituye conocimiento hasta que, a partir de ella, se piensa algo”.
El conocimiento construido aquí es como la naturaleza y distribución del poder en los territorios (Ayuntamientos) cambiarán ostensiblemente a partir del 24 de abril. Una mutación, una alteración de la hegemonía dominante. El PLD de 106 Municipios pasa a gerenciar 64, una pérdida de 42 ayuntamientos para un 40%. En cambio, el PRM, de 30 pasa a tener 82, 52 ayuntamientos más para una ganancia de 2.73, esto es, multiplica su radiación electoral cuasi 200%; sobre todo, allí donde hay más población.
Más allá de que la democracia es alternabilidad, es la construcción de la interacción dialógica, en la dinámica de elaboración de consenso, que es lo que pauta la legitimidad permanente del poder para coadyuvar a una mejor cohesión; lo que se dio el 15 de marzo fue la subordinación en el plano electoral del otrora partido-Estado, Estado-partido. Se desmadejó que el dinero lo puede todo y se ha dado una nueva reconfiguración política con mayor pluralidad.
De los 34 municipios más grande del país el PRM logró ganar 23. Algunos con 57%; 59%, 56%, 60%. Es así, objetivamente, como ha de medirse el éxito electoral, con el mapa situando a los 158 municipios. Los que alegan un empate lo van a sentir a partir del 24 de abril con su militancia.
Lo que está pasando en la sociedad dominicana es la combinación del híbrido de la forma de dominación racional-legal de Max Weber, aquí degradado dado que los actores políticos que gobiernan no respetan sus propias reglas y normas establecidas y que ellos mismos han promulgado. Hoy, caminan paralelamente la nueva vista de Foucault, para quien el poder actúa “en todos los ámbitos de la interacción social y en todas las instituciones y es ejercido por todas las personas”. Poder y conocimiento, es ahí la llave, significativamente en la sociedad de las TICs.
La hegemonía de dominación alcanzada por el partido en el poder ha sido la de mayor éxito hasta hace poco tiempo. Ni siquiera Trujillo (31 años), Balaguer (22), lograron un predominio donde la supremacía la eslabonaba a través de la escalera de los elementos ideológicos culturales, vale decir, los instrumentos coercitivos no fueron las sombrillas marcadas, distintivas. La cooptación irradiada en todas las dimensiones sociales, profesionales, acusó la más grande bastedad del clientelismo y la corrupción. El PLD enarbola este trofeo.
Pasará a la historia como el partido donde la corrupción tuvo como estandarte: lo institucional, lo sistémico, lo estructural, además de tomar la antorcha de lo endémico. De ahí su fuerte autoritarismo, sobre todo, a lo largo y ancho de los últimos 8 años. Estábamos en presencia de una elite burocrática en el poder que conspiraba en la praxis contra la democracia. No generan más y mejor democracia. Es difícil replicar una elite burocrática que alcance una perfecta simbiosis entre negocio y política, política y negocio, donde las políticas públicas están subordinadas a la visión corporativista del Estado.
El Estado dominicano ha estado gobernado por una burocracia que redimensionó el tamaño del mismo, encarnando la frase de Honore de Balzac, quien veía la burocracia “como un poder gigante manejado por pigmeos”. De verdaderos enanos de la democracia en sus valores y misión. Es el tránsito en que nos encontramos como sociedad, donde el miedo, la inercia y la indiferencia, han desaparecido socialmente para reclamar una nueva forma de hacer política y regenerar en gran medida esta democracia de papel para darle contenido a su razón de ser que nos inspire confianza y devuelva el poder a las instituciones.