El escándalo que ha desatado el robo de 950 kilos de cocaína por parte de oficiales y subalternos de la Dirección Central Antinarcóticos de la Policía Nacional (DICAN) y fiscales asignados, es una penosa muestra más de los altos niveles de corrupción, complicidad e irresponsabilidad existentes en  nuestro país.

Los hechos que han salido a relucir en la investigación dejan claro que las instituciones no se transforman en el papel y con cambios de nomenclatura, sino erradicando los vicios existentes e imponiendo reglas y debidos controles que reduzcan los errores y garanticen su detección.

La DICAN no sólo heredó vicios de la DNCD sino que en una acción injustificable ha sido revelado que al menos 8 de los investigados en el presente caso pertenecieron a la misma y fueron cancelados por comisión de faltas o por no pasar pruebas de seguridad, lo que parece indicar que había una intención expresa de tener gente de su perfil al frente de dicha división, hecho  que no debe quedar sin consecuencias pues no solo son  culpables  los investigados, sino también los que a pesar de sus antecedentes  los colocaron allí.

La diferencia entre aquellos que roban y los que no radica en los valores que cada uno tenga, pues el más pobre puede ser serio y el más rico ladrón

Lo más triste es que este no es un hecho aislado, probablemente es uno entre muchos otros que no salen a la luz pública, el cual abrió las compuertas para que otros casos se expusieran, como sucedió con las declaraciones  que recientemente sacudieron las redes sociales en las que una señora crudamente revela quien la inició en la venta de drogas y cómo operaba el negocio por el cual debía pagar  sumas semanales a personal de la DICAN, la DNCD y del Ministerio Público.

Muchos pensarán que con los bajos salarios existentes en la Policía esta corrupción no podrá ser erradicada y en parte tienen razón, sin embargo no solo se trata de gozar de salarios razonables, puesto que la escala salarial en el sector público ha cambiado exponencialmente en las últimas décadas en buena parte del mismo y sin embargo esto no ha frenado el apetito voraz de personas inescrupulosas a quienes no importa cuán bien se les pague, siempre querrán obtener más.

La corrupción es parte de la naturaleza humana, por eso existe por doquier y se requiere de una constante vigilancia que evite tentaciones y de un riguroso e imparcial sistema de consecuencias.  Pero en nuestro país  hemos creado un modelo clientelista que promueve que al Estado se vaya a enriquecerse a toda costa que conjuntamente con el de impunidad, asegura a los que delinquen  que no serán castigados y que a mayor fortuna acumulada mayores serán sus posibilidades de permanecer impunes, pues podrán obtener inmunidad, escalar en posiciones, ganarse el favor de algunos a través de dádivas y pagar buenos abogados para su defensa.

La diferencia entre aquellos que roban y los que no radica en los valores que cada uno tenga, pues el más pobre puede ser serio y el más rico ladrón.

Si queremos que este nuevo escándalo no sea uno más en nuestros anales que sea olvidado en poco tiempo, estamos obligados a  entender que mientras la impunidad, el clientelismo la ausencia de sanción moral y la mentira sean la regla, el resultado seguirá siendo la corrupción y complicidad de aquellos que están llamados a imponer la ley y el orden; quienes cual manzanas podridas echarán a perder a muchos más, a menos que los saquemos del barril.