Es internacionalmente aceptado que la conducta humana varía a la luz de una vigilancia, por eso se producen distintas reacciones en los múltiples experimentos efectuados de dejar un maletín contentivo de dinero abandonado en un estacionamiento, dependiendo de si el mismo posee o no cámaras de video.
La corrupción constituye un grave problema en un país como el nuestro, pues es el origen y causa de nuestro subdesarrollo. Esto no quiere decir que no exista corrupción en países desarrollados, que ciertamente la hay porque la misma es parte de la naturaleza humana, pero fuerza admitir que a mayor subdesarrollo mayor es generalmente la percepción de la corrupción y que altos niveles de transparencia están asociados siempre a progreso y desarrollo.
Basta con analizar las cifras del Indice de Percepción de La Corrupción 2014 publicado recientemente por Transparencia Internacional, que pinta el mapa mundial de tonalidades de rojo y amarillo según los países sean muy corruptos o muy transparentes. Si bien las tonalidades rosáceas predominan en Africa, América Latina y Asia, los amarillos predominan en Oceanía, Europa Occidental y la América anglosajona.
Los dos países de América Latina que tienen una mejor percepción de transparencia son Chile y Uruguay, estando la República Dominicana entre los de peor percepción de la región, ubicándose solo por debajo de Venezuela y Paraguay.
El progreso de los países no está determinado por la antigüedad de los mismos ni sus recursos naturales. Países tan jóvenes como Nueva Zelanda o Australia han alcanzado niveles superiores de desarrollo y calidad de vida, entre otros factores por la muy baja percepción de corrupción existente, y otros todavía más jóvenes y con recursos naturales muy limitados como Singapur, se dan el lujo no solo de tener uno de los índices per cápita más elevados sino de compartir las mejores posiciones de percepción de transparencia con los países escandinavos y Suiza.
Niveles tan altos de corrupción como los existentes en nuestro país requieren de medidas drásticas que reviertan el círculo vicioso que tiene como caldo de cultivo la impunidad, tal cual recomienda Transparencia Internacional. Según ésta los funcionarios corruptos desvían activos de origen dudoso a otras jurisdicciones usando compañías “offshore” con total impunidad, pero en República Dominicana muchas veces ni siquiera requieren de ese mecanismo, les basta con crear redes societarias locales en las que colocan familiares y testaferros para “lavar” fondos obtenidos gracias al tráfico de influencias y la corrupción, detrás de las cuales intentan esconderse ante procesos acusatorios a sus personas.
La receta a seguir podemos encontrarla en Dinamarca que ostenta el mejor resultado del referido Indice, según el cual este país “demuestra una profunda consolidación del estado de derecho, apoyo a la sociedad civil y normas claras que regulan la actuación de quienes ocupan funciones públicas”.
Por eso debemos no solo mantener las luces encendidas para vigilar cada una de las acciones de nuestros funcionarios sino sacar a la luz sus ejecutorias, sus patrimonios así como el origen de los mismos, quitándoles las máscaras de impunidad a sus rostros y destapando así públicamente quienes son los corruptos, como precisamente promueve Transparencia Internacional; a sabiendas de que esto no es un asunto de una persona ni de un día, sino de un compromiso por siempre de todos.