Nelson Mandela, una de las figuras más importantes del siglo XX ha sido nuevamente exaltada con una compilación de bocetos de su propia autoría. Exhibición exclusiva que deja ver al hombre detrás de la lucha.
El legado de Mandela ha sido discutido y enaltecido por cientos de escritores, historiadores y artistas. En un acto continuo por sostener lo mítico ante la facilidad de descuidar la persona en su proyección simbólica, y arraigar su realidad en el ideario colectivo.
En el libro “The Long Walk To Freedom” este personaje conecta la mente y los hechos de su vida, sin dejar posibles brechas sobre sus convicciones. Usando luego el arte como otra oportunidad de reinterpretar su vida, como se ve en estos dibujos que fueron realizados por Mandela en su etapa de retiro, luego de la presidencia, viviendo en Houghton, Johannesburgo. Los mismos están basados en los buenos recuerdos de su niñez, en una aldea en Qunu, en el hermoso Cabo Oriental de Sudáfrica. Lugar que él eligió para pasar sus últimos días; entre sus antepasados, paseando con ovejas y vacas en los campos.
Mandela es conocido y reconocido por la humanidad como un símbolo superación de la adversidad y sobre todo del perdón. Para los sudafricanos, es simplemente Madiba, Tata, o "padre" en su propio idioma Xhosa. Ante estos actos y el reconocimiento de la gente que se alimenta de ese espíritu, nace una fascinación y el descubrimiento del personaje por la transparencia histórica con que ha sido tratado.
En nuestra criolla realidad, por demás insular, no podemos practicar lo mismo con nuestro “padre patrio”. Si bien los bocetos de Mandela no son auto retratos, existen elementos que lo acercan a su parentela; desde el aldeano al pueblerino. Sin embargo, a los dominicanos nos ha costado mantener en equilibrio el idealismo de Duarte con respecto a la imagen encartonada que se ha posicionado ante las masas.
Cuesta mucho rebatir, pero también competir con la obra visual de Juan Pablo Duarte realizada en 1890, autoría de Abelardo Rodríguez Urdaneta, el más completo artista dominicano hasta ahora estudiado. Aquí se conjugan habilidades y conceptos estéticos, que no obstante al resultado escultórico extraordinario, también se remite al juicio por las técnicas empleadas por el autor. Se plantea la hipótesis de que este, Urdaneta, se veía en el espejo para poder recrear la imagen que percibimos hoy de Duarte.
Al margen de esa escultura esbelta, en la que reposa un hombre apuesto de proyección varonil, lo que conocemos de Duarte queda limitado; a una carta, una foto no confirmada y al deseo libertario del líder que se fue abandonando su familia y la patria, dejándonos madurar un orgullo sobre la sombra del padre ausente.
No obstante, sabemos que todo el revuelo por el recién inaugurado busto del Patricio en las inmediaciones de la Plaza de la Bandera no tiene que ver con eso. De lo que se trata es del fondo y no de la forma. De cómo en el proceso de ejecución de una obra tan importante para la actualidad social dominicana -según lo han expuesto los desarrolladores- no intervienen las instituciones y organizaciones correspondientes.
Para este caso exclusivo, se tiene un protocolo que permite al Instituto Duartiano ejercer sus facultades. Aunque esto contradiga en lo práctico ciertos aspectos de la libertad de expresión con relación a la postura del artista.
Además de este gran pastel de mala repostería, lo que más inquieta es ver como la ciudad capital y algunos pueblos importantes del país, se llenan de maniquíes del Patricio sin que se examine con rigor el valor en el entorno, que se violen aspectos arquitectónicos como lo de la misma Plaza de la Bandera. Que se inventen rutas y recorridos de Duarte sin que turismo, patrimonio o alguna institución los supervise, y que además se intente suplantar el busto en el punto más alto de la isla, sin que nadie responda por esto. Cada vez que le instala unos de estos muñecos de cartón y fibra de vidrio, demostramos más lo poco que conocemos a Duarte, el que quisiéramos.