Ayer caminé por el Malecón. Me senté en sus bancas remozadas. Respiré hondo su brisa. Me disparé hacia el horizonte. Acompañé el lento trajinar de sus nubes. Saludé a sus gaviotas insaciables. Saludé a los cangrejos de sus acantilados. Gocé sus novedades: su arena para los castillos infantiles; las hamacas para el reposo sin tiempo; los columpios para ver quién llega más alto; los espacios para cubrirse con el sol; el fresco regalo de sus sombras; las plazas para cherchas y fiestas en día, noche o madrugada… ¡Qué Copacabana!… ¡Qué Acapulco!… ¡Qué La Habana!… ¡No, ombe!… ¡No comparen!… ¡Nuestro Malecón es que da envidia!