Un magnicidio siempre conmueve la opinión internacional.  El suceso que acaba de tener lugar en Haití toma aún más relevancia para la República Dominicana porque no se trata del asesinato del presidente de cualquier país, sino el del presidente de nuestro vecino, al cual nos ata una larga cadena de malentendidos y prejuicios que no sirven a la causa de ambas naciones.

Moïse Jouvenel fue asesinado de manera extraña. Las redes sociales nos informaron, en tiempo casi real, con el despliegue internacional que estas permiten, que el jefe de Estado había sido ultimado frente a su familia en su propia casa, el lugar simbólico donde se supone que uno esta más resguardado y cuidado.

Supuestamente, el asesinato fue perpetrado por un comando de sicarios o por un grupo de gente de su confianza o de su guardia personal, en un escenario de confusión digno de una telenovela de Netflix de alto rating.

El hecho empieza a desarrollarse como una novela de misterio que provoca muchas reacciones y temores. En las calles de Haití cundía el miedo, en una población acostumbrada a una gran inseguridad, pero que entiende que si matan hasta el presidente, símbolo de la máxima autoridad, que será de la gente de abajo. Más allá de estas consideraciones, no sabemos a ciencia cierta qué significado puede tener el formato de este asesinato en el imaginario de los adeptos del vudú.

Aquí la noticia ha generado temores en la ciudadanía dominicana, pero también entre los haitianos. Son protagonistas de una historia que no manejan plenamente y temen por sus familiares en Haití. Saben que muchos dominicanos les temen, pero recelan igualmente de las reacciones de nuestros nacionales hacia ellos.

Lo incierto y lo desconocido generan siempre alarmas fundadas e infundadas: “nada puede sorprender en un estado fallido”. No se sabe qué nos podía traer una situación incontrolable del otro lado de la frontera.

Algunos están preocupados por una eventual ola indetenible de haitianos despavoridos que sumergiría la República Dominicana. Otros llegan a imaginar que, si hubieran traído la primera dama aquí para tratamiento médico de urgencia, eso hubiera sido malo para “nuestra neutralidad”. Circulan además videos de estallidos violentos (anteriores) en Puerto Príncipe que no contribuyen al sosiego.

La gravedad del acto no nos debe hacer olvidar que, debajo de una fachada institucional democrática, la oposición denunciaba que las calles del vecino país están bajo el control de pandillas, llamadas gangs.

Hay una federación de gangs que hace vida pública, ofrece declaraciones y convoca a manifestaciones. Recientemente, en un estudio de la Universidad de Harvard se señalaba la vinculación directa de estas pandillas con el gobierno.

Aunque se ha hablado, incluso, de “somalización”, quizás haya que tener cierto cuidado con el uso de este término en el caso de Haití teniendo en cuenta, precisamente, esta conexión de las pandillas con el gobierno, fenómeno distinto a la disolución de la autoridad que caracterizó al país del Cuerno de África.

La constitución de 1987, establecida después del derrocamiento de la dictadura de los Duvalier, ha sido bastante zarandeada desde sus inicios. Las dos últimas elecciones presidenciales no pueden ser presentadas como ejemplo de ejercicio democrático: un país no puede ser calificado como democrático por el simple hecho de organizar elecciones presidenciales, plagadas de irregularidades.

A esto se agrega la no organización de las elecciones legislativas, lo que conduce a la anulación de hecho de las cámaras y permite al presidente gobernar por decreto. Sin cuerpo legislativo no se puede cumplir con el mandato constitucional de la aprobación del primer ministro y su gobierno como prerrequisito para su entrada en funciones.

Se puede afirmar que Haití está al borde del abismo. Ojalá que la trágica muerte del presidente Moïse pueda contribuir a que se haga un alto al borde del precipicio y se produzca la necesaria concertación y recomposición de fuerzas indispensable para el establecimiento de instituciones verdaderamente democráticas en el vecino y sufrido país.