“El objetivo de la educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano”. Platón

Los estudios de postgrado se iniciaron en años relativamente recientes en el área de educación y otras áreas del saber; y significaron un gran esfuerzo de las Instituciones de Educación Superior (IES) y un ahorro económico para el país. Sin embargo, en el sector educativo su consolidación se aleja cada vez más, porque su desarrollo confronta serias dificultades que la sociedad debe conocer.

La educación de postgrado se concibe como el proceso sistemático de aprendizaje y productividad intelectual en un contexto institucional, que realizan los individuos con un grado profesional universitario, a fin de optar por un título académico avanzado (Morles y Álvarez, 1996).

De modo general los estudios de cuarto nivel están dirigidos a profundizar en los conocimientos de una determinada área del saber, con un grado de especialización mayor que el profesional, conforme a los requerimientos y necesidades de los países.

Asimismo, se consideran esenciales para el crecimiento humano y constituyen el nivel educativo con mayor producción intelectual científica, humanística y técnica. Por tanto, el aumento de estos estudios se encuentra estrechamente ligado a las demandas y exigencias de las sociedades.

También se señala que los estudios de postgrado tienen como finalidad: (a) Propiciar y estimular la creación de conocimientos científicos, tecnológicos, humanísticos y artísticos mediante la investigación y el estudio continuo y sistemático;  (b) Promover oportunidades para la actualización, ampliación de conocimientos y la formación avanzada en los campos de las profesiones universitarias y en las ciencias, las tecnologías, las letras y las artes: (c) Formar personal altamente capacitado en la investigación científica y el ejercicio profesional, humanístico y artístico, especialmente en áreas prioritarias para el desarrollo de los países, entre otros.

En el país la situación se torna grave, como se puede colegir de la observación de un Coordinador de Programas de Maestrías que dijo a quién escribe estas notas: “En mi trabajo, he llegado a la conclusión que los cursos de maestrías para docentes son difíciles de manejar, porque se quejan por todo, mientras que los de otras áreas académicas estudian más, están más abierto al aprendizaje y también rinden más”.

En términos generales hay que apuntar que los requisitos de entrada a estos programas es el título de licenciatura, sin discriminación por las calificaciones de graduación. Es una política de “entre todos”.

Aun conociendo esta realidad y las deficiencias en la formación que específicamente tienen los docentes, pocas instituciones ofertan cursos propedéuticos o de nivelación, los cuales no son suficientes pero ayudan. Deberían  establecerse criterios más rigurosos para el acceso.

Una reducida cantidad de los que ingresan poseen el bagaje requerido para enfrentar los desafíos que implican estos estudios, como es necesario DEMOSTRAR cuando se realizan en universidades de otras latitudes. En el caso dominicano, ¿será porque país pobre, educación pobre?

Es preocupante e inmanejable, aulas con poblaciones cercanas a la cincuentena, como ocurre con frecuencia. Esto debe ser único en el mundo académico.

También debe llamar la atención, el tiempo  que las IES están dedicando a estos estudios. Horarios sabatinos o dominicales, lo cual significa que los están formando al vapor. Parecería que olvidaron las consecuencias  de la misma estrategia en los programas de licenciaturas y sus pírricos resultados.

En otro sentido, hay que reconocer la preocupación de las IES de reclutar los mejores prospectos docentes para incorporarlos como facilitadores, aunque no siempre resulta así, pues los hay exigentes, como debe ser, y complacientes que atentan contra la calidad. Y esos son los que prefieren los buscadores del título de Master.

Por todo lo expuesto se deduce que, la docencia en cuarto nivel es una problemática a enfrentar, porque las IES no están formando sus egresados con las capacidades para impactar el sistema educativo y prácticamente son más de lo mismo, cuyos programas apenas amplían el contenido de las  licenciaturas en educación.

Es una necesidad levantar la voz de alarma para que se haga un alto en el camino y se replanteen estos estudios, para evitar que ocurra con las Maestrías en Educación lo que se dijo un periódico en los años ochenta, ante el bajo nivel de los estudios terciarios: “Aquí cualquier ‘sarataco‘ es licenciado”.