Verrà la morte e avrà i tuoi occhi
questa morte che ci accompagna
dal mattino alla sera, insonne,
sorda, come un vecchio rimorso
o un vizio assurdo.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo vicio.
Cesare Pavese
Sabíamos que el día llegaría, por aquello que la gente llama “ley de vida”, y que a mí como “la mano izquierda” (era zurdo) me tocarían estas líneas. Sabíamos que el día llegaría pero siempre esperamos que fuera más tarde y no en medio de este ensañamiento feroz de la parca con el mundo. La parca, esa que nos acompaña del alba a la noche, tenía otros planes. Hoy Luis O. Brea Franco no está conmigo, como estuvo siempre a lo largo de casi 30 años de amistad, camaradería, complicidad. El más fuerte de los vínculos entre seres humanos fue cultivado por nosotros con preciosura, con el cuidado que exige la fragilidad que la circunda cuando una amistad es verdadera y sentida profundamente. Durante una etapa de su vida, desde mediados de los 2000 hasta principios de esta década, Luis se definía a sí mismo como un ser póstumo, aquellas conversaciones hoy me dan consuelo y sirven de guía para pensar un mundo en el cual físicamente no estará.
Nos conocimos a principios de los años 90 en casa de Carlos Esteban Deive, y a pesar de la diferencia de edad, conectamos inmediatamente y seguimos viéndonos de manera intermitente a lo largo de esa década. Luis fue uno de los principales cabecillas en la conformación del Consejo Presidencial de Cultura en 1996 y sería su Director General. En 1997 se me acercó en un sitio nocturno muy popular entre la intelligentsia capitalina y me propuso ir a trabar con él, gustosamente acepté. Esa primera etapa de nuestra colaboración culminaría con la publicación del Compendio de Legislación Cultural Dominicana (1998) y la creación de la Oficina Nacional de Patrimonio Cultural Subacuático (1999). A la experiencia gerencial, Luis añadía una personalidad creativa incesante y la acuciosidad de una mente privilegiada que no paraba en el ejercicio del pensamiento profundo. Cuando me pidió acompañarlo en el Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña (2013-2016) no dudé un segundo. Allí nos enfrentamos, una vez más, a la desidia, la dejadez y, por último, a la intolerancia y superamos cada escollo y logramos que la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo fuera también un espacio de acogida para el pensamiento y que nos visitasen Luis Rafael Sánchez, Ernesto Cardenal, Beatriz Sarlo y Mario Vargas Llosa. Nada de ello hubiera sido posible sin la tenacidad y el apoyo de Luis que, si bien contaba con el apoyo irrestricto del ministro José Antonio Rodríguez, era quien recibía la mayoría de los embates.
La aventura de la amistad con alguien como Luis Brea es algo que no puede ponerse en palabras ni medirse. La distancia física, producto de mi partida hacia Canadá en el año 2001, no atenuó en nada nuestro compromiso el uno con el otro. Vinieron los libros y las dedicatorias, en cada visita mía a la isla la renovación de los votos a través del humor, la risa, los comentarios y las nunca faltantes recomendaciones de lectura. A él le debo haber descubierto a Roberto Calasso, regalo inconmensurable, nuevas apreciaciones en autores como Pasolini y Eco. Conservo en mi biblioteca, como uno de mis más preciados tesoros, su ejemplar de estudiante, con sus notas y subrayados de Introducción a la metafísica de Martin Heidegger. Su sentido del humor, cargado de esa fina ironía aprendida y cultivada en sus años universitarios en Florencia, la profunda erudición sin pretensiones, la capacidad de introspección y al mismo tiempo de estar abierto al mundo hacían que estar en su presencia fuera un deleite. Luis cultivaba a los amigos con la misma pasión y atención con la que cultivaba el conocimiento.
He descrito a Luis O. Brea Franco como uno de mis horizontes intelectuales (el otro es Carlos Dore Cabral) y hoy ante su ausencia se hace más concreta esa descripción: Es un estímulo a caminar, a avanzar en la búsqueda de uno mismo y de los otros, a mirar desde la orilla aquello a que aspiramos. Tanto Luis como Carlos me enseñaron que la búsqueda intelectual y espiritual es constante y que no cesa hasta que la vida lo decide.
Mi amigo ha partido del plano físico pero queda su obra. Una obra fecunda, vasta, abarcadora y no solamente su obra como filósofo y escritor, sino también su obra como promotor cultural de primera línea: Durante 7 años, 2004-2011, Luis fue Gerente de Cultura del Banco de Reservas desde donde promovió a los grandes clásicos dominicanos a través de la publicación, conjuntamente con la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, de la Colección Pensamiento Dominicano, un trabajo monumental que todavía no es justamente valorado.
Su disciplina intelectual era sin par, me consta que duró casi quince años trabajando Claves para una lectura de Nietzsche (2004) y que luego de publicarlo no se tomó un minuto de descanso y arrancó a trabajar sobre el nihilismo ruso, su último proyecto que dejaría a punto de terminar. Luis fue un filósofo a tiempo completo, uno de los pensadores más constantes en las indagaciones sobre el ser dominicano. Este último aspecto es uno de los menos reconocidos de su obra. Luis nos pensó, no superficialmente sino de manera abisal y ha dejado en sus libros, ensayos y conferencias las herramientas para que otros, si así lo quieren, sigan sus pasos. En uno de sus ensayos para mí más importantes “¿Filosofía en Santo Domingo?” (2004) nos dejó la siguiente encomienda:
“La filosofía, para florecer entre nosotros, habría que radicarla en el diálogo de los seres humanos específicos que somos, con nuestra propia condición y con las particularidades de nuestra tierra, y mediante nuestra palabra buscar orientarnos hacia el cielo que es el nuestro, hacia nuestros dioses para que donen sentido a nuestras vidas y hacia nuestras maneras de convivir el uno con el otro, como lo pueden hacer humanos dichosos de florecer como mortales en su propio lugar en el mundo, habitando su propia tierra”
Verrà la morte e avrà i tuoi occhi.
Sarà come smettere un vizio,
come vedere nello specchio
riemergere un viso morto,
come ascoltare un labbro chiuso.
Scenderemo nel gorgo muti.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.
Mi amigo ya no está, lo voy a extrañar cada día que pase, extrañaré sus llamadas y sus larguísimas notas de voz en WhatsApp, extrañaré nuestras reuniones en su casa en cada una de mis visitas a la isla amada.
Ciao, Luis.