Las pocas fuerzas políticas que todavía no se han rendido al oficialismo constituyen la oposición dominicana: un combinado de organizaciones de diversos timbres. Como partidos mayoritariamente conductores de ese colectivo se encuentran el PRM y Alianza País, organizaciones de presumida competitividad electoral según los últimos sondeos de preferencia. Ya el PLD ensambló su maquinaria y conformó una coalición que por primera vez reunirá a los tres partidos mayoritarios; un bloque fuerte, compacto y opulento. En cambio, ese ha sido el gran handicap para una oposición dispersa, desorientada y ensimismada. Es obvio que divididos el PRM y Alianza País no podrán imponerse en ningún escenario. Lo penoso es que, en la medida en que progresa el calendario electoral, la posibilidad de una alianza se distancia.
Ya en el PRM se desataron las apetencias por las candidaturas congresuales y municipales. Luis Abinader, que estuvo sorteando esos ímpetus en espera de un cuadro estratégico más despejado, ha cedido candidaturas a mucha gente opaca, vieja y gastada de la organización. Entre más mala es la escogencia menos incentivo tendrá Alianza País para convenir un acuerdo electoral. Esto así porque Guillermo Moreno y su equipo han construido una organización con base en un “fundamentalismo ético” casi sectario. Esa marca política, que es su identidad, puede verse afectada por la “contaminación electoral”, riesgo que los aliancistas no quieren jugarse. Guillermo Moreno es reacio a las formas convencionales de los pactos electorales. Cuando se le ha inquirido sobre esas posibilidades ha sido evasivo o ha declarado su disposición para abrir una mesa de diálogo donde se definan sus bases y estrategias. Luis Abinader, por su parte, ha sido poco agresivo.
Si bien una alianza para una candidatura presidencial resulta más llevadera que para los demás niveles de elección, tal eventualidad se hace improbable dada la alta estima y confianza que tienen ambos candidatos en sus particulares potencialidades y aún más si las candidaturas congresuales y municipales de ambas organizaciones no son lo suficientemente compatibles en perfiles e imagen. Sin embargo, el PRM y Alianza País tienen oportunidades competitivas inmejorables si son creativos y agresivos en la elección de las boletas congresuales y municipales. Me explico: el PLD presentará prácticamente las mismas candidaturas. Con notables excepciones, estas ofertas lucen desacreditadas o desmejoradas y, en algunos casos, consumidas; sus capacidades electorales son puramente financieras. El Gobierno, como en las pasadas elecciones, pondrá a correr dinero con la intención de estimular al “voto gástrico” de la base social. Ahora bien, hay un segmento electoral más calificado y conciente al que no le provocan las migajas electorales ni se siente cómodamente interpretado en las opciones tradicionales. La escogencia de líderes comunitarios naturales, profesionales de prestancia, religiosos con compromiso comunitario y ciudadanos independientes podría ser el resorte de una plataforma electoral sana, responsable y fresca, sobre todo en un ambiente dominado por la frustración provocada por el degradado ejercicio político tradicional. Obvio, una estrategia electoral de esa dimensión requerirá desprendimiento, audacia y visión sobre todo del PRM, partido viejo con etiqueta “moderna” en el que las candidaturas se obtienen por el mérito de los años, la lealtad, el compadrazgo y el activismo. No me gustan los ejemplos, suelen ser discriminatorios, pero para reforzar esta propuesta me pregunto: ¿Qué partido despreciaría a Ramón Antonio Veras como candidato a senador o a Eduardo Estrella, como alcalde, en Santiago, por citar solo dos nombres? Por otro lado, la oposición debe lograr una descompensación en el Congreso que permita quebrar la abusiva concentración del poder del PLD por cuatro años más, y ¡con la misma gente! Por eso estimo que “los presidenciales” de los partidos pequeños deberán reencontrarse sinceramente con su verdadero tamaño político en esta coyuntura electoral y abandonar las quimeras, los autoengaños o las ínfulas. En ese sentido, Max Puig pudiera ser una buena propuesta como senador por Puerto Plata, al igual que Minou Tavárez Mirabal por Santo Domingo, para ilustrar la idea.
Sería antihistórico y antidialéctico, en un momento en que el partido de gobierno quiere mantener incólume su totalitarismo de poder, que los partidos de la oposición, sin dinero ni fuertes controles, pretendan dispersar sus debilitadas fuerzas andando cada quien por su camino. Nadie llegará. El chavismo se ha impuesto en Venezuela no solo por el poder sino por la división de la oposición, al frente de tres cabezas que quieren ser presidentes. Dejar de hacer lo bueno es otra forma de pecar, y una parte de la nación no le redimirá ese pecado a la oposición. Se transa por lo posible no por lo ideal.