Entre la poesía y su creador será posible establecer siempre relaciones de distinta índole, de alcance vario. Tenemos el impulso primero, la necesidad interior que agita extrañamente al espíritu y le hace traducir en imágenes opuestas a la realidad, su disconformidad, su ansia de un mundo erigido según otros postulados: el hombre en contienda con la realidad se nos muestra así, como el agente activo en favor de un mundo más a la medida de sus deseos que la realidad en sí misma.
En el libro No puedes ser así. Breve historia del mundo, Luis García Montero, (Colección Palabra de Honor, Visor Poesía, Madrid, 2021), define los deseos a través de un lenguaje coloquial lleno de nostalgias, esperanzas y ausencias como la expresión de una experiencia emotiva, vivida en esa forma especial que se llama sentimiento. Sólo éste nos adhiere al mundo, nos interna en él, dándonos y dándole sentido.
Y no es que el poeta no escuche en el significado trivial de la palabra, sino que en su obra se expone el límite que hace posible su poesía: no poder sumergirse en el presente, ni asir el momento en que se suscitan las emociones para adueñarse de ellas desde el principio, sino tener que recobrarlas, que volverlas a reencontrar en una memoria hecha de palabras.
La poesía de Luis García Montero está emparentada con la obra de Antonio Machado, pues en la de este último se da por hecho que el vínculo con el mundo—las múltiples emociones que dan lugar a los sentimientos—está dado desde el principio por vivir simplemente, y que la poesía lo conserva a base de un trabajo memorioso, en el que uno tiene muchas veces que sacrificar la simple evocación de acontecimientos reales en aras de mantener para siempre presente la sensación de una vivencia.
En el caso de Luis García Montero, la poesía tiene que volver a crear este vínculo desde el principio, pues la vivencia emocional del momento es algo inasible que se pierde y se confunde con las de los otros. Para que las palabras la fijen, Luis García Montero escribe sus poemas no como un diario, sino como memorias que atestiguan sensaciones de distintos momentos, a partir de los cuales recobra sus emociones e indaga sus sentimientos.
“Yo, como todo el mundo,/tengo mi corazón y mi desgracia,/mi pasado inocente/en el traje de baño de las fotografías/mi modesta ilusión,/mis besos de verdad y de otra índole, el café que utilizo/ para llegar despierto hasta los sueños” (p. 48).
Todas esas revelaciones interiores—homenaje, poesía, pensamiento, contemplación, memoria y reminiscencia—tienen en Luis García Montero un rasgo común: nos apartan de la sucesión habitual de los hechos para transportarnos a otra duración, a un tiempo “recién nacido”. Gracias a esto, el recuerdo nos ofrece, tanto de nuestra propia historia como la del mundo, una visión más profunda de la sensación presente: la simpatía esencial que enlace los hechos lejanos aparece tan pronto como éstos se hallan menos rígidamente prisioneros de su ambiente inmediato.
Ya desde este mundo: hic et nunc; tal es la palabra central, la afirmación esencial de una nueva sentimentalidad, y lo que, más aún que la nítida atmósfera de sus sueños, el poeta modifica, su ambición romántica del futuro. Interviene aquí un elemento nuevo, elemento de la voluntad y de confianza terrestre: no es necesario aspirar a la disolución, esperar de la muerte el verdadero nacimiento a un estado infinito de alegría. El hombre puede—con tal de que sepa quererlo—alimentar la esperanza de conocer desde esta tierra la plenitud de la alegría con un poco de melancolía.
“Convivir con la muerte fue también/la única manera de celebrar la vida./Por los olivos suben seres que no son cifras sino cuerpos (…)/muy cansados, muy hechos/a levantarse y regresar/después de cada fecha/por amor a la vida y a los sueños descalzos”(p.78).
El poeta dialoga y canta con el tiempo de su existencia convertido en voces. Lo paradójico de este libro proviene quizás de la idea de que en la soledad de la literatura uno nunca está solo, y no únicamente por escribir en una lengua común y en consonancia o discordancia con otros, sino también porque la propia memoria nos revela que hemos sido muchos en el tiempo, muchos que han estado solos.
Narrar el mundo en esta etapa es entonces para Luis García Montero adentrarse cada vez más en una vida que, además de que nos va dejando, es cada vez menos nuestra, en el sentido de que no se puede ya seguir con la unidireccionalidad y la visión a corta distancia de los ideales y de los deseos de juventud. Uno ya no escribe lo que desea, sino que es conducido por lo que escribe.
En Luis García Montero hay que ver la vida de otra manera, con conciencia real de lo que se escucha fuera de ella, y de que eso no es la literatura. Para lograr escucharse y asumir este tiempo que lo rebasa, para habitarse en la periferia. Abandonar “el pozo oscuro de la memoria” y escuchar el rumor de ese tiempo que es y no es nuestro, y que nos lleva, para poder seguir. Hay que dejarse llevar por ese rumor en el que al final nos vamos convirtiendo.
Así, en este libro, aparecen y desaparecen mujeres, ciudades, poemas y ausencias que van a diluirse en el pozo de la memoria. Todo este material se apoya en un lenguaje que tiene por principio fundamental la precisión. Esta precisión nos llega limpia del polvo de la excesiva adjetivación y de la pomposa retórica repetitiva. Fruto de este manejo artístico del idioma, Luis García Montero escribe poemas vigorosos y precisos, con breves palabras que suenen afinadas en su espacio exacto, “como los testimonios de una vida borrada,/como la huella del dolor anónimo, /perdido viento de la historia/que regresa un segundo/y pasa por tus ojos” (p.118).
El hablante viaja por las sendas del sueño, palpa la materia humana, y sus signos de vida, estableciendo una migración interior y exterior. El viaje es hacia el olvido, donde se va recordando (gestos, lugares, canciones), empleando un lenguaje renovador que nos hace ver con otros ojos el difícil juego de la precisión, la magia de la transparencia.
Luis García Montero navega hacia el pasado porque sabe que el olvido es el abismo donde se tiene que caer inevitablemente, porque reconoce que “la esencia de la memoria es el olvido” y que “el olvido es la vigilancia de la memoria, la potencia tutelar mediante la que se preserva lo oculto de las cosas”, como señala Maurice Blanchot.
Luis García Montero en su libro No puedes ser así. Breve historia del mundo lleva a cabo un curioso movimiento centrífugo que lo obliga a asumir el lenguaje poético que ha creado con el objetivo de abolir la soledad y la melancolía. Su actitud deja de depender de la memoria exterior y lineal con la que intentamos ser felices al fundar un universo lleno de esperanzas, deseos y sueños.