La memoria es un elemento cargado de subjetividad, capaz de recuperar aquello que no está presente de manera tangible en la historia, pero cuyo rol es esencial en la configuración de identidades e ideologías.

Haciendo turismo interno en días pasados por la ruta de los ingenios o ruta de la esclavitud, saltaba a los ojos hasta qué punto la memoria de la esclavitud permanece todavía borrosa en la historia patria.   

El recorrido, guiado por nuestro amigo Darío Solano, empezó simbólicamente en el descuidado barrio de Santa Bárbara en la ciudad colonial donde la calle la Negreta viene a recordar subliminalmente que, en este lugar, desde el siglo XVI desembarcaron los llamados “congos”.

Este término se volvió casi genérico para llamar a los primeros esclavos africanos que provenían de puertos de embarque situados en la cuenca del río Congo o Zaire, en África Centro Occidental.

Gracias en parte a la mano de obra esclavizada se multiplicaron los ingenios: Boca de Nigua, Diego Caballero, Cepi Cepi, Engombe fueron algunos de los centros de producción proveedores del azúcar que procuró tantas ganancias a la Colonia.

Hoy en día, ni una placa conmemora tan trágicos eventos, parte integrante de la historia de la humanidad y de los cuales Santo Domingo tiene la primicia en América.

El barrio cargado de historia merece un desagravio que los vientos de cambio que soplan sobre la República Dominicana podrían promover.

Hacer de este sitio, tan eminentemente simbólico, un lugar de memoria sería una forma útil de invertir el segundo desembolso del maná que el Banco Interamericano de Desarrollo verterá para la valorización de la zona intramuros.

La meta debería ser, a mediano plazo, un museo de la esclavitud, pero -en su defecto- un memorial ilustraría este hecho relevante tanto para los moradores del lugar como para aquellos turistas interesados en datos históricos y, de manera más particular en la historia de la esclavitud.

Se les recordaría a los visitantes que se pasean por el lugar mismo de la trágica llegada al suelo americano de hombres y mujeres trasladados de África que fueron vendidos como mercancías y terminarían convirtiéndose en un componente fundamental de la identidad del pueblo dominicano y de muchos otros pueblos de la región.

Otra leve alusión a este pasado se encuentra en el recinto de la hoy en día “catedral” de Santa Bárbara de los Hombres del Mar. Con su restauración, la primera parroquia de la ciudad de Santo Domingo fue entregada por el gobierno del presidente Danilo Medina para convertirse en sede de la diócesis castrense de la República Dominicana.

Con esta donación la iglesia pasó a ser la catedral de dicha diócesis, siendo desvirtuada de su función primera: ser una iglesia de pobres y para los pobres, el santuario de los marinos, construida sobre las canteras de donde los esclavos extraían las piedras para las edificaciones de la ciudad colonial.

El proyecto de lo que iba a ser la intervención fue socializado con los moradores con anterioridad por la Oisoe, como entidad gubernamental encargada de la remodelación.

En el proyecto integral propuesto se prometía tener espacios abiertos a la comunidad y aportar a su desarrollo. Sin embargo, la pomposa restauración, en un estilo kitch o Disney, que tuvo que gozar de un presupuesto ilimitado, ha restringido el acceso al templo, además de convertir el entorno en un parque de estatuas de un gusto dudoso.

En su parte trasera, fuera de la vista, encima de un anfiteatro disfuncional, se puede observar lo que se puede calificar como una manada de esclavos, algunos de pies y otros sentados, cuya gestualidad no queda muy clara.

Salvo la restauración desnaturalizante de la iglesia-catedral, la revitalización de la Zona Colonial no ha llegado aún a Santa Bárbara. Muchos edificios están prácticamente abandonados mientras otros albergan numerosas imprentas y pequeños comercios que contrastan con la renovación de la iglesia.

El barrio cargado de historia merece un desagravio que los vientos de cambio que soplan sobre la República Dominicana podrían promover.