El recorrido que iniciamos en el barrio de Santa Bárbara sobre los pasos de la memoria histórica, siguió con una parada en la Casa Grande de Palavé o Palacete de Palavé que, según los historiadores, fue erigido a finales del siglo XVI por una de las prominentes familias que llegaron a la isla y se dedicaron a la producción de azúcar. Se encuentra hoy en día enclavado en la comunidad de Hato Nuevo, Manoguayabo.

En el siglo XX Batey Bienvenido, Lechería, Caballona, Hato Nuevo y Palavé fueron de los principales bateyes del ingenio Río Haina. Palavé era el centro de las comunidades cañeras de la zona, de donde partían bueyes, talleres, vagones, y alojaba almacenes de maquinarias que intervenían en el proceso de producción de la caña.

Con el colapso de la industria azucarera estos bateyes se transformaron en barrios y comunidades rurales cuyos moradores siguen viviendo con múltiples carencias.

El palacete de dos pisos ostenta un campanario, que es la parte más alta del edificio, en el centro del muro frontal. Construido en piedra, tapia (barro apisonado en un molde y después secado al sol) y ladrillo, no es un ingenio sino una imponente residencia que revela el estilo de vida señorial de los grandes hateros o terratenientes de la época.

A pesar de su valor histórico y de ser testimonio del estilo arquitectónico introducido por los colonizadores, lugareños construyen casas que se acercan cada vez más al edificio sin que ningun deudor intervenga.

Escondida, en el medio de una comunidad deprimida, la casona no guarda relación con el entorno de este suburbio de la capital. En la actualidad no tiene un letrero que indique que depende del Ministerio de Cultura ni informaciones sobre su valor patrimonial y su ubicación en la ruta de los ingenios.

Se debe agregar que, cuando visitamos el lugar, tampoco había allí ningún guardián o responsable, de alguna institución pública o privada.

En todo caso, se trata de una pequeña joya, huérfana de la promoción, protección y mantenimiento adecuado para garantizar su conservación y   transformarla en una atracción para visitantes, tanto nacionales como extranjeros, que podrían ser atraídos por su belleza y por la historia que encierra.

Más impresionante y en un entorno más preservado que el de Palavé se encuentra el conjunto arquitectonico de Engombe, que fue nuestra tercera parada.

En este caso, ya no se trata solamente de una casa señorial sino de varias edificaciones construidas en el siglo XVI, según las crónicas, por Pedro Vásquez de Mella y Esteban Justinián, en la ribera del río Haina.

Estas fueron levantadas cuando se fundó el ingenio Santa Ana, primero del continente americano y que fue uno de los más importantes de la época colonial. Pasó a llamarse Engombe, nombre tomado de una tribu bantú del Congo, “Ngombe”.

En 1536, la propiedad contaba entre sus trabajadores 20 españoles y más de 120 esclavos africanos. Según el informe del arzobispo Alonso de Fuenmayor, en esa época también había allí 80 aborígenes trabajando como esclavos.

Además de amplios cultivos de caña de azúcar y frutos diversos, contaba de varias haciendas dedicadas a la ganadería.

Las ruinas de Engombe están ubicadas en el Parque Mirador del Oeste, próximo al peaje de la avenida 6 de Noviembre. Las tierras del complejo arquitectónico colonial y las que rodean el ingenio fueron propiedad de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), sin que se hicieran investigaciones arqueológicas en el lugar, a nuestro conocimiento. La UASD realizó una operación inmobiliaria con las tierras que circundan las ruinas.

El espacio fue declarado área protegida en el año 1993 por el presidente Joaquín Balaguer. Luego pasó a ser Monumento Nacional y más tarde fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

A pesar de la riqueza cultural y la importancia histórica que encierra, no muchos conocen el lugar y resulta, como en el caso de Palavé, sorprendente encontrar fuera de contexto un conjunto de obras de naturaleza colonial tan importante.

Además de la casa señorial, en Engombe se puede ver una iglesia, las ruinas de un galpón y de un trapiche esparcidos en un paraje boscoso y tranquilo a pocos metros del río Haina.

En cualquier país que se precie de turístico, ruinas de esta relevancia hubieran sido restauradas considerada la importancia del acervo cultural que encierran y de su gran potencial.

Ellas forman parte de la poca explotada ruta de los ingenios o ruta de la esclavitud.  El conjunto arquitectónico, que debería tener una verja perimetral y un lugar de parqueo, se presta al establecimiento de un pequeño museo sobre la ruta de los ingenios y la esclavitud, de una cafeteria con una terraza al aire libre y de una tienda.

La llegada de los negros africanos esclavizados, justamente a estas mismas zonas del país, dio inicio a la formación de la actual composición étnica del pueblo dominicano. Las primeras poblaciones negras se fueron mezclando con otras migraciones negras, como las de los libertos norteamericanos o los llegados de otros puntos de las Antillas, sobre todo de las Menores, así como con el resto de la población y otras olas migratorias.

De la travesía desde sus tierras lejanas los africanos trajeron el inmenso traumatismo de la esclavitud, así como las tradiciones culturales de sus pueblos de origen que se expandieron y desarrollaron localmente y que encontramos, entre otros, en los bailes folklóricos, la religiosidad popular y algunos manjares criollos.

La historia de la esclavitud en Palavé y Engombe, como en el barrio de Santa Bárbara es una hisoria socavada, no muy bien contada, que se ha ido diluyendo con el paso del tiempo a pesar del interés que genera en las nuevas generaciones dominicanas y en el mundo y que el gobierno del cambio debe rescatar.