Conversaba recientemente con un amigo peledeísta sobre la situación actual de la educación en el país. De manera apasionada daba cuenta de las grandes luces de la reforma educativa del Presidente Medina. Su pasión nubló la capacidad de también ver las sombras.
Lo invité a “salirse del bosque para que pudiera ver los árboles”. Le dejé saber que “actualmente en educación ha habido muchas luces pero también muchas sombras”. Cuales sean más, bien pudieran señalarlas algunas reflexiones críticas, ayudando con ello a la mejora.
Primero, la revolución educativa no tiene un discurso pedagógico visible. Al ser nominada como “la reforma del Presidente Danilo Medina”, sustituye el discurso pedagógico por un discurso político con tinte demagógico. Si de alguien resultara ser la citada esta reforma, muchos serían los nombres que precederían al del Presidente.
Segundo, es una revolución centralizada y poco democrática. Violentando el espíritu de la “descentralización” en la gobernanza educativa que aparece de manera reiterativa en la Ley de Educación vigente (66’97), las decisiones que deberían ser tomadas en el seno de las Juntas Regionales de Educación las toma unilateral el Ministro sin la más mínima participación de los profesores y los representantes de la comunidad.
Tercero, en esta revolución “el sol no sale para todos”. Mientras se exhiben grandes construcciones en muchas comunidades, en otras tantas todavía se imparten clases en chozas “aletrinadas”. Los medios presentan a diario cientos de casos que documentan este grito de protesta.
Cuarto, en esta revolución el milagro de los panes y los peces es excluyente. En muchas comunidades no ha llegado la tanda extendida, ni el desayuno escolar, ni la comida, ni los encantos pedagógicos que pregona la insistente y costosa propaganda ministerial que trata de vender el “nuevo paraíso educativo”.
Quinto, esta revolución tiene mucho dinero pero pocas ideas. Sus “promotores” son buenos para importar “recetas pedagógicas, copiarlas, adaptarlas y aplicarlas esperando que funcionen mágicamente. De la misma manera, importan “asesores” que resucitan enlatados fracasados y pasados de moda en otros países. Tampoco rinde cuenta de lo presupuestado y lo gastado.
Sexto, esta revolución está plagada de espejismos y alharacas. Se gastaron millones de pesos para anunciar que se evaluarían los profesores. ¡Sólo falta que también lo hagan para anunciar los exámenes de los estudiantes! ¿Acaso anuncian las empresas que evaluarán a su personal? Consumado el hecho, ¿para qué servirá?
Séptimo, esta revolución ha hecho una entrada torpe a la “república digital”. Promete dotar a todos los estudiantes de un computador. También debería proporcionar un computador a cada profesor. Ojalá que lleguen para ambos. Pero necesariamente deberá realizar primero una profunda “alfabetización digital” y enfatizar el desarrollo del pensamiento crítico, “enseñar a pensar”, “ensenar a aprender” y disponer de bancos de “objetos de aprendizaje” sincronizados con el currículum.
Octavo, esta revolución es más narcisista que solidaria. Se vende como pionera en algo ya comenzado. Entre otras cosas, no reconoce el aporte que en materia de fomento de las TICs en la educación ha realizado la doctora Margarita Cedeño, quien ha creado más de 100 Centros Tecnológicos Comunitarios (CTC), establecidos en zonas rurales del país para democratizar el acceso al conocimiento y a la información por parte de niños y jóvenes.
Noveno, esta revoluciona ha pasado a ser capitaneada hegemónicamente por un “presidenciable”. Esto cambia el foco eminentemente escolar por un foco político que viene a vigorizar la ya agigantada “parcelización” partidaria de los recursos humanos y financieros, que por su nueva intencionalidad política quedan exonerados de demostrar calidad y pulcritud.
Décimo, esta revolución luce errática, pierde tiempo “mirándose el ombligo” Pareciera caminar sin carta de ruta, olvidando que “quien no sabe hacia dónde va puede llegar a cualquier parte”. Debería rectificar su rumbo mediante evaluaciones abiertas y con amplia participación comunitaria para medir sus logros de manera sincera.
Una verdadera revolución educativa es una “estrategia de prioridades” que busca que todos los niños y jóvenes del país vayan a las escuelas y colegios, y aprendan lo que “deben aprender” y sepan utilizar esos conocimientos en su vida diaria y en la construcción de un mejor país.
Los “olvidos” y desaciertos que exhibe “la revolución educativa del Presidente Medina” indica que se debe realizar una revisión profunda de las prioridades la misma para reenfocarla. Si ellos no lo hacen, entonces, hagámoslo nosotros. Mostremos las luces y las sombras de esta revolución educativa que debe ser todos los dominicanos.