Si hay unos zapatos que no quisiera calzar ni por un segundo son los del Director de la Policía Nacional. Un puesto tan codiciado, especialmente en tiempos que debuta el Presidente Medina en su segundo gobierno, con funcionarios desgastados que se reciclan entre sí y con una sociedad ávida de cambios en el tren gubernamental.
Me aturde sólo pensar en la dimensión de la tarea que asume un jefe de la Policía Nacional cuando hace frente a la misión de mantener la seguridad ciudadana en circunstancias en la que el delito está tan desafiante y gana tanta fuerza en sus diversas modalidades. Lo cierto es que ahora se ven cosas que no se veían antes o que llegaban aquí sólo en el guión de una película de acción.
Cada día se saben de hechos violentos que azotan a la sociedad. Secuestros, robos, asesinatos, intercambios de disparos y cada crimen parece superar al otro en términos de sangre y crueldad. Es como si fuéramos rumbo a perder la capacidad de asombro y nos acomodáramos bajo la oscura sombra de la inercia social.
La semana pasada me tocaron de cerca dos hechos violentos que involucró a gente muy cercana. Sin temor a equivocarme, si no hemos sido víctimas de la delincuencia, todos sabemos de alguien que sí lo ha sufrido.
En plena celebración de su cumpleaños número 21, la hija de una pareja de esposos amigos fue asaltada a prima noche y despojada de sus pertenencias. Vaya manera la del país de celebrar tu existencia restregándote en la cara que vivimos a merced de la delincuencia y que en las calles de aquí la vida pende de un hilo o depende de uno entregar o no la cartera.
Esa misma semana, otra pareja de amigos junto a sus hijos fueron víctimas de una banda de venezolanos que se dedica a atracar en las calles y cargar con todos los relojes, prendas y celulares costosos que avisten. La familia salía de una heladería en plena ciudad cuando fueron encañonados frente a sus tres hijos para que entregaran todo. Causa espanto escuchar el testimonio de la mayor de sus hijas, de apenas 11 años, contar con detalles cómo aquellos hombres amenazaban quitarles la vida a cambio de dos relojes.
Lo cierto es que si hay un funcionario que carga pesado frente a la sociedad es el Jefe de la Policía Nacional. Sobre todo cuando la gente está en el pleno derecho de esperar y exigir que el cuerpo, al que el país y la gente misma le paga para que los proteja, a veces parece desbordado y sobrepasado por la delincuencia. Y como a mayor jerarquía mayor responsabilidad, los ojos de la sociedad se dirigen principalmente al jefe del cuerpo del orden.
Y no es de esperar menos, porque precisamente esas son las funciones del jefe de la Policía. El responsable de dirigir un cuerpo demasiado grande en el que la mala conducta no se da sólo fuera de la Policía, sino en el mismo seno de la institución.
Es común saber de subalternos que sucumben ante las garras del delito, que protagonizan hechos deshonrosos. Sin embargo, más allá de cuestionar las acciones de esos hombres, es válido también cuestionar la sociedad que los ha parido. Venimos todos de un medio social dolorosamente en descomposición.
El jefe de la Policía Nacional que asume ese cargo, bajo todos los términos que corresponden, tiene la obligación y el deber como ciudadano uniformado y como funcionario público de responder a toda la sociedad. Nosotros la obligación de exigir nuestros derechos, pedirle protección a todos los santos, que nos libre de la delincuencia, que nos mantenga los pies alejados de los zapatos del jefe y que Dios nos agarre confesados.