Hace 23 años que la vida me dio la oportunidad de publicar mis escritos. Aquella oportunidad tiene el nombre de don Ruddy González, en el desaparecido Última Hora y el crédito es de mi papá, que me prestó su columna para publicar mi primer artículo.
Por esos artículos, dos años después, Altagracia Salazar me convocó a una prueba de televisión para leer noticias en un canal de televisión. A mí que nunca me había interesado la televisión. De aquella prueba y la veteranía de La Morena, hice del periodismo un oficio del que todavía vivo y disfruto a plenitud.
Sin embargo, para sentarme a leer noticias, me costó dedicarme a estudiar locución, formarme, practicar y esperar con paciencia mi turno sentada en la banca. Llegué a televisión cuando los noticiarios estaban en su máximo esplendor. En pleno apogeo de los tiros en vivo y el despliegue bonito de producir y coordinar con la unidad móvil desde la calle a los estudios.
Me estrené en grande en un proyecto prometedor y que salía por todo lo alto, Red Nacional de Noticias (RNN). Pero no bastó llegar. Me tocó seguir formándome, mirar y aprender desde allí dentro. Pasé meses produciendo el segmento de noticias internacionales, sólo con voz en off. Aun sintiéndome lista para salir en cámara, me tocó agotar cada proceso y esperar mi turno. Sin lamentos, sin premura y sin desesperarme.
De leer las noticias internacionales, leí en las emisiones de la tarde, de fines de semana y llegué hasta la emisión estelar. Así mismo me tocó estrenarme reportando en vivo y cubriendo noticias en la calle. Pero todo en su momento, como parte del mismo proceso de avance que a uno le toca agotar en todo, en la vida misma.
Para aquellos años, la puerta de aquella oportunidad se llamó Nelson Guillén, que al igual que Altagracia, confió más en mi que yo misma. Y así, en mi momento de tener paciencia, siempre estuve rodeada de gente de quienes aprendí muchísimo, que hoy les agradezco que me hayan acompañado a agotar mi proceso en orden y que con los años, he entendido solita, con la experiencia, la importancia de aquella espera.
A uno le cuesta entender que todo tiene su momento y que por más que uno se empeñe en acelerar el tiempo, todo lleva su curso natural.
Mis líneas de hoy están llenas de gratitud. Y con ellas quiero reiterar mi eterno agradecimiento a quienes me dieron una oportunidad desinteresada. Por ellos no solo he cultivado el don de la gratitud, cada vez que me recuerdo tan novata en manos de gente grande que con su disposición, tuvieron conmigo la gentileza de la paciencia y compartieron su sabiduría. Con ellos, también entendí la importancia de rendir honor al tiempo. Que a fin de cuentas, debe ser uno de los más grandes maestros de la vida.
No vale que uno se empeñe en acelerar los procesos ni saltarse cada escalón que nos corresponde en la subida, porque cada uno de ellos cumple su función. Probablemente aquella espera sentada en la banca me formó para oportunidades como la que me dio Fausto Rosario, que hoy me permite compartir desde hace diez años, estas líneas con ustedes.