No se trata del título de una novela o de un breve cuento de ciencia ficción. Tampoco de un ciberpirata que intenta robar la identidad al profeta musulmán que jamás promovió la violencia en el Corán y cuyos Suras sí apelan al entendimiento y la hermandad, y no a la venganza ni al baño de sangre para lograr objetivos.

El asunto es de un grupo de asesinos de horca, cuchillo y turbantes, de diversas nacionalidades, inadaptados y antisociales, quienes por todos los medios pretenden imponer una utopía fanática de un Islam que no se corresponde con la realidad práctica y pacífica de millones de sus fieles en muchas partes del planeta.

Dichos sicarios no ocultan su odio manifiesto a todo lo que huela a Occidente, a los infieles. Su dogma lo constituye el terrorismo a mansalva, degollar a quienes no se arrodillan o cuestionan sus prédicas fundamentalistas, basadas en la obsoleta ley musulmana Sharia, para asesinar a hombres, mujeres o niños.

Su ataque más reciente tuvo como escenario la oficina de una revista satírica en París. Antes ocurrieron otros en Irak, Siria, Afganistán, Yemen, Nueva York, Madrid, Londres, Bélgica, Chechenia, Buenos Aires, Beirut o Japón. Mañana aspiran a dar otro zarpazo donde menos uno lo espera porque el fanático no razona ni negocia, asesina.

El atentado en Francia ha sido apenas otro toque de campana. Los hechos de dichos fanáticos patológicos están ahí: hacer correr torrentes de sangre de infieles por todos los puntos donde les sea posible, alimentados por el odio como detonante.

La antigua y peregrina idea del Califato busca ser resucitada por dichos sicarios fanáticos. Cuando los cruzados sacaron por la fuerza a los musulmanes de Europa en los primeros siglos del cristianismo, la consigna era “librar los santos lugares de manos de los infieles.” El péndulo de la historia los llama hoy sunitas o shiítas. El nombre es lo de menos. Sus balas y cuchillos hablan en su nombre, con la religión como excusa.

Al presente, la balanza de la historia se inclina desde el lado opuesto. La consigna de los sicarios que asesinan en nombre de Mahoma no ha tendido límites para el alcance de sus aspiraciones.

Ese desafío surge justo cuando Occidente se hunde en medio del materialismo, la corrupción y la ausencia de ideología más humanistas, y se impone el relativismo moral y la indiferencia al dolor ajeno. Y por supuesto, los comunicadores resultan una presa fácil para los sicarios de todas las calañas, incluidos elementos radicales del fundamentalismo islámico. No hay término medio. Mañana podría ser tarde. Mientras tanto, Europa comienza a comprender el mensaje de solidaridad frente a la amenaza inminente… Je Suis Charlie!!!