En el artículo de la semana pasada decía que es una verdad incontrovertible que los salarios reales han venido bajando en el país, y que también ha bajado la proporción de empleo formal. Pero que no hay base para sostener la teoría de que son los propios trabajadores que prefieren la informalidad, como tampoco parece haber evidencia de que sean las leyes laborales ni las tributarias las responsables de tan pobre desempeño. Entonces, ¿de quién es la culpa? Sostenía que algo ha estado funcionando mal en la economía para explicar tan pobre desempeño.
Mientras no encuentre elementos contundentes que me convenzan de lo contrario, sigo insistiendo, como he escrito en artículos anteriores, que los escasos progresos sociales son parte del modelo de crecimiento económico adoptado, con una serie de elementos que se alimentan entre sí para reforzar la dicotomía entre crecimiento sin progreso social: la estabilidad se sustenta en importación de capitales, para lo cual, se demandan políticas macroeconómicas basadas en altas tasas de interés reales en relación al resto del mundo. Estos capitales, sumados al flujo de remesas, ocasionan gradual y sistemática apreciación real de la moneda, aspecto que se une a los altos intereses reales para restar competitividad al aparato productivo. El crecimiento se sustenta en sectores no transables y no genera mucho empleo formal.
Los sectores empresariales intentan defenderse frente a la sobrevaluación y falta de competitividad recurriendo masivamente al uso de trabajadores inmigrantes haitianos, al tiempo que reclaman al Estado leyes de incentivo que les compensen por el lado tributario los perjuicios competitivos que les impone la política macroeconómica. El uso de mano de obra abundante de inferior capacidad productiva se traduce a su vez en tendencia a la reducción de los salarios reales, mientras que por otro lado las desgravaciones fiscales erosionan la capacidad del fisco para proveer servicios de educación y salud a la población, retroalimentando el círculo vicioso de crecimiento sin reducción de la pobreza. Para cerrar el círculo, al modelo es consustancial un alto déficit de la cuenta corriente externa, lo que obliga a nueva importación de capitales, los cuales a su vez van a financiar los crecientes déficit fiscales, generando un mayor endeudamiento del sector público.
Agréguese a ello el eterno problema eléctrico, una alta concentración de la inversión pública desde la perspectiva geográfica (Santo Domingo), y sectorial (infraestructura de transporte), así como un sistema político fundamentado en corrupción y uso clientelar del presupuesto público, para que se pudiera esperar muy poco de progreso social.
Debo admitir, en honor a la verdad y reconocimiento al actual Gobierno, que varios aspectos de ese modelo han comenzado a cambiar desde hace dos años: se han acumulado más reservas monetarias y con ello, se ha descontinuado la apreciación real de la moneda. Al revés, en esos dos años se ha registrado una devaluación real de 6.5%, con lo que se ha neutralizado una parte de la sobrevaluación acumulada en dos décadas. En adición, se ha reducido algo el déficit fiscal y se hizo un intento de bajar las tasas reales de interés, al tiempo que se han habilitado nuevos y más amplios mecanismos de acceso al crédito para los pequeños productores y políticas especiales de apoyo a las microempresas. La política presupuestaria se ha reorientado a prestar atención a las necesidades más sentidas de la población y se ha desconcentrado el gasto público, procurando llegar a segmentos geográficos y demográficos a donde nunca llegaba, particularmente a la olvidada población rural (entre los pobres, los más pobres).
Los datos preliminares indican que los resultados de este tenue cambio de política han sido más rápidos de lo que esperábamos en términos económicos y sociales. La agricultura, la industria y el turismo muestran notables mejorías, y hasta las zonas francas exhiben algunos signos de recuperación. Las informaciones de incremento de los ingresos reales de las familias campesinas y reducción de la pobreza rural son auspiciosas. No se ha reducido el desempleo, pero ha aumentado el empleo, gracias a una mayor integración al mercado laboral de gente que se mantenía al margen del mismo.
Tendencias que se fueron gestando por tan largo tiempo han comenzado a mostrar un punto de inflexión, y esperamos que un esfuerzo más continuado e intenso en esa dirección, acompañado de reformas en algunas políticas sectoriales, permitan augurar más empleo formal y mejores salarios en el futuro.