Decía Ernesto Sábato que: "los pesimistas se reclutaban entre los ex esperanzados, puesto que para tener una visión negra del mundo hay que haber creído antes en él y en sus posibilidades. Y todavía resulta más curioso y paradojal que los pesimistas, una vez resultaron desilusionados, no son constantes y sistemáticamente desesperanzados, sino que, en cierto modo, parecen dispuestos a renovar su esperanza a cada instante, aunque lo disimulen debajo de su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse fuerte y vigoroso, necesitase de vez en cuando un impulso producido por una nueva y brutal desilusión" (De su libro, Entre Héroes y Tumbas).
Tengo que creer en eso cada vez que alguien me dice que no es posible, que no vale la pena o que las cosas no van a cambiar. Algunos son pesimistas de profesión porque no militan con ninguna causa y se oponen religiosamente a todas. Los atisbos de esperanza que necesitan para volver a desilusionarse están tan guardados en su interior que a veces no los ven ni ellos mismos. Otros son pesimistas oportunistas porque les conviene no creer en algo y marcarlo constantemente con el destino del fracaso simplemente porque el éxito le obligaría a empezar a creer de nuevo.
La mayoría de las personas basculamos entre el optimismo y el pesimismo por culpa del delicado balance químico que tiene nuestro cuerpo y que nos hace levantarnos con el pie izquierdo o con el derecho todas las mañanas. Así que podríamos decir que la mayoría somos optimistas, incluso cuando por momentos todo nos parezca oscuro o "nos hieda". Hay que decir que entre los optimistas también hay categorías, algunas incluso más peligrosas que las de su antagonista. Están los optimistas por cortesía que aseguran siempre que todo va a estar bien; o los religiosos, que le dejan toda la carga a Dios como si fuera posible que el pobre se encargara del bienestar de todos los seres humanos, claro que su contraparte te diría que en realidad todos estamos mal porque somos pecadores.
Personalmente siempre me ha gustado ver el vaso medio lleno, pero reniego del optimismo ciego que se olvida de analizar la realidad y termina en muchas ocasiones por separarse de ella. Mi optimismo tiene una particularidad: se agudiza cada vez que alguien me dice que algo no es posible. No soy tonto, se que hay cosas que están fuera de mi alcance, como correr a la misma velocidad que un carro de F1 o volar sin la ayuda de alas artificiales. Para el resto de las cosas me creo plenamente capaz, hasta soy capaz de encontrar en el pesimista más dedicado ese atisbo de esperanza que quiere ser desilusionado.
Por eso aunque en nuestro país haya demasiadas razones para sentirse oscuro y pesimista yo sigo creyendo y luchando. Sobretodo sigo rodeándome de optimistas que como yo hemos decidido poner el rumbo hacia una sociedad diferente, más justa y tolerante. Cuando un particular deja de creer, el otro le recuerda las cosas que se han logrado.
Desde que decidí sumarme a la lucha por el 4% he oído mil opiniones sobre la imposibilidad de su consecución, sobre la enorme sombra política que nos cubre, sobre si somos un grupito nada más, sobre si lo que hace falta es volverse radicales, sobre si somos demasiado radicales, y una larga lista de negativas que solo buscan minar una voluntad que es más fuerte.
Podemos decidir mirar el vaso medio vació y reconocer que la asignación de un 4% no es suficiente para acabar con los problemas de este país, ni siquiera con los de la educación. De hecho creo que estamos obligados a pensar eso. Pero no podemos negar que conseguir ese porcentaje que gracias a la lucha que comenzó hace muchos años es ahora una ley, cambiaría radicalmente el estado de las cosas. No hay pesimismo que pueda negar el enorme poder que tiene una buena educación y los que hemos gozado de ese privilegio no somos ignorantes del trabajo y el dinero que les costó a nuestros padres.
Recientemente la Coalición por una Educación Digna junto a más de trescientas organizaciones han logrado un pacto con todos los candidatos presidenciales a la fecha para que se comprometan a asignar el 4% del PIB a la educación una vez alcanzada la presidencia y en definitiva a colocar la educación como una prioridad dentro de sus programas de gobierno. El pesimista diría con sobradas sospechas que los políticos nunca cumplen las promesas y que esto es solo una farsa más. El optimista iluso daría la lucha por terminada y se iría a celebrar una victoria. Podemos celebrar, aún sin dar por hecho haber alcanzado el 4%, porque el simple hecho de reunir a tantas y tan dispares organizaciones en torno a un bien común y que es esencial es un logro sin precedentes. No es un pacto de los partidos políticos, es una demanda de la sociedad civil que está siendo acatada por los candidatos porque esa sociedad le ha demostrado que está dispuesta a luchar por sus derechos.
Pero celebrar no implica una lucha acabada. El optimista al igual que el pesimista tiene que renovar su esperanza con cada paso dado, no para esperar una nueva desilusión sino para trabajar por una nueva victoria y cada paso nos acerca.
En la medida en la que logremos sumar nuestro trabajo y nuestras individualidades en torno a los bienes comunes tendremos razones para ser optimistas. Desde el Lunes Amarillo en diciembre del año pasado a la fecha, se han conseguido varias cosas, la más importante es situar a la educación como una tema de prioridad nacional, pero también se ha conseguido la asignación de nuevos fondos al presupuesto de educación y después de varios intentos fallidos se ha colocado en el ministerio a una persona que parece estar trabajando eficientemente y que ha comenzado a implementar alguna de las sugerencias del Plan decenal de Educación como la tanda única.
Sabemos que estamos en campaña y que todos quieren dejar una buena impresión, pero también sabemos que la educación es un tema fácil de ignorar porque sus logros no son fáciles de publicitar. Entonces lo que se está logrando lo está logrando la voz de la gente que se deja oír en cada reclamo. Tenemos que seguir uniéndonos los optimistas. Los pesimistas pueden sumarse a la causa también quizás con la ilusión de ser desilusionados. Yo puedo asegurar que si seguimos haciendo bien el trabajo a lo mejor encontraremos otras causas nuevas para seguir esa lucha eterna entre las ilusiones que esperan ser satisfechas y las que esperan ser pisoteadas. Me alistaré siempre en el lado de la cuadra de los optimistas.