"El odio a la verdad es patrimonio del orgulloso, del ignorante, pero sobre todo de las almas corrompidas" (P. Martin Bernstein)

En cada andar y desandar que hacemos en nuestra sociedad, de forma cotidiana, descubrimos que somos parte de los personajes que hacen posible la puesta en escena de la gran obra de teatro que ella representa. Como buena comedia, drama o tragedia, debemos reconocer que nada ocurre de manera espontanea, todo forma parte del guion, aunque nos parezca inverosímil.

Los personajes se construyen  y se asumen. Y esto queda más claro, cuando observamos las acciones y escuchamos las opiniones a nuestro alrededor. De inmediato, aparecen los actores y actrices, haciendo cada quien su papel. Unos asumieron  ser por siempre “los hazmerreír”, porque en todas las escenas  que se montan hacen de payasos, por su inconsistencia, y su cerebro infantil haciendo extravagancias. “Los intrigantes”, que tanto inciden en un lado como en el otro, torciendo la balanza donde mejor conviene a sus intereses y que luego harán el rol de “Agripinos”, para negociar y sacar sus tajadas. Mandan a tirar la piedra, quemar la goma y proponen la reunión de conciliación de las partes. “Las hienas”, son aquellos que actúan en clanes aprovechando la confusión para no ser vistas ni detectadas, viven entre la fascinación y el sarcasmo, aprovechando sus facultades carroñeras para ocupar los espacios de otros.

Están en demasías “los sabihondos”, que hablan de todo y no saben de nada; son los intelectuales de las esquinas, los parques, las paradas de conchos y guaguas, en las bancas de apuestas, salones y peluquerías, el transporte público,  desde donde definen los planes de desarrollo aplicable a los lugares. Saben de economía, cambio climático, sociología, estadísticas, literatura, política, banca, educación, turismo, agropecuaria, derecho, planificación, diplomacia, administración pública y toda la ignorancia habida y por haber. De pronto, podrían ser los consultores de las estrategias locales para todas las entidades públicas y privadas,  a fin de que la comedia nos de la risa por la eternidad.

No podemos dejar de lado a los “mimetistas”, es decir, a los sin personalidad, porque adoptan como propios los comportamientos y opiniones de otros. Ese grupo está formado en su mayoría por los adictos a las redes sociales que según el parecer alquilaron  sus cerebros, para solo reproducir y repetir estupideces, o quienes como ellos alcanzaron una profesión, y la sociedad se cansa de esperar de su parte alguno aporte, y no imaginan nada, ya que fiaron sus cerebros a favores particulares. “Los ascensores”, son los actores  que no toman escaleras para llegar a sus metas sino que toman un ascensor para obviar sacrificios, y pasar por delante, no importa si pisotean hasta a su propia madre, para alcanzar sus ambiciones.

Qué decir de los “los mercenarios y sicarios”, aquellos que reciben una paga por sus servicios prestados. Son los soldados al servicio de quienes les pagan. No les interesa el desarrollo local, están programados y orientados a realizar cualquier actividad. Ellos no se preocupan en averiguar si beneficia o perjudica a nuestro territorio, sino recibir sus platos de lentejas, que es su pago. Sus afanes y opiniones tienen un depósito bancario.

“Los desinteresados o distanciados”, no están a favor de nada. Les da igual una cosa como la otra, sea pato o gallareta, como aparentan. Sin embargo, esto no es así, están a favor de los peores intereses. Recuerdo bien claro, este personaje en un retiro espiritual con el Padre Tomás Marrero s.j., cuando llegaba la hora de las comidas, en la gratitud que hacíamos por los alimentos, al cerrar los ojos  un buen amigo abría los suyos para ver el plato más grande y terminada la oración extender sus manos para tomarlo. Eses es el papel de los indiferentes y desinteresados.

Se están introduciendo en nuestros escenarios algunos corsarios y filibusteros, al servicio de intereses foráneos, y como en otros tiempos están detrás de nuestras riquezas, para robárselas al estilo de Francis Drake, Hawkins (quien estuvo en la Isabela Histórica en 1563) y Morgan. Comprando conciencia con su “carta de corso”, comprando descerebrados, alquilando cerebros con lentejas, seduciendo a los que quieren vivir bien a cualquier costos, negociando y renegociando con el presente y el futuro y dejando a la intemperie la aspiración disfrazadas de algunos líderes religiosos y otros  políticos de patios, que están al servicio más del Diablo que de Dios, más al dictamen de sus diezmos y de los supermercados que son los partidos a los que pertenecen o se cobijan bajo sus sombras.

No quiero dejar de mencionar a “los patrioteros sin banderas”: los bufones de la nacionalidad, quienes apuntan repatriar a los negros y dejar en paz a los blancos, aunque estos últimos no tengan ni actas de nacimientos. Son los paranoicos de los campos de batallas fáciles; patriotas frente al indigente de Haití, y entreguistas confesos, profesos y genuflexos que ponen sin menoscabo sus narices frente al trasero de las grandes potencias extranjeras, jartas de cagarnos en la cara y orinar sobre nuestras leyes y nuestra bandera, cuantas veces les viene en ganas. Son los grandes payasos de circos y comedias baratas, que dan más risa por la cursilería que por la actuación.

Cualquier parecido con la realidad dentro de los Partidos Políticos nuestros y las organizaciones sociales y religiosas, es pura coincidencia. Los demás personajes de la comedia, los dejo a la imaginación tan prodigiosa de mis cómplices lectores. Esa imaginación tan perfecta que al decir de Santa Teresa de Jesús, “la imaginación es la loca de la casa”.