A Gustavo Olivo Peña, porque aun cuando el tiempo “real” se ha convertido en un tiempo crítico, crudo y largo, inhabitable, inhospitalario, helado, sombrío y salvaje, donde abunda toda clase de miseria, y donde impera la soledad como un terreno fértil para reflexionar, tu ejercicio periodístico es una obra laudatoria, que representa en definitiva tu propia biografía… que  es una biografía de valentía.

Luego de recibir el Premio Nobel de Literatura en 1957, Albert Camus (1913-1960) concedió distintas entrevistas. Tenía entonces 44 años. Al preguntársele hacia dónde dirigiría su obra y su creación contestó: “Sin duda será el teatro. Cada vez que siento con intensidad aguda una cosa busco el teatro para expresarla. En él encuentro esa amistad y esa aventura colectiva de que siento necesidad y que son todavía una de las maneras más generosas de no estar solo”.

Los Justos de Camus, obra a la cual nos vamos a referir en el transcurso del desarrollo de este texto,  está escrita desde  diversos planos: un plano real, un plano histórico, un plano humano, un plano político y un plano existencialista de pura moral que el público lector o el público espectador puede poblar de subjetividades y de pertenencias.

Ahora, los invito a leer conmigo  a  Los Justos [1] a través de distintos fragmentos que muestran  la  búsqueda de la justicia y de la libertad como  ideología,  como convicción, como compromiso  con la verdad,  antes que  abandonarse a la mentira, ahora que la obra tiene una gran  vigencia, lo cual se hace evidente por los procesos, sucesos y discusiones que trae la derrota de las cuestiones éticas que la humanidad vive como drama.

KALIAYEV.- El encarnaba  la suprema justicia, la que hace gemir al pueblo (…) desde hace siglos. Por ello, sólo recibía privilegios. Aunque yo me equivocara, la prisión y la muerte son mi pago.

El teatro  de Camus tiene características muy propias, pero en especial,  muestra su incansable interés por dignificar a la existencia. En Los Justos no se puede relegar a un segundo plano el elemento más significativo de su teatro: la moral como meta que, satisfactoriamente,  su dramaturgia alcanza como propósito, como hecho trascendente, como proceso que urge identificar sin falsos  epílogos o teorías.

Camus dio al teatro del mundo un teatro con verdades, ya que un hombre de teatro antepone a su interés individual las enseñanzas, aun cuando explore el teatro político sin correr los peligros del panfleto político.

KALIAYEV.- (…) Soy socialista revolucionario/ Hay demasiada miseria y demasiados crímenes. Cuando haya menos miseria, habrá menos crímenes. Si la tierra fuera libre, tú no estarías aquí.

DORA.- Espero que me llames,  a mí, a Dora, que me llames por encima de este mundo envenenado de injusticia…

KALIAYEV.- Hay algo todavía más abyecto que ser un criminal: forzar al crimen a quien no ha nacido para él. Míreme. Le juro que yo no había nacido para matar.

DORA.- Te quiero con el mismo amor fijo, en la justicia y las prisiones (…) No somos de este mundo, somos justos. Hay un calor que no es para nosotros. ¡Ay, piedad para los justos! [2]

Me siento ser espectadora al transcurrir los años, desde una primera lectura en la adolescencia, de Los Justos de Albert Camus de una manera especial,  en la cual sobresale mi amor a sus palabras con soledad, con una profunda soledad, porque mi generación no navega hacia ninguna orilla ni se atormenta por nada; no se desarma  ante la oscuridad  de este tiempo,  es autista, muere en segundos; no escucha ni a la duda ni al vacío sonoro, estrangula a la espera; solo señala como “justo”  valor de la humanidad la vanidad del oro, y es entonces cuando cruzando esa frontera  viajera me lleno de repudio hacia los que no son justos, que se dejan sepultar por el destierro del polvo y seducir por los pordioseros políticos que arrogantemente les abren un proceso  a quienes no claudican.

Desde la relectura de Camus mis ojos solo saben beber tristezas, tristezas en el dolor, aún cuando pueda festejar el oxígeno que trae a mis pulmones, porque  otra vez me ha permitido darme cuenta que no hay nada más grande que la dignidad humana como sentimiento, como valor.

KALIAYEV.-No iré a aumentar la injusticia viviente con una justicia muerta. [3]

El teatro de Camus hace que el espectador se involucre en cada fragmento, que  levante las cejas con severidad, que aclame en silencio el clímax de cada acto, la cumbre de su pensamiento, las líneas dramáticas llenas de poesía, de tormento alimentado por la protesta crítica.

¿Qué es esta pieza teatral Los Justos? ¿Una divagación sobre la existencia desde la justicia rebelde de Camus;  la expresión de una terrible orfandad del mundo que se discute o dirime desde el argumento del crimen político, desde la convicción de la solidaridad con los débiles para calmar la impavidez de los cobardes?

La lectura de Los Justos me deja sin consuelo y en desamparo; me hiere y no calma mi desesperanza; solo reafirma mi pesimismo de antes, mi horror ante la impiedad de los poderosos, y no sé si es más cómodo la resistencia pasiva o asumir la clandestinidad.

Inevitablemente el realismo poético de Camus hace que una asuma los tormentos, y cuestione los dilemas de la miseria moral de la humanidad. Ahora, en estos tiempos, una no puede estar dormida, sino agitada por la supervivencia de los justos, aunque constituyan una amenaza para el sistema.

Los Justos es una obra estremecedora, de una aguerrida grandeza verbal, que observa al inocente como una criatura a la cual no se le puede suprimir la vida ni realizar contra ella acciones discriminantes  para hacerla víctima de la opresión desenfrenada.

Su  argumento  gira en torno a la justicia, su  ideal, que es la causa absoluta de la angustia: suprimida por la suprema desgracia de la crueldad del absolutismo tiránico y el desequilibrio de las riquezas. Por ello, el hablante literario se atrinchera en el amor, fuertemente, para punzar su conciencia y orquestar una escala valorativa de lo opuestos.

KALIAYEV.-Los que hoy se aman, deben morir juntos si quieren juntarse. La injusticia separa, la vergüenza, el dolor, el daño  que se hace a los demás, el crimen separa. Vivir es una tortura, ya que vivir separa… [4]

Todo el desarrollo de la obra está lleno de interrogantes cargadas de connotaciones existenciales, de un espíritu que en desasosiego reclama discutir una comprensión sobre la bastardía de los valores presentados como cuestiones o principios en los cuales el hablante dramático poético reflexiona, puesto que las inequidades están en las almas inescrutables de los tiranos y de los políticos del sistema; son el vómito repugnante de la injusticia.

Como texto dramático Los Justos no es de un lenguaje cargado ni resentido; es el lenguaje que invita a los desposeídos a reflexionar sobre los abusos, la explotación del hombre por el hombre de manera forzada, humillante y degradante, a través de una  asfixiante desventura, porque los desheredados de la tierra mueren de miseria y en la miseria.

¿Pero  que representa el amor en Los Justos, esa defensa de Camus del amor? ¿Bondad, piedad,  misericordia o armonía afectiva?, a lo cual me respondo: -Tal vez, quizás, un acto de honradez, una inquietud ingenua de afecto,  egoísmo inmediato… quién sabe.

KALIAYEV.-Hoy sé lo que no sabía. Tenías razón, no es tan sencillo. Yo creí que era fácil matar, que bastaba la idea, y el coraje. Pero no soy tan grande y ahora sé que no hay  felicidad en el odio. Tanto mal, tanto mal, en mí  y en los otros. El crimen, la cobardía, la injusticia… (…) Pero llegaré hasta el fin! ¡Más lejos que el odio!

DORA.- ¿Más lejos que el odio? No hay nada.

KALIAYEV.- Está el amor.

DORA.- ¿El amor? No, no es eso lo que se necesita.

KALIAYEV.- Oh, Dora, cómo lo dices tú, a mí, que conozco tu corazón…

DORA.- Hay demasiada sangre y dura violencia. Los que aman de verdad la justicia no tienen derecho al amor. Están erguidos como yo lo estoy, con la cabeza alta, con los ojos fijos. ¿Qué iría a hacer el amor en esos corazones orgullosos? El amor curva dulcemente las cabezas (…). Nosotros tenemos la nuca rígida.

KALIAYEV.-Pero nosotros amamos a nuestro pueblo.

DORA.- Lo amamos, es cierto. Lo queremos con un vasto amor sin apoyo, con un amor desdichado. Vivimos lejos de él, encerrados en nuestras habitaciones, perdidos en nuestros pensamientos. ¿Y el pueblo nos quiere? ¿Sabe que le queremos? El pueblo calla, Qué silencio, qué silencio…

KALIAYEV.- Pero eso es el amor; darlo todo, sacrificarlo todo sin esperanza de reciprocidad.

DORA.- Tal vez. El amor absoluto, la alegría pura y solitaria es la que me quema, sí. [5]

Los Justos nos deja a todos demasiado al desnudo: con dolor y con horror. Camus nos hace responsables de llorar, de continuar teniendo anhelos con firmeza para tratar de fustigar a los injustos, siendo nosotros insobornables. Debemos de mirarnos juntos, generación tras generación, de frente,  cara a cara. No basta con existir y abandonarse cada uno a su suerte en el drama retorcido que la vida nos construye instante tras instante.

!Qué compleja es la humanidad, y que desgraciada a la vez, cuando infernalmente se llena de odios, miedos y temores!

STEPAN.- Para nosotros que no creemos en Dios, se necesita toda la justicia; si no, es la desesperación.

DORA.- Hace falta  tiempo para querer. Apenas tenemos tiempo bastante para la justicia.

STEPAN.- Tienes razón. Hay demasiado que hacer; es necesario destruir este mundo…

La dramaturgia de Camus requiere de un proceso de aprendizaje que nos impulse a que  nuestro espíritu no se deje sobornar por aquellos que quieren fustigar las esperanzas de los jóvenes, su arrojo y valentía en sus luchas contra el despotismo.

Sé que, aún cuando la tierra se muere de dolor, habrá un mañana; una cara nueva que esta generación necesita sin revanchas.

La grandeza de Los Justos es la gesta significativa que representa la gesta del riesgo, de perecer por un ideal que es el triunfo máximo del sacrificio y la plenitud de la satisfacción. Tiene  la poética de la emergencia de la verdad, de la palabra como una hiedra que custodia aquel “locus amoenus”  del sueño exaltado por esa abstracción compleja de los pueblos que nos lleva a la catarsis en nombre de la libertad.

No hay catarsis más dolorosa  -para el desafío de la posteridad de los pueblos- que aquella que frustra el sueño de la libertad. La guerra es un sacrificio letal, una conjura maldita, mil veces maldita,  que nos priva de la metáfora y el mito de la canción de la muerte como un viaje que se disfraza paganamente como el símbolo de la eternidad.

¿Cuántas claves de decisiones éticas puede comprender esta obra que inmoviliza al público espectador? ¿Por qué nos exige liberarnos del miedo, e irremediablemente de la herencia de la destrucción?

¿Qué destinos o relaciones híbridas escondemos cuando la memoria, las pulsiones y  la pasión alteran nuestras decisiones sin mirar hacia atrás?

Son múltiples y muchas preguntas las que Camus hace  que nos plantemos, y a aquellos que creen en el nacionalismo a ultranza, a los que reúnen las palabras en un liderazgo político y conspiran contra la colectividad iletrada retándola a no pensar, pero a sentir confianza ante la mentira como monstruo fabuloso para construir quimeras.

Cada  texto que se escribe es memoria; una memoria que se grita en los pueblos como la memoria de la muerte ante la injusticia, ya que nos lleva a sentir un nosotros como una acusación de voces  interiores que nos piden actuar, actuar con resonancias ante la crisis del honor, la justicia, la verdad y la ternura.

No puedo explicar la obra, porque el público debe encontrar su autorrealización en este drama colectivo universal, que encarna la libertad de amar la justicia como valor máximo y victoria moral ante la opresión.

KALIAYEV.-Los hombres no viven sólo de justicia.

STEPAN.- Cuando les  roban el pan, ¿de qué podrían vivir, sino de justicia?

KALIAYEV.-De justicia y de inocencia.

Por Camus aprendemos a ser existencialistas y a ver, a través de sus personajes, los conflictos existenciales entre los otros; conflictos que serán eternos mientras se viva la vida  como un desasosiego o un deber de  ir autodescubriéndose,  compartiendo con todos las decisión de morir sin renunciar a lo que amamos, que es  al decir de Yanek, el poeta, con nombre de  terrorista:

KALIAYEV.-Hay que estar muy seguro de que llegará ese día para negar todo lo que hace que un hombre consienta en vivir.

No obstante, no podemos negar que Los Justos es una obra política en su fin; política en su ritmo, política como drama, y encarnación de la sinceridad de una conciencia creativa como la de Camus, que hace que su obra vaya en crecimiento acto tras acto.

Leer  Los Justos es un honor, un honor que debemos amar.

[1] La trama de Los Justos se desarrolla en cinco actos, en un pequeño piso, desde cuya ventana se observa el ritmo de la vida en la calle, escenario en el cual el espectador  observa los conflictos en dos tiempos: el real y el del instante como proyección hacia el tiempo posible, entendido, no obstante, como tiempo cronológico que los personajes viven como tiempo sincrónico. Su argumento “las circunstancias que precedieron y sucedieron a un hecho histórico-el asesinato del Gran Duque Sergio, tío del Zar, en Moscú en 1905”. Los Justos se estrenó en el Teatro Hébertot de París el 15 de diciembre de 1949.

Para las referencias de intertextualidad de este artículo nos apoyamos en la edición del “Teatro”  Albert Camus (El Malentendido, Calígula, El Estado de Sitio, Los Justos), traducción de Aurora Bernárdez y Guillermo de Torre, 4ª edición, de la Editorial Losada, S. A. (Buenos Aires, Argentina, 1957).

[2] ¿Que representa Los Justos? Un extremo desafío, miedo-soledad-terror,  conciencia del mundo en una época de destrucción interior, donde el poder se convierte en un arma de sometimiento ¿Acaso han cambiado las circunstancias sociales, políticas y humanas que se confrontan en esta obra (de 1905 al 2012) en cien años? –No. Aún persiste en el mundo el verbo redimir, la pobreza, el verbo conjugado morir-viviendo, la coerción política como cadena a la conciencia, las órdenes superiores y la grandiosa piedad de los justos ante los privilegios.

[3] Los Justos es una obra inmensa escrita con  una sensorialidad de excitaciones  instintivas, de angustiosa rebeldía, de punzante deseo de derribar las hipocresías; no es sencillo desvincular al dramaturgo de su extraordinaria sensibilidad social y de su profundo sentido de justicia, aún cuando es una utopía desafortunada la justicia. La obra abre un código para estremecer al espectador mediante las interrogantes de sus personajes, desde  un nervio sollozante, al cual hay que ponerle oído para no rendirse de manera felina.

[4] Si bien es cierto que una puesta en escena puede provocar una o varias lecturas distintas a la del texto, hay puestas en escena como Los Justos que provocan dolor, lágrimas y ternura. Los aplausos o los ademanes de aplaudir petrifican y los espectadores somos víctimas de la trascendencia de la vida de los personajes; víctimas de un dramaturgo  como Camus, víctimas de odiar los horrores, de rabiosamente buscar que la humanidad  se ame, que sonría, aun cuando languidecemos con inocencia.

[5] La dramaturgia de Camus propone el sentido de lo verdadero. Escrita en cinco actos, en la cual actúan ocho personajes, esta pieza es de un lenguaje eficaz. No es teatro histórico ni teatro ceremonial, es drama de una insistencia especial para  identificar el alma, la urdimbre del espíritu rebelde, angustiado, comprometido ante una situación política que se precipita a un destino incierto: morir por la causa sin lograr el objetivo común.