La idea de la soledad está íntimamente relacionada con la muerte. Tiempo de un espacio prolongado indefinidamente. De ahí que la soledad no sea, como sucede con la muerte, el tiempo final de un universo fenoménico. No, la soledad no es algo que en realidad no existe, algo que incluso al ser abolido, cabalmente al serlo y por ello mismo, aparece existiendo como lo que era antes del hecho de su abolición, si bien ahora ya está suprimido. El tiempo no queda suprimido por la mediación con cierta posteridad, sino que la soledad es ya, en ese mismo instante de su aparición, otro tiempo, más arduo y solemne. Un tiempo más profundo que la imagen lineal que captamos.

De ahí que toda vida es inseparable de la muerte, de su propio vacío como espectro y referencialidad. La esencia de la fotografía es precisamente esa obstinación del referente como imagen. La fotografía es más que una prueba. Ella nos muestra no sólo algo que "ha sido", un mito, sino que también y ante todo demuestra que ha sido. En la fotografía permanece de algún modo la imagen como referente, de lo que fue y ya ha muerto.

Las imágenes son superficies significativas. En la mayoría de los casos, éstas significan algo "exterior", y tienen la finalidad de hacer que ese "algo" se vuelva imaginable para nosotros, el abstraerlo, reduciendo sus cuatro dimensiones de espacio y tiempo a las dos dimensiones de un plano. A la capacidad específica de abstraer formas planas del espacio-tiempo "exterior", y de re-proyectar esta abstracción del "exterior", se le puede llamar imaginación. Esta es la capacidad de producir y descifrar imágenes, de codificar fenómenos en símbolos bidimensionales y decodificarlos posteriormente.

En jardines de luz. Cementerios dominicanos (1999), estas ideas anteriormente expuestas revelan una expresión temporal y simbólica. Mientras la mirada registradora de Maritza Alvarez se desplaza sobre la superficie de la imagen, su cámara va tornando de ésta un elemento tras otro: establece una relación temporal entre ellos. También es posible que regrese a un elemento ya visto y, así, transforme el "antes" en un "después". Esta dimensión temporal, (por el registro óptico de algunos cementerios parece contar un sueño) es, sin embargo, una dimensión de regreso eterno. Pero, ¿acaso hay algo que retorna? La mirada puede volver una y otra vez sobre el mismo tema: el carácter mágico de los cementerios. El mundo de la magia, técnicamente, difiere del mundo de la realidad histórica, de la muerte, donde nada se repite jamás, donde todo es efecto de causas y llega a ser causa de ulteriores efectos.

La muerte dice siempre en Maritza Alvarez, el nombre de un secreto: la irrupción temporal o explicación de un mausoleo. Su "cámara lúcida" captura el nombre público, el nombre común de un secreto, el nombre común de una fosa sin nombre, por lo tanto, siempre un schibboleth, pues el nombre manifiesto de un secreto es, de entrada, un nombre privado, y convierte cualquier lenguaje sobre la muerte en una gran historia de sociedad secreta, ni pública ni privada, semiprivada, semipública en la frontera entre ambas, una especie, de religión oculta de esperarse, como escribe Jacques Derrida (1997). Puede haber allí una historia de la muerte, bagaje de un entierro sin fin, cultura del deceso, etnología del rito mortuorio, del sacrificio ritual del trabajo del duelo, de la sepultura, de la preparación para la muerte, de un más allá sin fin del tiempo interrumpido; sobre el papel hay un doble de la realidad, presencia fugaz del objeto, tiempo de nadie. Allí cesan las contradicciones y los sueños. La muerte ya no pertenece al mundo. Es siempre un escándalo y, en ese sentido, trasciende siempre el mundo. Otro espacio prefigura su aporía. Entre el paso de morir que marca ya un doble hiato (respecto de la vida que se deja así, pero también, respecto del ser vivo en general, puesto que los animales, dentro de esa hipótesis no mueren), y el "propiamente morir", hay, por consiguiente, otra visión que la artista dominicana propiamente no refuta. Mientras que sí sugiere una pregunta que no se plantea, que no resulta ser una nueva modalidad de expresión en sus fotos, sino como ente de interrogación sin datos.