(Reseña del libro de Alejandro Paulino Ramos)

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¿Cuál fue la posición política de los personajes del Congreso de la Prensa durante y después de la intervención militar norteamericana?

Arturo J. Pellerano Alfau, fundador y director del Listín Diario, era presidente del Ayuntamiento en 1917 durante la ocupación militar yanqui, al igual que lo fue el futuro presidente provisional de la dictadura comisaria Juan Bautista Vicini Burgos, y el sucesor en el mando del periódico, Arturo Pellerano Sardá, encabeza discretamente la lista de socios del Congreso de la Prensa que, ya para noviembre de 1920, ha despertado del letargo en que el gobierno yanqui sumió a la despistada clase política dominicana.

Aunque Rufino Martínez no se ocupó de la cúpula del trujillismo en su Diccionario histórico-biográfico dominicano (SD: Editora de la UASD, 1971), sí lo hace en Hombres dominicanos. Rafael Leónidas Trujillo y Ulises Heureaux, t. III. SD: Editora del Caribe, 1965.

Si no se ocupa de Arturo Pellerano Sardá, prueba es de que este no tuvo ninguna significación política en el trujillismo y sí histórica en el periodismo, pese a que fue diputado de dedo durante la dictadura, la cual le cerró el periódico por asunto de competencia con el diario oficial La Nación, fundado en 1940; y, comerciante avasallador como era Trujillo, vislumbró que La Opinión, también ahogado por el régimen de partido único, se convertiría en el diario oficial de la mañana, El Caribe, en 1948.

Sin embargo, este Pellerano Sardá recibe el horacismo como herencia política de su padre. ¿De qué forma? Lo explico al estudiar las ramificaciones familiares de los intelectuales orgánicos de la naciente oligarquía criolla en mi libro El impacto cultural de la primera ocupación militar norteamericana en la República Dominicana (SD: Editora Universitaria, 2016), donde afirmo: «Debido a las enormes ramificaciones y relaciones familiares, políticas y empresariales de Vicini Burgos con la clase gobernante del país, esta figura simbolizaba el clientelismo y el patrimonialismo que reinó en la República Dominicana antes de la ocupación militar norteamericana y que será endosado a Horacio Vásquez y Trujillo después de la salida de las tropas de ocupación. Vicini Burgos fue hasta 1922, presidente del Ayuntamiento de Santo Domingo, y estaba vinculado por lazos políticos, comerciales, industriales y familiares al horacismo, al Listín Diario, cuyo director, Arturo J. Pellerano Alfau, era diputado horacista al Congreso Nacional y por vía de consecuencia, todos relacionados con los Henríquez y Carvajal, emparentados por lazos familiares con el empresario periodístico, puesto que el abogado y escritor Federico Henríquez y Carvajal estaba casado con Luisa Ozama Pellerano. Pero incluso, si se mira con ojos de hoy el árbol genealógico de Vicini Burgos se observa que sus lazos parentales, políticos y empresariales le ligaban a medio país.» (Pp. 53-54).

Estas ramificaciones empresariales y políticas de la naciente oligarquía dominicana explican la subordinación del Congreso de la Prensa a esos intereses y, los periodistas, en su papel de intelectuales orgánicos, llevarán la carga pesada de la lucha orientada a sacar a los norteamericanos del país para que la fracción burguesa que luchó contra la montonera, vuelva a dirigir los destinos del país a través de políticos profesionales puestos en el poder por ella y no por caudillos o caciques regionales a los que esa clase social no controlaba.

El rol de domesticación de los caudillos y caciques comenzó con las dos primeras Órdenes Ejecutivas o leyes de censura de prensa y de desarme general impuestas por los norteamericanos. La dictadura comisaria de Vicini Burgos es en producto de esas medidas del gobierno militar yanqui, como lo será el gobierno de Horacio Vásquez, que será sustituido de inmediato, una vez cumplido su papel de legitimador de todos los actos del invasor, por un nuevo caudillo que controlará todos los poderes del Estado y subordinará a su persona, durante más de treinta años, a las fracciones oligárquica y burguesa.

Esto explica como natural el paso del horacismo caído el 23 de febrero de 1930 al nuevo amo, Trujillo, articulador del golpe de Estado, y que tal caída del horacismo fuera consecuencia directa de dos acontecimientos económicos: la depauperación de la pequeña burguesía empresarial e intelectual a causa de la caída de los precios del azúcar en el período 1922-25 y que remató del crack de laBbolsa de Valores de Nueva York en 1929 y sumió en la depresión a todas las economías del mundo occidental, comenzando por la de los Estados Unidos, la que vino a iniciar su recuperación con el primer gobierno de Roosevelt.

La implacable campaña de prensa contra el gobierno de Vásquez por parte los  intelectuales orgánicos pequeños burgueses del Congreso de la Prensa remató aquel régimen cuando se propuso prolongar su mandato para el período 1930-1934.

Y en esta virulenta campaña, el papel preponderante le correspondió al periódico La Información, no al Listín Diario, cuyas ramificaciones con el horacismo y con los Vicini se lo impedían. En cambio, La Información, de Santiago, gozaba del prestigio de que su director, Rafael César Tolentino, había sufrido exilio por haber combatido con su pluma, la ocupación militar. Y no solo él, sino su hermano Vicente, y los demás colaboradores como Joaquín Balaguer y Jafet Hernández, antihoracista furibundo, asociados al bufete de abogados de Rafael Estrella Ureña, seudo-líder del golpe del 23 de febrero de 1930, nombrado presidente provisional a la caída de Vásquez, pero eliminado rápidamente de la contienda electoral del 16 de mayo de 1930 por el verdadero poder: Trujillo.

Este es el contexto donde se produce el teatro de luchas entre el horacismo, algunos restos del jimenismo y el trujillismo y la lealtad del grupo santiaguero de Estrella Ureña atrapado en la falsa percepción de que su líder era el artífice verdadero del Movimiento del 23 de febrero que asaltó la fortaleza San Luis y, en un simulacro controlado por Trujillo,  distribuyó armas entre sus miembros, pero que tan pronto cesó el sainete, dichas armas fueron recogidas por el general Simón Díaz y luego del ascenso de Trujillo al poder, muchos de los partidarios de Estrella Ureña, comenzando por el capitán Silverio, asaltante de la fortaleza San Luis, fueron asesinados.

Con este escenario como teatro es posible que los aguerridos periodistas de La Información sentaran cabeza y, velis nolis, no tuvieran otro remedio que colaborar con la dictadura trujillista durante todo el tiempo que vivieron, como lo atestigua Rufino Martínez para los siguientes personajes del Congreso de la Prensa: «Otras tres siluetas tampoco quieren pasar inadvertidas; van sobre sendos leños flotantes, recostados como en actitud de nada braceando: Antonio Hoepelman, Gustavo Adolfo Díaz y Abelardo Nanita. Este lleva además junto a sí, flotando, un adminículo: es un manual de lógica parda trujillista. Con este convencional recurso dialéctico ha retratado con la pluma a Trujillo de catorce maneras, y cada una le ha reportado honra y dinero en abundancia. Ha sido el mejor negocio de su vida. A ratos alarga el brazo para pasarle a Hoepelman el manual de lógica. Le sirve para renovar sus credenciales de hijo de la “patria nueva”, aunque nacido y criado y modelado en la “vieja”, donde se le conoció por su fanatismo horacista.» (Hombres dominicanos, 487).

Y de Rafael César Tolentino, acota Rufino Martínez, luego de citar un incidente de tránsito resuelto autoritariamente por Trujillo cuando estaba como coronel de puesto en Santiago y que el director de La Información criticó la conducta del militar: «La ironía parece que fue del destino, pues el director del periódico tiempo después desempeñó una cartera en el ministerio del Presidente Trujillo. Resultó, por cierto, uno de los pocos o excepcionales ministros que se señalaron como hombres libres y verdaderos jefes de su departamento.» Y finaliza con una nota al calce el Tucídides dominicano: «Prolongada la dictadura y asimilada a una generación, el periodista, tuvo la suerte ya tardía de morirse a los veintisiete años de inservibilidad, reñida con su pasado de hombre de prensa y político defensor de una ideología liberal. Este fue Rafael César Tolentino.» (Ibíd., p. 26).