(Reseña del libro de Alejandro Paulino Ramos)

El “Memorial de protesta contra la arbitraria ocupación militar de la República Dominicana por tropas de los Estados Unidos de Norteamérica”, fechado el 1 de junio de 1916 por la Academia Colombina de Santo Domingo, y dirigido a los embajadores de Argentina, Brasil y Chile en la Unión Panamericana en Washington es un simple alegado jurídico que no tuvo efecto alguno para corregir el curso de los acontecimientos, porque se quedó en el plano del derecho y no analizó la situación con los conceptos del imperialismo, como lo hizo Américo Lugo durante todo el período de la intervención yanqui, mucho antes, en 1913, cuando comenzó a publicar sus cartas en el Listín Diario (Paulino Ramos, obra citada, pp. 21-32) o como lo hizo Juan Vicente Flores en su “Protesta” de 1916 inserta en la obra referida).

Analizar con lo jurídico a secas la intervención militar norteamericana que comenzó en abril de 1916 y culminó el 29 de noviembre de ese mismo año con la proclama del capitán Harry S. Knapp es quedarse corto y no ver, como lo vieron Lugo y Flores, que la estrategia de los Estados Unidos comenzó con la intervención de Cuba en 1898, con la anexión de Puerto Rico el mismo año, con la derrota de España en la guerra hispano-norteamericana y con el control de Centroamérica y todo el Caribe como paso previo al control del canal de Panamá, previo también al desmembramiento de esa provincia colombiana, y con todo esto, se aseguraron el control del comercio internacional a través de la navegación marítima desde Europa.

La Academia Colombina, fundada en febrero de 1915, catorce meses antes de la primera ocupación militar norteamericana, tiene objetivo estratégico número uno del positivismo racionalista: «cumplir los postulados de la ley del progreso acatando la fórmula del ciclismo de la civilización universal», y también incluye los restos del positivismo hostosiano y el antillanismo de Betances. Incluso hay restos del arielismo de Rodó al incluir entre sus objetivos el punto 6-ab y c que rezan así: «mantener incólumes los fueros de la soberanía nacional a trueque de todo linaje de sacrificios; (b) al propósito de nacionalizar las fronteras domínico-haitianas; (c) al de proscribir todo género de influencia de la política norteamericana…» (Véase a Emilio Rodríguez Demorizi. Sociedades, cofradías, escuelas, gremios y otras corporaciones dominicanas (Santo Domingo: Editora Educativa Dominicana, 1974, pp. 135-36).

Ninguno de los firmantes de la protesta de la Academia Colombina, si no yerro, era comerciante importador de mercancías desde los Estados Unidos. Todos eran abogados, profesores normales, periodistas, razón por la que no puede atribuirse a intereses que pudieran ser lesionados al atacar frontalmente a los Estados Unidos como país imperialista que nos ocupaba mediante el uso de la fuerza para apalancar su dominio del Caribe y Centroamérica para los fines que ya apunté.

He aquí los nombres, apellidos y profesión de los firmantes de la protesta de la Academia Colombina: Dr. César Tolentino, profesor de la Escuela “Normal Práctica” de Santo Domingo. Luis C. del Castillo, diputado al Congreso Nacional, profesor e inspector de Escuela “Normal Práctica” de Santo Domingo. Carlos Larrazábal Blanco, profesor del Instituto Incorporado “Salomé Ureña”. Lic. Fabio A. Mota, profesor de la Escuela “Normal Superior”.  de Santo Domingo. Profesor Pedro P. Peguero, director de la Escuela “Normal Práctica” de Santo Domingo. Antonio E. Alfau, profesor e inspector de la Escuela “Normal Superior”. Lic. Alcides García [Lluberes, DC], profesor secretario del Colegio Incorporado “Santo Tomás”. M. N. [Maestro Normalista, DC] Viriato Fiallo, Miembro de la Junta de Enseñanza, profesor de la Escuela “Normal Superior”. Dr. René. Fiallo, profesor de la Escuela “Normal Superior”. Lic. Rafael Estrella Ureña, Dr. Conrado Sánchez, Sr. Luis E. Alemar, Lic. Diego de la Barrera. (Paulino Ramos, obra citada, p. 39).

¿Cuál fue el destino histórico de estas personalidades después de la evacuación de las tropas de ocupación militar yanqui el 12 de julio de 1924?

Es muy posible que la Academia Colombina se transformara, casi al final de la ocupación militar yanqui en Junta Nacional Colombina, fundada el 24 de febrero de 1923 (Rodríguez Demorizi, ob. citada, p. 139), entidad que concilia a bolos, coludos y legalistas, pero los hombres de verdadera estirpe nacionalista no figuran en esta nueva entidad, que tiene carácter semi-oficial.

La Academia Colombina que jugó un papel estelar en la lucha en contra de la intervención americana del 16-24 y su conexión con la lucha de la Comisión de Damas, primera en lanzar un documento fechado el 24 de mayo de 1916 en contra de dicha ocupación, ocho días antes que la protesta de la sociedad colombina. Fue toda la pequeña burguesía alta, de profesión liberal o prestigio social, la que enfrentará con mítines, protestas, proclamas y otras actividades cívicas al imperialismo, pero quizá después que Lugo alertara del letargo y la inacción en que encontró al patriotismo a su llegada del extranjero y criticó al gobierno de Francisco Henríquez y Carvajal por su pasividad ante aquel hecho horrendo. Sin apoyarle, esta pequeña burguesía letrada dejó en manos de los campesinos, sobre todo los del Este, la lucha armada contra el invasor.

Sea como fuere, ya vimos antes el destino de algunos miembros de la Academia Colombina que figuraron, respecto a esta sociedad letrada, en la denuncia tardía del Congreso de la Prensa dominicana en 1920: Este César Tolentino, doctor en medicina, es el mismo que figura en representación del periódico La Información de Santiago como miembro prominente de aquel Congreso que presidió Horacio Blanco Fombona. La misma conducta de Luis C. del Castillo fue situada, al igual que la de Rafael Estrella Ureña, ambos horacistas, pero que se alejaron de ese partido en razón de su desacuerdo con el empréstito de 20 millones de dólares y la ratificación de la Convención de 1907, y a quienes encontramos firmando esta protesta de la Academia Colombina. Al igual que al Dr. Conrado Sánchez, quien figuró en 1920 como representante del periódico El Pueblo y ahora como miembro de la citada Academia.

Los demás, futuros historiadores de prestigio como Larrazábal Blanco y Luis Alemar, les encontramos en la biblia de los colaboradores del trujillismo, unos activos, otros desabridos o francamente hostiles como Larrazábal Blanco. Alcides García Lluberes, René Fiallo y Viriato Fiallo no figuran en el libro de Rodríguez Demorizi. Pero el resto, Fabio A. Mota y Antonio E. Alfau serán colaboradores entusiastas de la dictadura. El Dr. Conrado Sánchez no figura en Bibliografía de Trujillo ni en el libro donde Rufino Martínez enjuicia a los intelectuales de viso que se entregaron al trujillismo después de la evacuación de las fuerzas militares yanquis. Los ocho años que duró aquella ignominia fue solo un paréntesis para que volvieran a adueñarse del país los bolos y coludos de la época de Concho Primo.

De Pedro P. Peguero, Conrado Sánchez, René Fiallo y Diego de la Barrera no he encontrado en Rufino Martínez ni en Bibliografía de Trujillo noticias acerca de su conducta luego de la desocupación de las tropas yanquis y el advenimiento al poder de la dictadura de Trujillo en 1930, luego del tránsito de Horacio Vásquez y su caída. Pero quienes no figuren en estos dos contenciosos, puede que figuren en la semiótica de la acción del trujillismo. Lo cual amerita una investigación puntual.

De Viriato Fiallo se sabe que nunca se inscribió en el Partido Dominicano y que para sobrevivir sirvió la modesta posición de médico de la Casa Vicini y que tuvo una participación sobresaliente en la lucha en contra de los remanentes del trujillato como líder de la Unión Cívica Nacional, aunque cometió la torpeza, guiado quizá por sus protectores, de participar en la conjura que dio al traste con el orden constitucional que encarnó Juan Bosch desde febrero a septiembre de 1963. En la historia lo importante no es cómo se comienza, sino cómo se termina. Los historiadores del futuro, no los de la historia inmediata, le juzgarán y verán cuál de sus dos acciones tuvo un peso mayor para la democracia dominicana, aunque el Ayuntamiento del Distrito Nacional, esa olla de grillo de los intereses más variopintos del espectro político criollo, nominó una calle del polígono central con su nombre, al igual que casi todos los golpistas que derrocaron a Juan Bosch tienen la suya en la Capital. ¡Cosas veredes, mío Cid!

Durante la gestión de Johnny Ventura como síndico del Distrito Nacional, Andrés L. Mateo y yo le entregamos, a nombre de la Casa del Escritor Dominicano, una carta con la lista de los grandes escritores dominicanos que merecían una calle en la Capital, pero se nos hizo el caso del miso.