(Reseña del libro de Alejandro Paulino Ramos)

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Aparte del regusto de eternidad del régimen trujillista que, inocentes acerca de los acontecimientos que ocurren en la historia, y acerca de esta como lo que sucede en la realidad objetiva, y no al sentido de la historia, que es lo que no sucede, los correligionarios de la cúpula cívico-militar que asistió a la recepción al Generalísimo en el hotel El Embajador, luego del desfile del millón celebrado en el Malecón el 24 de octubre de 1960 en la tarde, los comensales del bufé sibarita para la época, al menos se llevaron la placentera sensación de haber asistido al festín de Baltasar, si jugamos por el menú servido aquella noche, cuyo final, por donde comienzo, es el postre: «En el menú, dispuesto artísticamente, se sirvió bajo la dirección de los señores Israel Ramírez, Roger Gordon y Paul Veilleux (…) En la mesa de honor se sirvió bajo la dirección del gobernador del hotel, Guillermo Ventre (…) El pudín de cumpleaños era una hermosa obra de repostería ofrecido por la Corporación de Hoteles Intercontinentales, como homenaje al líder (…) Tenía caballos, palomas, cisnes, símbolos de fuerza, paz y orgullo; atributos logrados por la República bajo la rectoría de Trujillo.» [Sí, señor, caracha. DC]. (El Caribe, 25/10/1960, p. 11).

Viene ahora, servido en riguroso orden, bebidas, entradas y platos fuertes, a escoger según la prescripción médica de cada cual: «El menú comprendió champagne Veuve Clicquot demi-sec [hoy bebida de mal gusto para la pequeña burguesía que accedió al poder en 1966, la que toma Dom Perignon y Cristal, DC], whiskey Johnnie Walker etiqueta negra [también devaluado y cambiado por los grandes escoceses de malta de 18, 21 años y más por los comesolos, DC], empanaditas de Cativía y pasteles de (sic) hojas [para los que encomian el nacionalismo trujillista, DC],  cerdo asado entero, arroz con pollo [¡uyyy, qué bajeza!, pero qué honor para el Mario, Meng el Chino y el restaurante Santiago de la San Martín, DC], pescado frito [posiblemente carite o colorao al estilo Boca Chica, DC], Beef Strogonoff, longaniza frita [otro nacionalismo derivado del español, y sumo respeto a la ortografía del diario oficial, DC],  arroz St. Denis, arroz [al] vapor, langosta parisiennne, jamón en “chaud-froid à la gélée”, pavo Maryland decoración Aspic, colorado (posiblemente chillo, DC) con sus medallones, salmón de Nova Scotia ahumado, ensaladas: Waldorf Astoria, Princesa, Verde Mixta.» (El Caribe, ya citado, p. 11). A la ensalada verde mixta solo le faltó el moro de guandules que tanto le gustaba al Jefe. Curiosamente, la crónica no menciona ningún vino francés (Château Margot, Pommard, Château Lafitte, Sancerres o grandes vinos de borgoña de Beaune), como se estilaba en estos casos, pese a que había un chef francés, al parecer (Veilleux). Está bien que Trujillo no bebiera vino, ¿pero y el cuerpo diplomático y los sibaritas del régimen?

Así era la Era en materia gastronómica, porque se supone que esto era lo máximo a lo que podía llegarse en aquel natalicio y onomástico del Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva, quien festejaba sus 69 años de existencia y, en 1961, siete meses después de aquel festín, para el 30 de mayo, ya sería cadáver. Sic transit gloria mundi, políticos que me están mirando, en las cristalinas corrientes aguas en que os estais mirando en ellas, aviven el seso y despierten…

Vuelvo a mis corderos. Es decir, mi reseña, aunque es la de un libro de 1916-24, no está desconectada del monstruo que nos dejó aquella intervención, quien, sin saberlo, en aquella celebración a la altura de un semidiós, un Dios para Mozo Peynado, llegaba sin saberlo a su ocaso y a un peregrinar sin retorno suyo y de su familia.

Y esa letal intervención yanqui dejó una huella indeleble hasta hoy: la censura de prensa a la que se opuso el primer Congreso de la Prensa, la intervención misma a la que se opusieron grandes personalidades, muchas de las que, en menos de seis años luego de la salida de las tropas yanquis, cerraron filas con Horacio Vásquez y pasaron luego, como lo más natural del mundo, a apoyar el golpe de Estado del 23 de febrero para sumarse, sin vergüenza alguna, a la farándula política del trujillismo, como le llamó certeramente Américo Lugo, quien vivió 22 años en el pantano sin salpicarse, al igual que Viriato Fiallo, Heriberto Núñez, Ángel Liz, Rufino Martínez, Enrique Apolinar Henríquez, Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, y otros que, exceptuando a quienes escogieron el camino del exilio, se quedaron en casa y resistieron pacíficamente, porque supieron que su cerebro era libre, aunque vivieran en una prisión.

Ya en mi reciente libro El impacto cultural de la primera ocupación militar norteamericana en la República Dominicana” (SD: Editora Universitaria de la UASD, 2016) analicé el Congreso de la Prensa y lo que les sucedió a los periodistas que no se plegaron a los dictados de la ley de censura, una de las primeras, junto a la del desarme, en ser aplicada brutalmente por el invasor.

Y precisamente, parece que, por táctica, el Congreso de la Prensa Dominicana eligió, como medida de protección, a Horacio Blanco Fombona como su presidente y al poeta Fabio Fiallo como vicepresidente, él, periodista activo y literato que dirigió la revista Letras, donde se dio a conocer el postumismo y a Domingo Moreno Jimenes, así como a distintos poetas de esta y otras tendencias artísticas.

No bien hubo asumido el cargo, Blanco Fombona publicó una foto con las torturas que le infligieron norteamericanos y espías criollos, con un machete candente, al campesino de Salcedo, Ramón Leocadio –Cayo– Báez, foto que recorrió el mundo conocido de aquella época y que el poeta Fabio Fiallo difundió hasta el hartazgo. Sometido a interrogatorios y vejaciones y al cierre de su revista, Blanco Fombona fue deportado más rápido que inmediatamente por los yanquis invasores y en México, capital, publicó en forma de libro una denuncia sobre los crímenes cometidos por el imperialismo durante la ocupación de nuestro país por la hoy declinante potencia mundial, cuyos despojos intentan repartirse a dentelladas las potencias euroasiáticas que desean sustituir al monstruo a que aludía José Martí. Crímenes del imperialismo (México: Churubusco, 1927) es la obra que documenta los atropellos de los soldados yanquis y sus cómplices dominicanos.

Vuelvo al Congreso de la Prensa. Blanco Fombona, presidente; el poeta Fabio Fiallo, delegado por El Progreso, de La Vega, primer vicepresidente, presbítero Eliseo Pérez Sánchez, delegado por el Boletín Eclesiástico y el Eco Mariano, segundo vicepresidente; Félix María Nolasco, delegado por El Porvenir, de Puerto Plata, secretario de actas: Vicente Tolentino Rojas, delegado por La Información, de Santiago, secretario de correspondencia; y, Antonio Hoepelman, delegado por Las Noticias, de Nueva York, periódico del transaccionista Francisco José Peynado, tesorero. (Paulino Ramos, libro citado, p. 130).

En la próxima entrega se verá quienes fueron los demás socios del Congreso de la Prensa Dominicana, cuáles eran los objetivos de la referida organización de directores de medios, a quiénes les propinó el invasor yanqui los primeros mandarriazos; y, finalmente, a cuatro años de la retirada de las tropas norteamericanas, a tres de la instalación de la dictadura comisaria de Juan Bautista Vicini Burgos, a uno de la llegada de su sustituto, Horacio Vásquez, impuesto por los norteamericanos para que garantizara las exacciones del invasor y a seis del golpe militar de Trujillo, ¿cuál fue el comportamiento ético y político de estos señores de la prensa?