Las principales universidades de los países afectados por la pandemia cerraron sus puertas físicas, pero no así las virtuales. La circunstancia ha retado tanto a profesores como a estudiantes –y, más puntualmente, a quienes tienen poder de decisión– para que muestren resiliencia en lo referente a la interconectividad entre el mundo y el cibermundo. Precisamente, los entornos virtuales de aprendizaje (EVA) son las aulas del ciberespacio que han permitido que las instituciones de educación superior (IES) hayan continuado los procesos de enseñanza/aprendizaje, pese a la crisis mundial del COVID-19.

La pandemia ha generado una migración obligada, más allá de la que se produjo en el mundo real, desde finales de febrero y principios de marzo del presente año. Los trabajadores han cambiado sus oficinas de trabajo por el comedero o por el cuarto de estudio personal; mientras el proletariado informal ha quedado cuasi recluido, entre la casa y la calle, por el hecho de que su existencia depende del día a día.

Hay quienes opinan que al finalizar la cuarentena volveremos a emigrar a las aulas presenciales, lo que equivaldría hacer caso omiso a la lección de la pandemia; mientras otros creen que las autoridades de las IES deberían iniciar el proceso de virtualización de sus programas

Paralelamente, la revolución en el ciberespacio ha consistido en una migración que se extiende de una dimensión a otra. Se ha pasado de las cotidianas redes sociales a las tecnologías del aprendizaje y del conocimiento (TAC). Dicha mutación ha implicado “usar la red con el objetivo de aprender y de enseñar a través de lectura, videoconferencias, lecciones magistrales y publicaciones de artículos científicos, en portales de difusión masiva”, algunos de los cuales requieren permisos especiales y costo de subscripción (Merejo, A. 2017). 

Esta migración no ha implicado el abandono de las TIC, por pertenecer éstas a la superficie del cibermundo. Mucho menos ha implicado la desaparición de las tecnologías del empoderamiento y la participación, puesto que se ha visto cómo los activistas han migrado desde la Plaza de la Bandera a las TEC. De ese modo han continuado con la lucha por la democracia, sobre todo, desde que se intentó ponerla en juego con la suspensión de las elecciones municipales el pasado 15 de febrero del presente año, 2020.

Otros que han emigrado de forma repentina, desde las redes sociales de Internet hacia los entornos virtuales de aprendizaje, son profesores y estudiantes. De esta manera van aprendiendo que el EVA es un aula muy bien acondicionada que permite la organización categorial de los elementos que componen el plan de clase. Dependiendo del tipo de plataforma y aplicación que se use, la distribución de las acciones y contenidos, así como los íconos y nomenclaturas se diferenciarán en cuanto a aspectos semióticos y espaciales.

Los elementos que comparten los EVA son: la “hiperconectividad”, que permite acceder desde el aula virtual hacia repositorios de libros, artículos, audiolibros, películas, así como a teleconferencias –tal y como acontece con quienes estamos empleando Classroom combinada con la aplicación de Zoom, Teams o Meet– (Paoli, G. 2018). Comparten, igualmente, foros de debate en los que el tutor genera y monitoriza los intercambios de los participantes. La calidad de las participaciones es evaluada por los tutores y los programas antiplagios. El EVA emplea, asimismo, el calendario y reloj de Google, por ejemplo, con el que se temporalizan todas las acciones que realizan tanto docentes como dicentes, etcétera.

Si algo está enseñando la cuarentena es que la labor en los EVA es mayor que en los entornos presenciales. Los niveles de exigencia son mayores y, por supuesto, no todos optarían por esta modalidad, ya que se exige competencia ciberespacial, más disciplina y alto nivel de organización.

Hay quienes opinan que al finalizar la cuarentena volveremos a emigrar a las aulas presenciales, lo que equivaldría hacer caso omiso a la lección de la pandemia; mientras otros creen que las autoridades de las IES deberían iniciar el proceso de virtualización de sus programas que permita ofertarlos en las modalidades: virtual, semipresencial y/o a distancia, amén de la modalidad tradicional, también llamada presencial. Nos parece sensata la segunda posición, puesto que de este modo se estaría haciendo uso de la ciencia y de la tecnología en beneficio de la sociedad, sin que ello menoscabe los estándares ideales de calidad. Por supuesto, se requiere mucha resiliencia para enseñar y aprender en el intermundo: entre lo real y lo virtual. Y usted, ¿qué opina?