Siempre es difícil para una mujer enfrentar o recordar una existencia fragmentada y, menos aún, una relación trunca o explorar el pasado en una narración donde hace el viaje hacia el origen de sus penas para recordar con historias personales el mundo desde el cual empieza a figurar «lo que fue» su desdichada vida de adulta.

Un discurso literario o de ficción puede contener tanto trazos de la realidad como aquello que «parece que es» y «no parece que es», y esto explica  por qué a veces las protagonistas de la narrativa que se entiende o asume como femenina en el siglo XIX en la República Dominicana, y aún en la década del 20, y hasta muy finales la década de los 60s o 70s, son de alabastro, y se familiarizan entre sí por sus voces en primera persona, para desenmascarar las inesperadas verdades de sus vidas  en los  ámbitos privado, doméstico y/o familiar.

La escritora y catedrática universitaria dominicana residente en Miami, Florida, Myra Medina, en su reciente novela El cambio de las estaciones narra lo extradoméstico y lo privado de una relación de pareja, la de Juan del Valle y Báez, «un hombre  muy respetado por todos» (76), «un hombre regio» (79), que «tenía una presencia de elegancia cualquiera fuera la ocasión” (80), un «dueño de caballos finos» (80),  «un hombre de poder y adinerado»  (135), hijo de don Antonio del Valle, y la historia en retrospectiva de Mariana Aranda, una criatura que «llegó al mundo […] en una madrugada de un caluroso verano bajo la escasa luz de un lamparita de gas y varios velones encendidos» (14) en 1916, y fue bautizada en la iglesia del pueblo Las Palmas, que estudió en un internado de monjas del pueblo de San Sebastián, junto a su hermana Lidia, a cuya entrada había una«estatua blanca de la Virgen María», gracias a la ayuda económica  de la familia Milmán, que eran primos de ella. Mariana era hija de Miguel Aranda y Marcela de Aranda «una familia numerosa y de recursos económicos limitados, pero muy nobles de carácter. Se podía decir que era una familia de clase media del campo en la cual el honor y los buenos modales abundaban más que las posesiones materiales. » (10). Era nieta de don Joaquín y de Isabel, a quien todos llamaban Mamita.

Lillian, Ángel, Elián y Luz, hermanos de Myra, junto a su madre María Hernández, ca. 1942

La novela El cambio de las estaciones (ediciones Baquiana, 2018) está dividida en cuatro capítulos, y estos, a su vez, subdivididos en historias o relatos:

«El Verano» subdividido en: Pablo Mendoza, La llegada, El bautizo de Mariana, Angélica y el soldado McGuire, El internado, Catana, la querida, El gallo de pelea, Los amores de Lidia y El casamiento de Mariana.

«La Primavera» subdividido en: La vida al otro lado de la isla, Mariana y sus labores de ama de casa,  Los que hablaban créole francés,  La segunda Navidad con Juan,  El malestar,  Mariana y los jinetes a caballo,  El parto,  El regreso a Monte Bello, El reencuentro, El suegro y la cuñada, Los maleteros,  Josefina,  Fuego en el cañaveral, La lectura,

«El Otoño» subdividido en: Las infidelidades, La mudanza,  El diablo de uñas largas  y  Los últimos meses de Lidia.

«El Invierno» subdividido en: Nueva Inglaterra, La despedida, El adiós, Las puertas del cielo.

Medina construye una historia  que es, lo que pudiera llamarse un «reino de amor», donde  la protagonista femenina, Mariana,  vive un presente de opresión genérica psicológica, porque la institución hogareña —donde el hombre ejerce su poder de mando y su poder económico—la cosifica como una “señora” de la casa que solo relaciona, después, su identidad a la maternidad y al sufrimiento en silencio.

Myra Medina (al centro) Miami Book Fair, 2018

Es Mariana el nombre de ella, la mujer que demorará décadas  en dejar de ver la vida a través de las flores del jardín de su casa en San José, luego de contraer nupcias en Monte Bello con Juan, un hombre de negocios, apuesto, que le conquista el corazón, que aparenta amarla, y que acuerda con ella hacerla feliz. Sin embargo, Mariana nunca comprendió que en una sociedad tradicional, ortodoxa y patriarcal,  las infidelidades conyugales  son aceptadas por las esposas sumisas  sin cuestionar, lo que hace que muchas mujeres encuentren el salvoconducto para su libertad cuando ya han agotado su juventud, cumplido sus “deberes” de madre, y descubriendo  que por años fueron mujeres de alabastro.

Un casamiento tradicional por conveniencia, para principios del siglo XX, en la Isla (que es el escenario en el cual Medina ambienta su novela)  es un acto convencional, nada ajeno a las trampas emocionales y a los laberintos que se van descubriendo en la relación y, que, entonces,  hacía de la mujer, de sí misma, una propiedad anónima. Es desde el año de 1916 que Medina nos sitúa en ese «otro lugar» del Este y del Sur de la Isla, en que las tropas invasoras de EEUU se apoderan del territorio de la República Dominicana, para ir mostrándonos con  desplazamientos de la protagonista, por distintos puntos geográficos,  su voz semihegemónica de autoridad desde  la semipenumbra del conformismo en  una sociedad en la cual gravita el fantasma de la opresión política, las crisis sociales, las costumbres ancestrales, la subordinación y dependencia a figuras tiránicas, así como el choque entre las fuerzas de poder partidistas que fueron la causa de la perdida de la soberanía nacional de 1916 a 1924.

Myra Medina, Nobel Museum. Oslo, 2018

Medina nos contextualiza, en tiempo y espacio,  los subrelatos  de circunstancialidad a partir de los cuales hará su enunciación. Nos encontraremos en esta novela con pocos personajes, y solo con una narradora que enuncia, que abre un prisma de focalización hacia Juan y Mariana, principalmente, que son las figuras en conflicto sobre las que se instaura la espiral de su historia personal, su relación culturalizada por el patriarcalismo, por lo cual puede leerse que Juan ejerce un control sobre la inocencia de  Mariana, una joven educada en un internado que no sabe al momento de la separación de su familia, que la vida conyugal está llena de entretelones, de simulacros de felicidad, que se afecta por episodios inesperados que vienen y van y, que se escapan de control.

La literatura ha creado un género que se denomina bildungsroman  para este tipo de historia que se construye a sabiendas de que el infortunio y/o lo fortuito marcarán una relación donde hay siempre un alto sacrificio voluntario de la mujer ante el dominio masculino.

Myra Medina escribe su bildungsroman en un lenguaje desde el cual ejercita los espejos de la cotidianidad de un pasado que quizás, sea una retrospección a un largo capítulo de su genealogía familiar;  es decir, ella cuenta su historia de familia, o de una parte de su familia,  tratando de que la desmemoria no sea “oficialmente” lo que quede como registro  de un familiar femenino. Por esto  escribe la memoria  de Mariana para que veamos que,  en esa época que le tocó vivir, pocas mujeres tenían las herramientas  para ir —a conciencia— tras la búsqueda de su ser o tomar una posición decidida con sentido de la realidad de qué es la opresión genérica, porque todo lo concerniente a la opresión genérica femenina se ocultaba en esta Isla, en «La vida al otro lado de la isla»  que «se distinguía más por sus llanuras y bajas cadenas montañosas» (67)

Myra Medina, a los 19 años de edad.

De los cuatro capítulos que componen la novela el más denso es el segundo: La Primavera, y el más trágico «El Invierno», y de todos «La Primavera» se nos muestra como una flor abierta testigo de un destino gris, por su sola lectura.

Los nombres de estaciones son, quizás, los planos a partir de los cuales la autora pretende mostrarnos su mirada sobre los tiempos cronológicos de la vida de Mariana, cómo fue su suceder desde la niñez, la adolescencia, la adultez y la vejez, para de esa manera poder adentrarnos  en lo mucho o poco de sus vivencias recordadas en espiral.

«El Invierno», no obstante, nos hace ver que a pesar de todo, la historia de Mariana  no es totalmente trágica, sino de un acontecer donde ella escribe el guión final de su vida, cuando decide irse, abandonar, la jaula donde tuvo una existencia  anodina.  La novela da señales de ser un recorrido biográfico, en el cual el territorio femenino queda enajenado, en disonancia con el mismo sistema patriarcal.

Myra Medina. En su niñez. Santo Domingo

Medina, vuelvo  y repito, enuncia el lenguaje de identidad de las mujeres de principios del siglo XX, donde  solo se es una mujer abnegada, buena esposa y buena madre, que era el rol común, de ordinario,  de las mujeres sin voz, que no conocían la virtud de la libertad, o cómo marcar su individualidad, porque todas lo que hacían era sobrellevar la vida de infelicidad como objeto de ornamentación o sujeto de reproducción. A ninguna se le ocurría quebrar esas normas de opresión genérica y, mucho menos pensar tener vuelo, o antojárseles hacer la subversión desde la jaula de confinamiento del cómodo hogar que se hace «reino de amor» para las ingenuas que idealizan  la felicidad, esa de apariencias que representa, a final de cuentas, un cúmulo de desconcierto.

En la novela encontramos seis viajes que realiza Marina Aranda en su vida: de su casa del pueblo de  Monte Bello (donde nació, donde había un hermoso jardín cuidado por su madre, y que era un lugar dedicado principalmente a la agricultura, y al cultivo del tabaco);  al pueblo costero de San José con el «mar y su color azul turquesa», donde llegaban mercancías importadas desde Europa y Estados Unidos, con largos caminos rurales,  donde no había planta generadora de electricidad,  para  habitar a una casa que al decir de todos «Le faltaba el toque femenino» (72) que le daría Mariana, en medio de campos de caña, con su ferrocarril y los vagones; lugar donde se hablaba créole del francés, créole del inglés y papiamento, por lo cual allí su nombre se transformaría en Madame del Valle o Mrs. Del Valle, y donde tendría una amistad familiar con la familia Abud y el Padre Lorenzo, párroco de la iglesia del pueblo Nuestra Señora de los Mares; el regreso a Monte Bello,  a la casa de su padre viudo, don Miguel, con su pequeña hija Rosario en brazos,  por unos seis meses, en donde primó el silencio de Juan hacia ella,  una «separación inesperada» (106) decidida por Juan para “arreglar” un poco las cosas de sus “escapaditas” extramatrimoniales, sintiéndose Mariana literalmente abandonada por él, pero que hará posible encontrar de nuevo el amor fraterno de su tía Eulalia, que era además su madrina, viaje que  para Mariana significaba que su sueño de amor «se esfumaba» (105) al sentirse —como nos dice  la narradora—  «abandonada y traicionada por el hombre a quien tanto amaba.” (106).  El regreso a San José, también decidido por Juan, «pero ya dentro de ella su corazón comenzaba a agrietarse» (107), no bastando que él le dijera, en «El reencuentro»:

—No sabes lo mucho que te quiero. Eres mi vida. Eres mi amor. Nunca más te irás de mi lado. (110).

Para la época de «El Otoño» Mariana y Juan se mudarían a otro pueblo, llamado Santa Elena, porque a Juan se le había presentado «la oportunidad de ser superintendente de campo» (131)  y los niños (Juanito y Rodrigo)  tendrían un colegio cerca. Ya es desde esta época en que Juan se ausenta más de la casa, aún cuando —según él—: «la tenía en su corazón» (131).

Finalmente, Mariana se muda a la ciudad capital, a «unas pocas cuadras de la Catedral» (136), pero éste no sería su último viaje,  para que sus hijos pudieran ir a la Universidad. Es la época en que Juan ya está totalmente distante, y duermen en camas separadas, y empiezan los problemas de salud de él, y como medita Mariana, a través de la voz de la narradora,  que llevaba «una vida paralela.» (139). Para esta etapa se produce el fallecimiento de la hermana de Mariana, Lidia (145). Es en la época de «El Invierno» de su vida, que Mariana emprende su sexto viaje, y es a Nueva Inglaterra,  hacia el hemisferio norte, a donde su cuñada Lucía, la hermana de Juan, para que ella tratara «de ayudarla a desenredar la complicada coyuntura de ese matrimonio» (149), ya que según nos cuenta la narradora: «Su vida trascendía en un espacio carente de amor y compañía conyugal. En sus pensamientos, a veces llegaba a la conclusión que tal vez el amor de Juan nunca fue de ella. Quizás siempre fue prestado. » (150-151). Pero en ese viaje, aun con la distancia,  sus sentimientos hacia Juan  no habían cambiado. (152). No obstante,  Mariana, por primera vez, como narra  Medina: «tenía que pensar en sí misma». Hasta que al final,  la historia que nos cuenta Myra Medina termina con la muerte de su infiel esposo, Juan, a causa de problemas de salud; sin embargo,  Mariana «Se acordaba del hombre galán que se enamoró perdidamente de ella y le pidió matrimonio, llevándosela con él a un lugar totalmente remoto y desconocido para ella y lejos de su familia. En verdad, se había casado con él sin quererlo. ¡Pero cuánto lo llegó a amar! ». (155)

Myra Medina, junto a María, su nieta. Miami, Fl., 2018

En los viajes las mujeres, generalmente, se arriesgan y,  exploran con conciencia o inconsciencia su vida interior y el decorado del mundo externo, y de ellos surgen los distintos signos en los cuales se enmarcan  los paralelos de su destino. A veces los viajes nos colocan en alerta, nos hacen romper techos de cristales, marcar un tiempo de apego o desapego a sus sueños. Pocas veces se hacen viajes por carencias afectivas  para olvidar o desprenderse de algo lóbrego o triste.  Los viajes son mudanzas, mudanzas necesarias a las que te empujan las circunstancias, pero cuáles circunstancias. Myra Medina, en esta su primera novela,  lo sabe o sobreentiendo que es así, que  hay viajes que se hacen hacia adentro no como gruta o sendero que te lleva solo hacia el «otro lugar», sino a un espacio  en el cual se tiene alguna necesidad de aprender «algo»  más aún en esos tiempos en los cuales las mujeres han sido excluidas y silenciadas.

Es en las páginas finales de la novela donde está la clave, la clave exacta  que debemos leer de la historia y, es, que las mujeres (en nuestro orden inconcluso de memoria que nos ha impuesto el patriarcalismo) tenemos que aprender a pensar en nosotras, y dejar de vivir en un desencuentro con nuestra identidad, la cual nos demora tanto entender y construir, porque aunque llevamos como itinerario en la vida distintos viajes  no nos negamos a  continuar siendo  unas interdictas de la opresión;  nos confesamos en silencio que somos unas abusadas, víctimas de una violencia solapada en el «reino del amor» simulado que  no aprendemos a desdecir, porque nos aturde  y en ocasiones no tenemos las herramientas para desenmascararlo o para escapar de los estereotipos que nos han sido asignados y, optamos por refugiarnos en el doble espejo de la realidad que es confinamiento y silencio.

Las mujeres —como leemos en la página final del libro— que se sienten «mujer y esposa abnegada» (162) viven en el vértice de un territorio doméstico asfixiante, porque ser «mujer y esposa abnegada» es un estereotipo de inscripción invisible que nos secuestra la identidad y la posibilidad de pensar en sí misma. Es la mirada mezquina con la cual nos mide el sistema falocéntrico; es la mirada con la cual los hombres culturalmente machistas y opresores desean que nos veamos siempre,  para determinar los límites de nuestra subjetividad y, sofocarnos  en un discurso de silencio que se arma para inmovilizarnos tener saberes propios, del cual solo nos salvamos con la muerte que, es, finalmente, «El Invierno», el mismo al cual llegó Mariana, ya muy tarde, luego de perder por muchos años el horizonte de  su vida.

¿Cuál es la resistencia que Mariana nos presenta? Quizás no sea la de desfamiliarización total, pero sí cruzar los umbrales de un itinerario que a tientas  resquebraja,  enfrentando al final de su vida el código masculino del «deber ser» en esos circuitos tradicionales de la sumisión femenina. Quizás, Mariana  logró  tener un inesperado papel de heroína de sí misma, luego de entender el limbo en que queda su relación conyugal. De ahí, que la narradora opta por  una manera de enunciar el tranquilizante feliz o infeliz final de una historia, enriqueciéndola con detalles ambientales, epocales, de costumbres del ámbito local de la Isla, que es esta Isla-media, mejor dicho, la República Dominicana, donde lo político-patriarcal al parecer lo domina todo desde todas las instituciones ya sea cultural, social, religiosa o política.

Al presente, todavía no sé cómo vamos a continuar imaginando al sujeto femenino de la Isla, de este país, donde no se permite una construcción humana de la mujer, sino una construcción simbólica de lo femenino, que es objeto visual de esa representatividad de su sexualidad genérica. No niego que hice mi itinerario de lecturas de la novela, y que recordé —en cierta forma— a las novelas del hispanoamericanismo romántico de finales del siglo XIX, y en especial la novela Francisca Martinoff: drama íntimo (1901) de Amelia Francasci (1850-1941), en sus estructura o tono,  por aquello de que Mariana  y su mundo, y su imaginario, están llenos de nostalgia y me provocan una nostalgia de mucho dolor, y una tristeza que confieso porque han sido muchas las Marianas despedazadas en su yo, de manera repentina por las múltiples infidelidades de sus parejas.

Quizás, aun en este siglo XXI muchas mujeres siguen siendo unas Marianas que llegan de un contexto a otro, o  de un contexto a un texto, donde lo íntimo es la otra orilla de ese lenguaje que el silencio hace ficcional, a sabiendas de que sus vidas  han quedado en blanco  en la historia oficial.

Es que en una relación no basta sólo decirse:

—Te quiero— le dijo Mariana.

—Yo te quiero más a ti —le contestó Juan. (92).

Ni mucho menos creer que la felicidad, en el matrimonio, es de los dos, o la construyen los dos. Por esto, creo que sí, es cierto, en toda relación es uno que ama, y el otro que se deja amar. Mariana, en «El Otoño» llegó a esta triste conclusión —para ella—, luego de ser víctima desde el inicio de su matrimonio de las infidelidades de Juan. Mariana hizo lo que muchas mujeres del pasado y, aun del presente, continúan haciendo: sufrir en silencio (135).

NOTAS

Los imaginarios y las relaciones truncas en la novela El cambio de las estaciones de Myra Medina de Nacidit-Perdomo se publicó en la Revista Literaria Baquiana. Ediciones Baquiana. Miami, Florida  (Anuario XX, 2019):59-66.  Director Ejecutivo: Patricio E. Palacios.  Directora del Consejo de Redacción: Maricel Mayor  Marsán.

Los números entre paréntesis corresponden a las páginas del libro de donde se extraen las citas.

MYRA M. MEDINA. Es profesora titular en el Departamento de  World Languages del  Miami Dade College (MDC), Recinto Norte, Miami, Florida. Durante su carrera como docente, se ha especializado en inglés y español. En sus funciones administrativas, fue directora del Departamento de Idiomas del Recinto Médico (MDC) y Vice Decana Interina para Asuntos Académicos en el Recinto Kendall (MDC). Fue miembro del jurado de los prestigiosos premios Silver Knight Awards otorgados por The Miami Herald en la categoría de Lenguas Extranjeras. Ha sido destacada en las publicaciones  Hispanic y Hispanic Outlook in Higher Education. Entre otros, ha recibido los siguientes reconocimientos: la Cátedra de Enseñanza y la Promoción de Profesor Distinguido del MDC, Excelencia Académica (the National Institute for Staff and Organizational Development, NISOD) Universidad de Texas en Austin, Crítica Literaria sobre Escritoras Hispanoamericanas en la República Dominicana y la asignación Fulbright Specialist Program del  Departmento de Estado de los Estados Unidos, Área de Asuntos Culturales y Académicos. También ha sido seleccionada como  evaluadora externa para el Fulbright Specialist Program en las áreas de Lingüística y Educación. Fue incluida en la lista Honoraria de Ex alumnos de Lenguas Modernas del Rhode Island College. En el 2013, recibió el premio Educadora Sobresaliente de la organización Sunshine State TESOL. Además, es miembro del  Salzburg Global Seminar 2014, en Austria. Entre otras actividades, la Dra. Medina ha publicado en inglés y español, brindado su experiencia a casas editoriales en los EEUU, siendo co-autora de libros de texto, revisando libros para publicación, escribiendo y coordinando material pedagógico en inglés y español para portales educativos web. También ha participado en varios proyectos educativos de gran relevancia en el MDC, incluyendo para la fundación Bill and Melinda Gates y el Depto. de Educación de los EEUU. Además, es miembro del Consejo de Redacción de la revista literaria Baquiana, colaboradora para la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) y fue colaboradora para el diario Huffington Post. A través de varios medios, sus publicaciones en ambos idiomas han sido publicadas en España, Estados Unidos, México y República Dominicana. La Dra. Medina ha realizado presentaciones a nivel nacional e internacional en temas relacionados a la adquisición del lenguaje, metodología de la enseñanza de idiomas y literatura en español.