Las protestas juveniles contra el gobierno que han tenido lugar en terrenos de la emblemática Plaza de la Bandera, en el centro de la ciudad capital frente a la sede central de la Junta, reflejan y confirman el grado de equivocación en el que han incurrido numerosos estrategas sociales y políticos, quienes los habían subestimado por demasiado tiempo.

Debo admitir que entre los errados se encuentra quien escribe, ya que ante la inercia mostrada por una parte de las nuevas generaciones que incluyen a los millennials y a los Z, la realidad ha sido que no todos son “ni-nis”. Al menos, los educados de clase media y media alta que integra el grueso de los manifestantes saben lo que demandan frente a la sede de la Junta.

Existe un malestar de fondo. Hay repulsa. Hay frustración. Hay rechazo al estado de cosas. Lo proyectan sobre las autoridades del PLD, las cuales han influido para bien o para mal en el quehacer político y social del país durante casi dos décadas. Ellos reclaman respuestas. Rechazan el fraude, el engaño y la corrupción como sinónimo del sistema de partidos.

El fracaso de los comicios municipales del 16 de febrero ha sido el detonante. No quieren vínculos con el liderazgo político tradicional porque no confían en ellos. Organizan protestas populares como los cacerolazos, una novedad en la política nacional, para que se les oiga con el ruido necesario en el mismo barrio y en la misma casa del presidente, Danilo Medina.

Resulta obvio que dentro de la dirigencia del PLD, así como en la oposición, la revuelta inédita de un segmento de la juventud nacional, apegada a un patriotismo democrático escaso en los últimos tiempos, ha tomado con sobresalto a sus estrategas y analistas

La nueva juventud reclama su propio mensaje, libre de la contaminación política inducida y oportunista por las que han sido llevados. No quieren ser más descartados, marginados ni víctimas de la indiferencia y la manipulación. Han optado por organizarse de manera inteligente para avanzar su agenda. Les interesa andar sin malas compañías. Ni políticos corruptos ni raperos realengos y vulgares. Tampoco mañas ni pagas.

Han despertado a su manera. Junto a las mujeres, tienen en su poder un porcentaje de votos. Para ello han utilizado la tecnología disponible en las redes sociales, con la que se han hecho sentir fuera de los canales de comunicación normales. Es su manera de romper la mordaza y opacar las bocinas. La misma tecnología que ha derrocado dictaduras y tiranías. Se han empoderados.

Resulta obvio que dentro de la dirigencia del PLD, así como en la oposición, la revuelta inédita de un segmento de la juventud nacional, apegada a un patriotismo democrático escaso en los últimos tiempos, ha tomado con sobresalto a sus estrategas y analistas. Luego de un cisma político, el partido en el poder ahora enfrenta por primera vez lo que nunca habían tenido: una verdadera y genuina oposición.

La diferencia actual es que ya no se trata de opositores políticos comunes. Amigos de los diálogos, chanchullos y consensos. Del Quid pro quo. Del “dame lo mío.” Son desde ya parte de la conciencia nacional que dice basta. Son la promesa del futuro. La única garantía de que habrá Patria en democracia por mucho tiempo. Sin contaminación política. De que no todo está perdido. Son los hijos de todos. En ese parque jurásico de la política nacional, ojalá lleguemos a buen puerto.