A sólo horas de un cambio de gobierno entre políticos de un mismo partido, la percepción general de la nación se divide en tres: los que guardan las esperanzas, ¿de nuevo?, los decepcionados y los “malagradecidos”.
Los primeros apuestan a lo mejor con la nueva administración del PLD. Los segundos, esperan más de lo mismo, con algunas variantes y matices. Y los terceros, caen dentro de una nueva categoría, vieja por su origen, pero señal inequívoca de un faraón saliente con perfil cesáreo –sumado al descontento de una gran mayoría del pueblo sumido en la miseria– quien resumió las tres en doce años de gobiernos, y cuyo final resulta sumamente cuestionable.
¿Es el pueblo dominicano un pueblo “malagradecido”? Depende del cristal con que se mire. Si se mide en términos de cifras frías y numeritos, y se está dentro del “anillo palaciego y de privilegiados” que esperamos se quede sin trabajo como su “máximo líder”, el reinado de Leonel Fernández ha sido “maravilloso”, aunque se haya traducido en una pesadilla real para muchos que se quedaron fuera.
De lo contrario, si se está entre las filas de los descontentos, los que aspiran a obtener un empleo o continuar el que tienen en el tren oficial, sin que les desconecten su vagón-bolsillo, y continúe el predominio de sus intereses particulares por encima del interés general del país, la llegada de Danilo Medina podría representar una amenaza, por aquello de “corregir lo que está mal” o “hacer lo que nunca se ha hecho” si se traduce por vía de hecho.
Pero para la nueva categoría de los “malagradecidos” (palabreja que no es común en algunos diccionarios modernos; sino su prima, “desagradecido/a”, definida como sentirse mal por el bien recibido a medias o no recibido), la mal llamada obra de gobierno del gobernante saliente cimentada en mega proyectos e inauguraciones, al vapor y a medias en sus últimos días, y en detrimento del desarrollo humano, debe quedar reducida al zafacón de la historia. Y no es para menos.
Cómo ser agradecido con un gobernante y un partido que menospreció la sinceridad y la humildad de un pueblo que puso su confianza en él/ellos para solucionar o al menos aliviar problemas estructurales, y a cambio aumentó los impuestos, los apagones, la basura, atizó la división política, polarizó la sociedad, se desentendió del narcotráfico y el gangsterismo. Fue ciego, sordo y mudo frente a la violencia, alimentó la deuda pública y la corrupción a niveles sin precedentes, hizo más rico a los ricos y más pobres a los pobres. Al fin, una gestión decepcionante.
La reacción obviamente molesta del casi ex presidente suele ser típica de gobernantes con egos superiores a su estatura. Ello es fruto del prolongado culto a la personalidad y la excesiva adulonería que ellos permiten, con premeditación y alevosía, a sabiendas de que dicha práctica malsana en la cultura política dominicana del aquí y ahora, contribuye a sus proyectos continuistas, a su narcisismo mesiánico deformado.
La frase de “pueblo malagradecido” es recurrente en la historia. La emplearon muchos. Por lo general los peores políticos. Nerón en Roma, Stalin en la desaparecida Unión Soviética, la dinastía de los Luises en la Francia pestilente. Igual Trujillo en los capítulos finales de la Era; los Castro en Cuba, y en ocasiones recientes, hasta al mismo Balaguer. Es una de las frases favoritas de los dictadores de todos los tiempos y en todos los lugares.
Danilo Medina tendrá sus cien días de gracia. Su luna de miel. Si quiere pasar a la historia con un mejor rating entre los esperanzados que ahora le otorgan el beneficio de la duda, no entre los decepcionados ni los malagradecidos, tendrá que dirigir el barco del Estado con una hoja de ruta totalmente opuesta a su antecesor.
Lo contrario, sería su fracaso y el inicio de una “poblada” dentro de sus compañeros peledeístas, cuyos amagos ya se vislumbran en el horizonte morado en el Congreso y a puerta cerrada dentro del Comité Político. Debe y tiene que cambiar el rumbo hacia un horizonte más humano y menos dañino. Y es que todos sabemos que la República Dominicana anda muy lejos de Dios y muy cerca de Haití.