Más que reportajes, lo que escribe Minerva Isa son sermones de adviento o mensajes que debía adoptar la Conferencia del Episcopado Dominicano y leerlos en todos los templos, por la radio y sus canales de televisión.
La serie que escribe Minerva en Hoy, ocoeña querida y digna de su estirpe, es un testimonio de una verdad que los “capos” de la política quieren ignorar porque son los grandes beneficiarios de ese desguace que sufre el país sin aparente muro que lo contenga y luego los destruya (a los muros y a los farsantes de la política).
Este país que describe Minerva está seriamente dividido: Los gánster de la política que tienen atrapado el botín que les legó Lemba, Duarte, Cayo Báez, Mauricio Báez, Manolo, Caamaño, Amaury, entre los miles de luchadores anónimos en cada campo y cada calle del país a lo largo de la historia.
Debajo de ellos están los arruinados, reducidos a la condición de recogedores de migajas que caen de las belfas de aquellos, los insaciables. Para estos, hay desempleo y tarjetas “Solidaridad” para que administren su muerte sin rebelión mientras arriba se sigue pasando de pelagatos en soletas que nacieron en ranchos de yaguas y tablas de palma a potentados con avionetas, jeepetas, casas de veraneo, fincas, queridas, tendencias pagadas en su partido, dueños de constructoras, de periódicos, peajes de todo tipo y patrones de la justicia ordinaria y de la electoral en todo el sentido de la palabra.
Finalmente están los adaptados, los que ante la realidad que comprenden plenamente, hunden la cabeza para no asumir su responsabilidad y mucho menos buscarse problemas. En el peor de los casos, se asocian con los verdugos en su condición de “intelectuales orgánicos” para nutrir el matadero económico, social, político y cultural que reduce a la condición de peleles a la mayoría de los dominicanos, perdiendo derechos y aplaudiendo a sus verdugos.
Hay una minoría avergonzada con sus padres porque no se atrevieron a enfrentar al trujillismo en masa, el que insufló una “cobardía normal” a su régimen, y nosotros, sus hijos, que frente al balaguerismo solo desparramamos palabras, sudor y sangre que solo ha servido para que una partida de avivatos viniera a sustituirlo para hundir a esta sociedad en la sima del latrocinio y del descrédito internacional. Ese es el resultado.
Leer, por ejemplo: http://hoy.com.do/parasitismo-crece-con-dadivas-de-politicas-sociales-sin-empleos/, es casi un exorcismo a la indiferencia de millones de seres humanos que viven pasibles ante el calvario de cinco millones de compatriotas.
¿Qué se puede hacer con los escritos de Minerva Isa? Solo leerlos con vergüenza. Todo el mundo se queda en lo suyo. Los que entienden, pagando las deudas de la tarjeta de crédito, de la jeepeta, del apartamento, del préstamo, disfrutando del vino parisino puesto colcho abajo en la vinera de la terraza, del queso manchego… de la vida, del espectáculo de la televisión o de los “chistes” de los cómicos del patio que tienen tan poco ingenio que son ellos mismos –los actores- quienes inician la descarga de risa.
Con la juventud y la adolescencia metidas de cabeza en el móvil que lo tiene todo (en banalidad) y es su mejor compañero para individualizarlas hasta de la familia, la realidad que describe Minerva solo parece tender a agravarse en los próximos años.
Falta un nuevo paradigma de la lucha por la dignidad y por la justicia social. Ahora necesitamos un ejemplo vigoroso, una especie de Che Guevara (con nuevas propuestas) que levante las energías de la juventud y provoque otro mayo francés o el octubre mejicano del año 1968 en todo el mundo. Pero no un instrumento del imperio o de las monarquías como fue el fiasco de la Primavera Árabe en el norte de África.
Necesitamos un sacudón dominicano en escala para hacer del país un faro de libertad, trabajo, honradez, puntualidad, respeto, solidaridad militante, cultura sin dogmatismos, ejemplo de nobleza y plena disposición al sacrificio. De lo contrario, los nazi-o-nalistas que tanto odian a Haití, tendrán que reducirse a la realidad de buscar –cada uno- a un haitiano para salir tomados de la mano a pedir caridad por el mundo porque los farsantes de la política ya no estarán aquí, ni sus riquezas, para seguir repartiendo miserias económicas y sobre todo humanas.
¿Difícil? ¡Claro! Pero no imposible y más que necesario, en la segunda década del siglo veintiuno. Estoy listo para asumir mi cuota de responsabilidad con la mayor calma del mundo, pero sin complejos pequeñoburgueses.