Hace unos días encontré un viejo periódico. La edición era próxima a las pasadas elecciones. En sus páginas interiores me tropecé con una publicidad electoral del PRD. Varias imágenes sugerían las razones de la alianza con el PLD. Evocaban ideas abstractas sobre educación, salud, agricultura y otros pretextos. Era un anuncio tan vago como las bases del presunto “gobierno compartido”.  Recordé a un Miguel Vargas contrariado tratando de justificar, en la prisa de la campaña, el “acuerdo político” con el oficialismo. Su cara, hosca y deshonrada, mostraba otro discurso. Nunca se divulgaron los acuerdos “programáticos” porque no existieron; tampoco era necesario: nadie les creería. Los resultados electorales hablaron y el PRD, viejo partido de masas, quedó arrimado en el enanismo más ignominioso.

A pocos meses de cumplirse los dos años de esa negociación, la realidad no ha aportado nada distinto. El PRD devino en un partido trasero y Miguel Vargas recibió lo que pretendía: la heredad de la Cancillería, una botija que años antes usufructuaba el PRSC en virtud de un negocio similar. Desde tiempo atrás el Ministerio de Relaciones Exteriores ha sido la más grande agencia del empleo político. En su promiscua nómina se mezclan intelectuales, diplomáticos de carrera, estudiantes becados, activistas, amantes, gente de farándula, negociantes, hijos de familias ricas y una caterva de vagos.

En la semana pasada no pude contener la risa cuando leí el decreto de la designación de Rafael (Fello) Suberví Bonilla como presidente del consejo de administración de la EGEHID. Volví a recordar el apurado anuncio del “gobierno compartido”. Pensé que los años colocan las cosas en su exacto lugar y que la política con sentido estratégico supone cierta aptitud para intuir y aprovechar las señales de los tiempos. Ver al Fello de viejas glorias detrás de un carguito es presentir el ocaso de una era; una muestra a modesta escala de la crisis que vence a los partidos. Y me alegra de que eso suceda, porque promete la extinción por caducidad de arcaicos formatos de representación.  Pero donde esa realidad se despliega a cuerpo entero es en el  PLD, convertido en lo que en sus orígenes evitó ser: un partido de realizaciones particulares. El PLD era la única organización funcionalmente estructurada, con razón ideológica y principios dogmáticos que le quedaba a la democracia dominicana. Hoy, como espectro de ese pasado, ha mostrado la parte más degenerada y oscura de la política: el poder por el poder. Así, la dilatada creación de Bosch ha perdido toda otra razón que históricamente le acredite.

Lo patético es que cuando nuestros politólogos, en su mayoría empíricos, teorizan sobre la fortaleza del sistema de partidos y aluden a la permanencia del PLD en el poder como prueba suficiente de esa verdad. Si ese es el criterio para valorar la robustez de una democracia partidaria a Dios que nos libre. Un sistema vigoroso de partidos se basa en su democracia interna, en el contenido de sus propuestas, en la operatividad de sus estructuras, en su incidencia ideológica, en su capacidad para crear y fomentar una cultura democrática, en su relato político, en su conexión con las aspiraciones colectivas, en sus visiones sobre el desarrollo institucional y en su sensibilidad a los cambios.

El PLD, de un partido sustantivo devino en una estructura instrumental para retener el poder. Y ha llegado tan lejos en esa razón que sus estructuras medias y bajas las absorbió el gobierno en tanto su cúpula tiene más poder deliberante que los propios poderes del Estado. Hoy el Estado es el PLD.  Más que partido es una estrategia de poder, una estructura orgánica de dominación. Para eso no necesita congresos, asambleas ni programas. Esos resortes solo sirven para mantener la apariencia formal de partido. Al PLD le basta tener funcionado lo que hasta ahora opera: una plataforma social plutocrática levantada con recursos del Estado, un entendimiento de intereses entre sus dos cabezas y la aniquilación de la autonomía de los poderes públicos. Como partido, es pura simbología del poder, la marca política más exitosa de la historia. En ningún escenario eso es sostenible en el tiempo como no lo es nada que se imponga a precio de compra y manipulación.

El PRD es la primera gran víctima de esa enajenación y no volverá a alzarse en vuelo de esta postración. Solo le queda el camino que ha elegido su dueño como último destino y que en palabras de Guido Gómez Mazara no tiene mejor descripción: “un partido pequeño para grandes negocios”.