Si los medios nacionales se lo propusieran bien pudieran elaborar una larga lista de Congresistas Invisibles. De ambas Cámaras. De diputados y senadores que más que constituir un santuario de democracia representativa hacen más bien de “vientre de alquiler” de otros poderes.
Son “invisibles” porque a la hora de proponer, presentar y debatir proyectos o de fijar posiciones en favor o en contra, nadie los ve ni los oye. Alejados y ausentes desde hace mucho tiempo de las regiones, comunidades, circunscripciones, municipios y provincias que dicen representar, han sido incapaces de hacer suyos los derechos ignorados, las necesidades y demandas de los ciudadanos. Simplemente, existen para otras causas. Se han vuelto innecesarios.
Los “congresistas invisibles” y sus partidos pretenden ser la voz de los que no tienen voz, pero en el fondo es su propia voz y la de sus intereses la que escuchan o quieren escuchar. Se autoproclaman representantes de los ciudadanos, y van “negociando” y decidiendo en su nombre, sin sentirse obligados a considerarlos sus representados, ya sea para consultarles o sea para informarles.
Muchos partidos y sus congresistas invisibles carecen de representatividad social. Se han preocupado más en anclarse cerca del Estado que en asumir sus responsabilidades, bien pagadas, como instituciones representativas que deben defender los intereses de todos los ciudadanos, más allá de su membresía partidaria.
Como quien se alza con el santo y la limosna, una vez que les arrebataron sus votos, ignoran a las comunidades a las que se arrimaron, o los arrimaron, sin examen de admisión, para hacerse con una curul inorgánica con rostro de franquicia heredada. Las demandas y opiniones de la población no forman parte de su agenda porque ellos tienen sus propias agendas mediáticas, populares y electorales.
Esta ha sido la historia desde hace mucho tiempo. Habiendo perdido la capacidad de asombro, ya no sienten rubor por ser invisibles. Después de todo, ser “invisible” no es incompatible con desempañar el opaco papel de diputado o senador en representación de nadie. Sólo requiere de visibilidad para exigir y disfrutar de privilegios y tratos excepcionales como premios por sus “buenos oficios”.
Los congresistas invisibles no tienen que rendir cuenta a los ciudadanos de las comunidades cuyas camisetas llevan puestas pero sin necesidad de defenderlas ni sudar por ellas. Sólo necesitan hacerlas visibles en tiempo de campaña, siempre y cuando no haya problema para cambiarlas según “soplen los vientos”.
Los congresistas invisibles no nos representan. Para ellos, lo importante es mantenerse en el “juego político”, más cerca del poder que le otorga la representación de los ciudadanos, conservando “invisible” su ocio y su improductividad legislativa y sustituyendo el deber por la simulación y la demagogia, borrando la virtud del “juego limpio”.
Hay que repetir el grito: "no nos representan". Debe ser una campanada que denuncia que los congresistas invisibles ni se dedican a cumplir lo que prometieron, ni se parecen a los ciudadanos en su forma de vivir, de hacer y de actuar. Pareciera que prefieren olvidar que la base de su poder y legitimidad está en una representatividad, que al no ejercerla los convierte en innecesarios.
Porque son invisibles, habremos de apelar a mecanismos de renovación más frecuente de su legitimidad, lo cual supone ir más allá del voto periódico y poco informado y del silencio conformista. Hay que incorporar más "voluntad popular directa" (consultas, debates, asamblea, foros y rendición de cuentas) para tomar decisiones que afectan a los ciudadanos.
Existe la necesidad de una intermediación verdaderamente democrática. Hay que salir una intermediación que no aporta valor a la democracia y que además goza de privilegios que ya no se consideran justificados en una democracia representativa medianamente efectiva. Hay que exigirles que se hagan visibles más allá del cansancio confortable de las reelecciones.
Los congresistas tibios, invisibles, “empleados” de sus partidos y del poder de turno no merecen ni el voto ni la confianza de los ciudadanos. Que no se empeñen en hacerse visibles para el 2020. ¡Ya es tarde!