Hace solo unos días, Proconsumidor le metió mano a una repostería muy conocida de la capital y la cerró de un fuetazo y sin contemplaciones. Según alega este organismo oficial ha sido porque ese establecimiento obstruyó una inspección de rutina. Los dueños del negocio afirman que lo hicieron porque no se fiaban de la identificación de los inspectores, y que elaboran sus  productos bajo las normas establecidas para ello. Unos dicen, y los otros también, como de costumbre.

Este caso ha sido muy sonado por los medios, sobre todo por la prensa, con un despliegue noticioso que, a nuestro entender ha sido un tanto exagerado, y si me lo permiten, en algunos casos hasta algo manipulado para darle morbo al asunto, puesto que se trata de un local de mucho prestigio.

Si todos los establecimientos, de lujo, medianos o callejeros, que incumplen normas de elaboración, abusos de precios, falta de higiene, fechas caducadas, estado de materias primas, y las otras mil reglas más que hay para ello, se trataran de esta manera noticiosa, mil Proconsumidores no darían abasto, y los periódicos tendrían que triplicar sus tiradas solo para dar cabida a este tipo de informaciones.

Este celo de Proconsumidor nos parece muy bien, porque los consumidores dominicanos, sin duda debemos ser los más pariguayos de universo y algún chapulín oficial debe defendernos de tantos ataques a nuestra salud corporal y a la de los bolsillos, y las leyes están hechas para cumplirlas. Pero nos preguntamos cuándo defenderá al consumidor, en especial a los compradores de pocos recursos que son la mayoria de este país, de los abusos flagrantes de los precios que venden los colmados.

Estos establecimientos, entrañables y necesarios, por eso sobrepasan los cuarenta mil regados por todo el país, mantienen un cordón umbilical de compras y relaciones vecinales desde la más tierna edad del dominicano, comprando, ya sea al simpático Tito, o al adusto Papo, una paleta, las cervezas o los cigarrillos de los padres, o las sopitas de las doñas.

En su favor, está que siempre han ofrecido un buen servicio despachando al menudeo a todos con diligencia desde primera hasta última hora del día, fiando a veces cuando la cosa está muy apretada, y al atardecer se van transformando en pequeños centros de esparcimiento donde juega al dominó, se ve al pelota, se bebe ron y cerveza, se engullen picaderas criollas, se oye música bachatera y merenguera, y hasta se da su bailadita con las ¨mamasitas¨  que siempre aparecen por ahí.

Pero lo que no nos gusta de los colmados son los precios a qué están vendiendo sus productos. Un cartón de leche normal que un supermercado cuesta 35 pesos te lo ponen a 70, una lata de leche evaporada pasa de 55 pesos en los primeros, a100 en los segundos, una hoja de afeitar que en un super te sale a 20 pesos te la colocan a 35 ó 40,  un plátano que en la calle lo pregonan en una guagüita desvencijada machaconamente ¡a 5 pesos!, ¡a 5 pesos!,  ¡a 5 pesos!, ¡a 5pesos!… hasta la saciedad más insaciable, en el colmado pasa a costar 15 ó 18, y así prácticamente todos los productos, ya sean de primera o segunda necesidad. A estos sobreprecios hay que añadirles además la  ganancia del margen que les otorgan los fabricantes o distribuidores. Un negocio redondo, al menos en beneficios por unidades.

Está bien que den servicio hasta tarde (los supermercados ya abren a la hora del canto de las gallinas y cierran a la hora de los búhos), que te llevan las compras a casa con el voceo tan clásico de ¡colmado!

Sabemos también que  los supermercados y tiendas grandes compran por volúmenes y logran buenos descuentos, pero también tienen muchos gastos operativos, de energía, maquinarias, personal, impuestos… en cambio los colmados son espacios pequeños, dos o tres dependientes en camisetas sudadas o grasientas, si acaso con uno o dos ventiladores, e inclusive en la parte de atrás muchos de sus propietarios habilitan sus viviendas para ahorrar costos.

Creemos que esos sobreprecios no se justifican por muy colmados que sean, por mucho servicio que den, y además castigan muy duramente los sectores más vulnerables económicamente que por la distancia, o cualquier otra razón, no pueden acceder a otros lugares donde los precios muerden menos.

Tener que pagar un 50%, 60%, 70%, 80%, 90 %, y hasta un 100% más por el mismo artículo por solo apearlo de una estantería, o llevarla a domicilio, es un ataque directo poco menos que de pirata al consumidor. ¿Qué dice Proconusumidor a esto? ¿Aquello tan manido de que se trata de padres de familia?  ¿Y los compradores, tantos de ellos que son hijos de machepa?