Probablemente ha sido René Rodríguez Soriano, en el ámbito de Santo Domingo, uno de los que mayor sistematicidad ha ejercido en la narrativa dominicana durante el decenio de los ochenta.  Así lo confirma la publicación de su libro de cuentos La radio y otros boleros.

Rodríguez Soriano es un lírico intérprete y seguidor cortazariano y un devoto narrador con convicciones sólidamente arraigadas y certeras, con vocación de oficio y consciencia. En estos textos  mágicamente se despoja, en la medida de lo posible, de la fuerte influencia del titánico escritor Cortázar, y logra, en mi sentir, su libro más singular, personal y auténtico.

La temática de estos cuentos prefiguran unas cuantas vertiginosas metáforas: La nostalgia y la pasión. También, la esperanza y el recuerdo. La pasión aparece aquí como la continuidad del ímpetu. Su perpetuidad, es una fluidez

incierta, pues no puede repasarse al no poseer el objeto deseado: punto metonímico de fuga. Estos personajes viven  la intuición del instante en un bolero y el recuerdo y la nostalgia esenciales de alguien ya perdido.

Los más fuertes estados anímicos caracterizan a Laura, Julia, Josefina, Javier,

Carlota, Blanca… Paradójicamente, además, designan la esperanza como progresión imaginaria. La esperanza les ayuda y les impide precipitarse en el vacío. Ella posibilita su vida como proceso continuo e imaginante.

Si admitimos que en la radio sólo hay un "tiempo" posible: el tiempo presente. Entonces el otro tiempo es siempre un tiempo interno en la vida de los personajes. Un tiempo, que es presente en el pasado y, además, un tiempo que es presente en el futuro. Por consiguiente, ellos viven el futuro fuera de la realidad. En "Killing me softly" (pág. 71), el narrador evoca el "tiempo intermitente" del deseo a través de un triste bolero. El bolero introduce a los personajes y por lo tanto, en el espacio desgarrado del recuerdo.

Este es el espacio de posibilidades imposibles que prevee casi siempre una hermosa y melancólica historia. Este es el único futuro que, como dice el propio René, "encarece… con su presencia ausente: el futuro abierto e imprevisible" (pág. 79). Pero aunque este futuro se sustente en la temporalidad imaginaria, especialmente en los cuentos "Cuando llegue, ponlo en play y adiós" (pág. 85), y en, "Laura baila sólo para mí" (pág. 111), no se experimenta como desgarramiento, como parecería presentarse. Al contrario: este futuro se muestra como la base portadora que se ofrece a la conciencia y le impide precipitarse al vacío.

Esta obra no está por tanto liberada de su futuro, cada párrafo es una línea evocadora, lacerante y tierna. La realidad inacabada se vive como una exaltación continua. La exaltación es el vuelo de la pasión, el canto continuo de un amor hasta el punto de perder la sensación del tiempo y vivir la eternidad instantánea. Se inscribe en cierto modo en la tradición proustiana del tiempo como reminiscencia. Para Proust la obra de arte construye y reconstruye el mundo, al que le daría sentido y le proporcionaría el orden que carece. La vigorosa reflexión que alienta al arte, alcanzaría, gracias a la reminiscencia, a restablecer la cadena de los sueños y las impresiones o los recuerdos recuperan sus antiguos destellos. El narrador controla así la verdad del pasado. Anticipa, en cierto sentido, lo que sería definitivamente un tiempo aún no soñado.

No es el deseo lo que constituye la esencia de estos relatos, sino la vehemencia apasionada. El impulso de un recuerdo. El potencial juego de encuentros e intercambios. El sueño de un dolor vaciado. Sin embargo, este sueño muchas veces se enreda en sus múltiples ideales, ocultándose en cada personaje hasta olvidar en ellos lo que buscan descubrir.

René Rodríguez Soriano

Y puede ocurrir que se viva la pasión como una idea arquetípica. Los personajes entre sí se enamoran, se seducen e infinitamente redoblan su sensualidad. Así, la seducción opera bajo esa forma de una articulación simbólica, de una afinidad dual respecto al deseo. No hay perversión o pulsion mórbida en el sentido baudrillardiano de la idea. Todos los personajes son cómplices de este hechizo de esa derivación seductora. Todas las situaciones se conjuran para luchar contra el sentido, para extirpar el sentido intencional o no y trastocarlo en un juego, en otra regla del juego, arbitraria, en otro ritual inasequible, más aventurado, más seductor.

Aquello contra lo que los personajes tienen que luchar no es tanto el secreto de un inconsciente, como el abismo de sus propias historias y si tienen que triunfar sobre algo, no es sobre los fantasmas del recuerdo, sino más bien, sobre la superficie brillante de la seducción y todos los juegos que permite. De aquí que la verdadera pasión en René se reflexiona. ¿Cómo conciliar, entonces, el movimiento impetuoso con el reposo meditativo? Este es el misterio de esta historia sensual que es el bolero. Cuando la pasión se duele por sí misma, la tensión narrativa recrea su propio dolor y fantasía. Los personajes se recogen en sí mismos, y el ser se vacía. Luego, la nostalgia creada es una quietud suprema, es Ser. Kierkegaard la define como soledad absoluta. Recogerse es apasionarse y, por consiguiente, la pasión es fantasía y conciencia viva de sí y, a la vez, del Universo. La fantasía se relaciona a su vez con el sentimiento, de suerte que en cada uno de estos personajes  hay un desdoblamiento del ser. Además, un intercambio simbólico de historias.

De este modo, una vez que el sentimiento se torna imaginario, el yo en cada escena narrada se va evaporando poco a poco, hasta no ser al final más que una especie de sensibilidad impersonal, la cual no pertenece ya propiamente a ningún hecho, sino a una pieza o nota musical y, como quien dice a un modo sentimental de participar en otra historia.