Hay bocas que nacieron para besarse millones de veces con tal arte, que cada uno de sus besos es distinto y en cada jornada de besos en flor es abierto un portal por el que viajan hacia el siguiente y sorprendente nivel.
El fenómeno solo ocurre con las bocas predestinadas al beso, al mutuo beso no anunciado siquiera en la fantasía de los poetas; una realidad no soñada y, por tanto, no cantada ni escrita.
A ella sólo se llega a través de la envidiada élite de los alquimistas de besos quienes, sin saber cómo, conocen todos los secretos de labios, lengua y saliva.
Se dice que un alquimista de besos tiene la apariencia de una persona normal y que no es capaz de reconocer su don hasta que llega a su boca la boca de otro alquimista de besos.
Opinan que la humanidad, en plena infancia, no sabría cómo lidiar con esta maravilla
Y entonces descubren juntos una misteriosa sustancia de sabor, textura, olor y temperatura más embriagante que cualesquiera de los licores conocidos y que, de ser comercializada, costaría más que el más noble y deseado de los metales.
Pero los alquimistas de besos no están dispuestos a compartir con el mundo la belleza que les estalla en los labios. Opinan que la humanidad, en plena infancia, no sabría cómo lidiar con esta maravilla.