Por favor, que alguien le diga a Juan Pablo Duarte que hoy me gustaría juntarme con él para invitarlo a comer mangú con bacalao y aguacate, bajarnos un pote a palo seco escuchando los merengues de la vieja Fefa, hablar de los amores, suyos y míos, que han quedado en el olvido y contarle mi último chiste colorado. (Si acaso responde a mi llamado, juro no hablarle de los hipócritas elogios que hoy le dedican los políticos, ni de la patria ésta que ya no es la suya, ni de los platos rotos que todos estamos pagando. Porque, igual que nosotros, él no tienes culpa de nada; igual que nosotros, no fue más que un gran ilusionado).