En las comunidades de Enriquillo, Paraíso y Barahona el mar trae más que peces. Pacas de droga, bombardeadas por avionetas provenientes de Colombia y de las costas Venezolanas, son ocasionalmente rescatadas por los denominados “playeros,” quienes se aprestan a recoger la preciada mercancía, especialmente la “extraviada,” cuando el viento trae el ronroneo de las aeronaves. Se trata de una actividad marginal, más que empresarial, sin duda lucrativa, que alimenta sueños de grandeza que se esfuman como la espuma de las olas rompiendo en la orilla de su vastedad azulada.
El “playeo” no es un fenómeno reciente, sus beneficiarios, oportunistas o “accidentales” responden a una modalidad de tráfico de drogas que había recesado en el país desde mediados de la década del 2000, con el aumento de la vigilancia e intercepción de trazas aéreas en las costas caribeñas. En su lugar, predomina todavía el ingreso por ruta marítima de toneladas de cocaína, y en menor medida heroína, para ser reempacada, y enviada a través de los más de 15 puertos y aeropuertos dominicanos, hacia Estados Unidos y Europa. Los Reportes sobre el Control Estratégico Internacional de Narcóticos (INCSR por sus siglas en ingles) elaborados por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, han insistido en los últimos tres años en la extinción del sistema de bombardeo, sin embargo, los que estudiamos el fenómeno del narcotráfico y la criminalidad organizada entendemos que nada es conclusivo ni absoluto en lo que respecta a las dinámicas operativas, organizativas y a las modalidades de transacción que se articulan alrededor de las agencias y agentes que operan las economías ilícitas. Estas son extremadamente maleables y se ajustan a las condiciones restrictivas, aprenden de sus errores y de las limitaciones de los aparatos de control. De hecho, en un estudio que realicé en el año 2010 en varios municipios y ciudades desde Santo Domingo hasta Barahona recogí algunas percepciones de varios participantes en un grupo focal en Barahona:
- “Antes eran por barco y ahora son avionetas. Ahora todo el pueblo está en alerta de noche cuando escuchan una avioneta”
Con esta afirmación no estoy negando la reducción de la tendencia al uso del sistema de bombardeo en República Dominicana, sin embargo, no me parece exacto descartarlo del todo. En gran parte de la costa Sur del país, las redes de tráfico se articulan para la captación de la droga que llega, directamente a las costas a través de lanchas rápidas; la que es descargada en pistas de aterrizaje improvisadas, o flotando en el mar. Su captación, transporte y redistribución se hace a través de una serie de nudos que involucran a múltiples actores en diversas funciones. La función de captación en las provincias costeras supone un ensamblaje de agentes responsables, transportistas y distribuidores pre-establecidos. Existen niveles intermedios en el proceso de movilizar la droga, y estos intermediarios son pagados en especie, es decir, en droga, lo que contribuye a expandir el sistema de micro-mercados tan abundante en los municipios que bordean la línea.
De vez en cuando, los que asumen el menudeo “ y ponen a caminar la droga” son individuos ordinarios. Pueden ser jóvenes desempleados, sin oportunidades laborales o profesionales a la vista, que en opinión de varios entrevistados, son “ilusos que se tiran en ellos todo lo que encuentran, viven como reyes, hasta que se les acaba el dinero y luego vuelven a la misma situación en la que estaban.” También pueden ser personas no experimentadas en el negocio de distribución y venta, que se ven inesperadamente debatiéndose entre el dilema moral y el pragmatismo.
- “Hay algunas personas que algunas veces eso le llega… yo estaba pescando una noche, es así porque es así, y pescando nos encontramos una paca. Entonces… si la dejas pasar la va a coger otro y va a hacer lo mismo, si la entregas a la policía o a la DNCD no la entrega completa. Entonces se arriesga la gente, entonces la gente lo que hace es que la coge. Esa persona que no fue a buscar la paca y que no anda en eso, la gente piensa “o salgo de mis problemas de una vez por todas o quedo preso” [Entrevista líder político local Barahona, 2010]
En mi más reciente visita a estas zonas costeras de la isla pude comprobar por medio a las entrevistas realizadas a fiscales y jueces municipales que el micro-tráfico y el consumo encabezan el listado de delitos que son penalizados duramente por el sistema judicial. La posesión de más de un gramo de cocaína coloca a quien la porta automáticamente en una categoría de micro-traficante, y supone para el que es capturado una pena de hasta 20 años de cárcel.
Una inmensa cantidad de jóvenes guardan prisión por consumo de marihuana y cocaína, y muchos otros por micro-tráfico. Sin embargo, esta política punitiva no parece haber impactado mucho en la cantidad de droga que entra cada año al país. Si tomamos como un indicador la cantidad de droga intersectada cada año, el patrón que muestran pude verse desde la doble perspectiva del vaso medio lleno o medio vacío: entre el año 2011 y 2013 se interceptó la mayor cantidad de éctasis. Esta droga sintética ya en los años 2014 y 2015 había desaparecido del listado de drogas interceptadas. Sin embargo, el volumen de cocaína captada desde el 2011 hasta el 2016 se ha incrementado cada año, en el 2011, 6.7 toneladas, en el 2012 9.6 toneladas métricas, en el 2014 bajó a 8.5 toneladas, pero en el 2015 subió a 9.3 toneladas métricas, mas 27.1 kilogramos de Crack. También la cantidad de opioides captada ha aumentado al correr de los años, de 38.7 kilogramos de heroína interceptados en el 2011, a 61 kilogramos en el 2013, una reducción a 45.3 kilogramos en el 2014 y una nueva subida de 51.2 kilogramos en el 2015. Si la variable constante es la estrategia de interdicción, el hecho de que varíen las cantidades indica que el flujo de droga sigue aumentando.
Dicho esto, el hecho de que, como lo muestran las estadísticas de UNODC, en el 2015 la cantidad de marihuana y cocaína interceptada haya sido mayor que en años anteriores, ciertamente podría interpretarse como un signo de mayor eficiencia de las fuerzas de seguridad, este es el vaso medio lleno. Por otro lado, bien podría estar indicando la resiliencia de las redes de narco tráfico, y consecuentemente, el aumento de la droga que sigue transitando por el país. Esta es la figura del vaso medio vacío.
Independientemente del auge que en años recientes hayan tenido los micro-mercados internos de droga en República Dominicana, el país como el resto del Caribe, registra los niveles más bajos de consumo de marihuana y opioides, aunque se sitúa ligeramente por encima de Centroamérica en el consumo de cocaína, anfetaminas y éctasis, de acuerdo con los datos más recientes de UNODC.
Esto nos permite manejar dos hipótesis correlacionadas:
Primera hipótesis; por un lado, como lo indican las estadísticas de la UNODC, el país sigue siendo un conducto importante de la droga que transita por la región, desde su punto de origen a sus destinos, y esto así, a pesar de todos los recursos invertidos en operativos, tecnología y hombres/horas
La segunda hipótesis es que pese a ello, el consumo de droga en el país sigue siendo relativamente bajo para los estándares que se observan en otras regiones, como también lo indican los datos de UNODC.
Ambas hipótesis nos lleva a concluir que la estrategia enfáticamente punitiva, en la que se ha embarcado la República Dominicana en las ultimas décadas es una estrategia fallida, que afecta especialmente a los sectores sociales más bajos en los niveles de la cadena de mercantilización y consumo.
En este momento no vamos a profundizar en el análisis sobre las múltiples implicaciones que tiene la excesiva criminalización del micro-tráfico y el consumo de drogas, pero para citar sólo lo obvio, esta escogencia condena al sector potencialmente más productivo y dinámico de la sociedad, nuestra juventud, a quedar atrapado en un sistema carcelario que es un callejón sin salida. También oblitera las múltiples ventajas de abocarse a una política preventiva e integral en este ámbito.
Dicho en buen castellano; el país está dejando de invertir en aquello que más incentiva a los jóvenes y a beneficiarios oportunistas a involucrarse en actividades ilícitas: el desempleo y la falta de oportunidades. También está dejando de tratar adecuadamente la población consumidora, quienes son los más afectados por la adicción. Re-direccionar esta estrategia fallida implicaría dirigir recursos a planes de tratamiento adecuados, y programas innovadores, en lugar de punitivos.