A un año y dos meses del primer encierro global, de tres millones y medio de fallecidos, a un incremento vertiginoso de las violencias intrafamiliares, del peso promedio de los individuos a escala global, de la insatisfacción personal, laboral y social, de la integración masiva de las tecnologías de la comunicación en nuestras vidas, y de un aumento aún más vertiginoso del endeudamiento público, y de las teorías sobre posibles conspiraciones. ¿Qué hacer para ser más felices y eficaces en nuestro presente y en nuestro futuro?

Lo primero es darse cuenta de que, como humanidad, realmente hemos crecido mucho en estos meses de encierro, frustración e incertidumbre.  Lo he señalado en otros artículos, pero la preocupación por la covid sirvió para atraer la atención sobre los problemas más acuciante de cada persona o sociedad. Y aunque hubo pérdidas en más de un sentido, también hubo ganancias significativas.

Desde la preocupación ortodoxa hasta las teorías de la conspiración, la integración de una dimensión colectiva de la salud ha ido en incremento. Hay discusión sobre los fondos asignados a una u otra partida, pero ya ninguna enfermedad es contemplada individualmente, ninguna manifestación de enfermedad es personal, sino que atiende a las posibilidades del interno.

Lo segundo ha sido la integración de esta dimensión “social” por parte de la gran mayoría de los jefes de estado y de muchas instituciones que se asumían como principalmente financieras.  Desde el inicio de la entonces epidemia, el Banco de la Reserva Federal (FED), la Corporación Aseguradora de Depósitos (FDIC) y hasta entidades como NASDAQ han destacado el carácter colectivo de la creación de riquezas y pobrezas.

Lo tercero ha sido la sistematización y regulación del uso de la información digital. Que se trate del uso de datos personales generados por las transacciones realizadas en la red, o del almacenamiento de información financiera, hemos vuelto a tomar en consideración el respeto a la privacidad. Michael Moore, en su libro del año 2001, “Hombres blancos estúpidos”, señalaba que había sido una bibliotecaria con visión de respeto a la privacidad de los usuarios quien, indirectamente, había iniciado la difusión de su libro.  Veinte años después, ha sido el calor generado por la pandemia lo que nos ha hecho conscientes a todos de que aún sean para ser analizados colectivamente, el respeto a la privacidad de los usuarios es un elemento esencial en el funcionamiento de cualquier sistema de intercambio de la información. Del mismo modo, en este mes de mayo de 2021, la FDIC, consciente de que no hay vuelta atrás en la utilización de tecnología para referirse a los activos financieros, ha hecho un llamado a opiniones sobre cómo queremos regular esta realidad. Y hace preguntas muy concretas sobre cómo queremos manejar esta realidad. ¿Cómo queremos categorizar este uso? ¿Qué actividades prevemos que vamos a desarrollar? ¿Cuáles servicios se pueden ofrecer por esta vía y cuáles no? Es un llamado a asunción de responsabilidades y una visión que nos convendría adoptar para otros ámbitos además del exclusivamente digital.