El rechazo de los senadores a la despenalización del aborto y sus tres causales deja en evidencia que seguimos atrapados en el oscurantismo propio de los tiempos de la Inquisición. Obligar a una mujer, y en muchos casos a niñas, a parir un hijo que está medicamente destinado a morir, que pone en riesgo la vida de la madre, que ha sido diagnosticado con alguna malformación o producto de una violación sexual, es la manera más vil de los legisladores, padres de mujeres en su gran mayoría, maltratarnos y condenarnos a la desgracia.
Un fracaso en la lucha por conquistar reivindicaciones de los derechos de la mujer o una victoria de la iglesia, nada más cerca de la realidad que el hecho de que el desacierto de los legisladores no sólo afecta a las mujeres, sino que también daña a las familias y a la sociedad. Pero mi preocupación va más allá de este desatino, entre tantos otros más, de quienes se supone, legislan desde el Congreso a favor de la población. Me mortifica la estrechez de mente y la voluntad cerrada ante cualquier otra decisión de Estado que a ellos les toque debatir y a nosotros nos toque sufrir.
Ante aquella estrechez y mentes arcaicas que ponen en juego la vida de miles de mujeres y nos roban el derecho a elegir, a tomar decisiones sobre algo tan nuestro y tan propio como el cuerpo y el aparato reproductor, me aterra que lo próximo sea debatir en el Congreso la posibilidad de obligar a las niñas a una barbaridad tan vetusta como usar un cinturón de castidad para mantenerlas virgencitas; porque estoy segura que con el precedente del que hemos sido testigos ante el tema del aborto, puede que la moción encuentre quórum de más y manos van a sobrar para aprobar.
El rechazo a la despenalización del aborto y sus tres causales, no anda lejos de la posibilidad de obligar a nuestras niñas a usar un cinturón de castidad o flagelar a los chicos cuando el deseo de la carne les nuble la razón. Lapidar a aquellas que se nieguen a parirle al violador o condenar a la horca a quienes incurran en el pecado de sostener relaciones antes del matrimonio. En pleno siglo XXI. La realidad es otra, queridos religiosos y legisladores, que a fin de cuenta parecen ser uno.
El aborto seguirá siendo inevitable. Por el contrario, ahora serán más clandestinos y por ende mucho más peligrosos y riesgosos. Las mujeres seguirán apostando a los remedios naturales, a las botellas, a las maltas con aspirina, a los ramos que vende la doña del mercado, a los medicamentos de venta regulada que se consiguen a granel y poniendo su vida en manos de cualquier médico negociante que les practicará un aborto para que resuelvan después, con suerte y si no se mueren, con un legrado en una sala de emergencia. Irónicamente, a la buena de Dios.
Los que pueden, incluyendo hasta a los mismos legisladores, seguirán pagando lo que sea necesario para mandar sus hijas, sus novias y sus queridas a resolver en una clínica en Miami, allá donde los ojos de la iglesia de aquí no alcanzan a ver o donde la gracia de su Dios las protege pero se hace el loco, como si no contara.
Se seguirán perdiendo vidas, aumentarán los nacimientos de niños con malformaciones, seguirán muriendo mujeres desangradas en los patios y las autoridades seguirán haciéndose de la vista gorda ante las tantas clínicas que todo el mundo sabe pero que nadie dice. Por culpa de nadie más que ustedes.
Una pena que el temor a Dios no les alcance para cumplir al pie de la letra los diez mandamientos en su totalidad, en especial aquellos que rezan no robarás y no cometerás actos impuros. Mientras, yo seguiré apostando a la verdadera educación sexual desde el seno cálido y afable de mi hogar. Lejos del oscurantismo de las mentes propias de los tiempos de la Inquisición.