La breve tormenta Beryl ha demostrado de manera categórica nuestro sub-desarrollo factual y mental. ¡Oh perdón!, se me olvidaba que, en teoría, ya no formamos parte de los “países subdesarrollados” sino de los “países de ingresos medios”.
En los últimos años los organismos internacionales han multiplicado el número de indicadores utilizados para caracterizar y medir el subdesarrollo de los países. Por estos lares todavía mucha gente se sorprende que la República Dominicana sea reprobada (con muy bajas calificaciones), en muchas de las evaluaciones que hacen estos organismos.
Así, tenemos un triste puntaje en la lucha contra la corrupción, contra los embarazos de adolescentes, contra la mortalidad neo natal, contra el trabajo infantil, por la baja inversión en salud, entre muchos otros temas.
Ya se sabe que se debe diferenciar entre crecimiento económico y satisfacción de las necesidades humanas. Si bien hemos sido un ejemplo de crecimiento económico lo somos también, lamentablemente, de inequidad. De este modo, podemos vanagloriarnos de nuestro crecimiento, pero no de nuestro desarrollo humano y sostenible.
La riqueza generada por el crecimiento económico de las últimas décadas ha ido a parar en bolsillos ajenos a los grandes intereses colectivos, fomentado aún más la concentración y la desigualdad.
Lo que ha primado en los últimos gobiernos, particularmente en los de los herederos del profesor Juan Bosch, son los grandes intereses políticos y empresariales y no las necesidades de la población en materia de salud, seguridad, hábitat y medio ambiente, entre otras necesidades no satisfechas y cuyas soluciones no son tan espectaculares como la construcción de un metro, un teleférico o cientos de escuelas en toda la geografía nacional.
Somos un país de poca planificación y de casi nula prevención o, mejor dicho, aquí establecemos planes sucesivos que se pueden contradecir entre sí. Una emergencia saca a otra emergencia de la primera plana quedando la anterior encerrada para siempre en el baúl de los recuerdos.
El tema a la orden del día de hoy son los estragos de la tormenta Beryl, cuyas aguas sorprendieron y causaron impresionantes inundaciones en todos los sectores. Toneladas de basura se acumularon de un día para otro en nuestro Malecón, desfigurando el litoral de la capital, causando estupefacción y 10 millones de pesos en gastos al ayuntamiento para su eliminación.
La ciudad de Santo Domingo es una bomba de tiempo en materia de tránsito urbano, de seguridad y de salud; en este último caso, por falta de drenaje adecuado y de un sistema de disposición de las aguas servidas. Con cada aguacero de cierta intensidad se entaponan las escasas cloacas y desagües, por la desidia de las empresas que contaminan los ríos y de la población que tira en la calle no solamente su basura sino todo lo que le pasa por las manos.
El resultado es que los barrios capitaleños más vulnerables viven en condiciones insalubres. Hay que estar en un barrio de la zona norte en medio de un buen aguacero para ver cómo brotan por doquier las materias fecales. Esto es parte del triste resultado de una ciudad de casi 4 millones de habitantes, que no ha logrado una gestión adecuada de su drenaje, de sus aguas servidas ni de sus desechos sólidos, y cuyas autoridades municipales y gubernamentales no han resuelto problemas esenciales como lo demuestran las crisis recurrentes de Duquesa. Hoy, la basura en el Malecón hace que muchos griten de pronto contra la contaminación del río, sin detenerse mucho a pensar sobre el entramado social que la genera.
Frente a la falta de interés por lo colectivo la gente se ha acostumbrado a bandeársela para “resolver” de manera individual. Así, la no disposición de un servicio adecuado de agua empuja a la gente a forrar pozos para agua de consumo casero, sin percatarse que no solamente no contribuyen a la solución colectiva del problema, sino que muchas veces forran cerca de sépticos contaminando las aguas subterráneas que van a utilizar en sus propias casas.
Pensar en lo colectivo y demostrarlo en los hechos, es parte de una visión de la política que no hemos logrado alcanzar desde la caída de Trujillo. La visión asistencialista y clientelista que prima impide educar al ciudadano de a pie, privilegia la satisfacción inmediata e individual de necesidades no resueltas, y no facilita la imposición de un sistema más justo de sanciones y retribuciones. Definitivamente, necesitamos más ciudadanos.