Desde hace meses insisto en esta columna sobre el interés de incluir social y laboralmente a las personas con discapacidad intelectual, que nos acostumbrarnos a vivir con ellas y podamos aceptar y aprender de esta interacción.  A raíz de una rápida lectura de los resultados del informe PISA Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes (el acrónimo se forma a partir del título en inglés) en su versión correspondiente al año 2018 compruebo que la tarea es relevante no solo con respecto a la discapacidad intelectual sino también con respecto al resto de la población estudiantil y que es precisamente la que evalúa PISA.

A primera vista los resultados son dolorosos, sobre todo cuando tenemos una trayectoria reciente de haber logrado que se le dedique un 4% del PIB a la educación. Existe la breve tentación de desestimar estas pruebas porque señalarían fracaso, pero eso sería olvidar que, hagamos la evaluación o no, apliquemos medidas correctivas o no, la gente con poca preparación seguirá ahí, viva.  Es más ventajoso desde todo punto de vista (económico, social, cultural, educativo, laboral) tratar de mejorar esta situación que tratar de ignorarla. Inclusive en términos de prevención de la corrupción. Es preferible tratar de usar dinero en mejorar la educación que dejar que se festine para fines menos provechosos a mediano y largo plazo.

Lo relevante es afinar la calidad del gasto, algo que empresarialmente hacemos todos a la hora de preparar los presupuestos anuales. Es tarde ya para mejorar la programación del gasto estatal en educación para el 2020, pero sí podemos preparar las pistas para el año 2021.  Es más, los políticos podrían convertir esto en un tema de campaña y presentar diferentes propuestas de calidad.

A mi conocimiento, aunque este programa ya tiene varios años funcionando, República Dominicana solo se ha integrado formalmente en las dos últimas evaluaciones. Esta es la primera ocasión donde podemos medir evolución del desempeño.  Estamos justo a tiempo de empezar a ver cómo y qué funcionó y así orientar dónde y cómo destinar mejor los fondos disponibles.

Entre 2015 y 2018, los resultados de los países evaluados no variaron mucho.  En el 2015 en las tres áreas que son sujetas a medición: matemáticas, ciencias y letras, el país con mejor desempeño fue Singapur.  Esto puede ser una prueba indirecta de buena decisión de gasto público.  En el 2018 China quedó en mejor lugar que Singapur, pero solo midió a sus estudiantes en un número limitado de provincias. Tal vez el gobierno de ese país eligió conscientemente solo medir aquéllas donde sabía que había hecho mejor trabajo, pero, definitivamente, sus resultados son prueba de que se puede tener una influencia para lograr un mejor desempeño y que el gasto en educación y la medición de su eficacia puede ser útil.

El lugar donde República Dominicana presentó adelanto con respecto a la edición anterior fue en el área de ciencias, donde solo otros 23 países presentaron un comportamiento de avance.  Naturalmente, se empezaba desde muy atrás, pero desde el 2020 se puede empezar por grabar las clases de los mejores profesores de ciencia y colgarlas en la página del ministerio de educación, disponibles para ser vistas en las infraestructuras que se han construido y con las herramientas tecnológicas que se han dispuesto para los centros educativos.  Eso tiene relativamente poco costo y, presumiblemente, buen rendimiento.  Donde hay que hacer la mayor inversión es ahí donde retrocedimos: matemáticas y letras.  Allí habría que revisar la idoneidad de los libros utilizados, insistir en el cumplimiento de las horas requeridas por el programa académico y asignarle funciones fuera de la docencia o hasta retirar a los profesores con peor desempeño.  Podría también insistirse en involucrar más a los padres al proceso lo que podría ser remedial tanto para los estudiantes como para sus progenitores.  Estamos en capacidad de utilizar estos resultados como herramienta de progreso.  La alternativa es tétrica.