Llega silenciosa y se oculta en los cortinajes del cuerpo que disimulan su presencia, interrumpe tu rutina, invade todos los espacios de la vida, atormenta tus pensamientos, golpea implacablemente músculos y huesos, disminuye tu respiración, bloquea olores y sabores, lija tu garganta y te prohíbe la voz, te niega todo humano apetito y hace que sólo pienses en la inmortalidad de los virus. Te arroja a la cama como una porquería, seas burgués o proletario, hombre o mujer, o columnista diario que, bajo su imperio, no puede (y, en efecto, no pudo) encontrar un buen tema para hoy.