La poesía de Rosalina Benjamín enfrenta los opuestos en una amalgama dinámica y medular. Dinámica porque ella escribe como una súper-heroína; medular porque ella habita lo actual, lo necesario, lo propio.
Con los cuerpos acorralados de sal y caribe en las magias del verbo, la escritora busca y encuentra entidades dramáticas que en literatura conocemos como la interrogación del mito; la obra literaria como expresión de algo y, a un tiempo, objeto de estudio del código poético. Benjamín dice en Tengo el alma hecha de pasos perdidos: “Hoy he visto vagar miles de ojos iguales a mí, manos y cuerpos como mi vida, tersas demandas como mi nombre, muertes parecidas a los agujeros negros de todos mis días, y de este día que ya no me aguarda, y me abandona una vez más recluida en el espejo”.
De esta poesía el elegante Plinio Chaín ha dicho que “la huida de la poeta modifica el espacio percibido mediante rupturas psíquicas. La huida es la representación del sueño del amor. Huida de los obstáculos, del muro de juicios, indiscreciones e impedimentos. Huida de los retrasos que corren el riesgo de atenuar o apagar el impulso”. Estas palabras las propone Chaín ante el libro Diario del desapego, publicado por Amargord. En mi opinión, Plinio dice bien, ya que leer a Rosalina es constatar que la poesía es huida pero no escondrijo. La poesía de Benjamín a mí me suena a declaración de propósitos vitales en un decir tremebundo y a la vez terso. En Tengo el alma… ella continúa diciendo que: “Hoy, sin quererlo he presenciado la historia, he vertido sobre la tarde caminantes parecidos a mis ansias cuando tenían lunares mis antojos y ojos grises subrayados mis memorias… Tengo el alma hecha de pasos perdidos, de esos círculos de polvo desesperado, de esas manchas inmensas”. Ahora que estamos hablando, enfrentando y proponiendo nuestra negritud como una pregunta y un deseo justiciero, sería bueno nivelar el concepto de mancha que tanto ha asediado nuestra literatura, tanto en la cultura alta como en la popular. La mancha en la alta cultura ya ustedes la conocen (Hilma Contreras, Emilia Pereyra) y la han estudiado, mi trabajo aquí es recordarles que en la cultura popular también hemos asociado mancha con negritud, tanto como una culpa o un recuerdo amargo (en Anthony Ríos), o como catapulta para bregar con la lleca (El Mayor Clásico y su “Mácula). A mí me parece necesario insistir en que la presencia poética de Rosalina Benjamín es una contradicción ante el poder asumido de forma central y vertical, esto es, un poder que se sustenta mediante una maquinaria que por un lado genera información mientras que por el otro, vigila e impone una férrea disciplina. Así se escribe en/desde/hacia República Dominicana. Rosalina se resiste a esta imposición mediante una escritura en donde el cuerpo-isla debe desplazarse para evitar ser violentado por lo que piensa, representa y manifiesta. No por nada Benjamín ha dicho en Poema al hombre de la casa, “Puedes levantar la voz a decibeles sobrehumanos, poner mala cara y maldecir como un marinero ebrio […] Y mientras yo espero confiada la magia de Photoshop un sapo azul que simpatice a mis padres […] para devolverme el principado que perdí con mi menstruación, mientras los que hacen gritar la moda se olvidan de mi tipo, y el acné y la celulitis se ensañan conmigo y yo ruego piedad a los espejos: Tú eyaculas”.
Escritores como Manuel García Cartagena han dicho antes y mucho mejor que yo ahora, que la poesía de esta Rosalina “ya sabe amalgamar intimidad y desafuero, visiones privadas y negocios con sus prójimas. Poeta femenina al pie de la letra, su sensibilidad deviene sens-habilidad en el poema, obligándose a exceder un Yo que a ratos se interpone entre ella y el mundo”. A estas sabias palabras yo añadiría que Benjamín escribe desde una alegorización que perfila al ser, dotándole de un signo definido. Ejemplo de esta articulación es el poema Escenario, en donde la poeta termina diciendo: “Viene bien el frío, la despensa con su rastro de avena y cucarachas, el reloj extraviado, el lecho amargo de esta noche sin Prozac, si tocan a la puerta…”
Aplicando la ecuación de signo definido ya propuesta/expuesta se tiene:
Frío = Lejanía-Distancia-Soledad
Avena y cucarachas = Lo necesario contrapuesto a lo patético
Reloj = “La mujer dominicana está hecha de fuerza, luz y tiempo”
Prozac = Nomás que endrogado puede uno bregar con este espíritu de desalojo
Escritura tremenda, promiscua, alabable y a la vez un tanto cojonuda. Llena de contradicciones que gestan el poema entre lo frágil y el estruendo. Bien ha dicho José Ángel Bratini que la poesía de Benjamín es de un “ritmo siempre limpio y ascendente hacia uno de los alientos épicos más sutiles y brillantes vistos hasta ahora en nuestra dominicana poesía”. No dejen que estas palabras caigan al vacío, ni que les fronteen cercanas al exceso. No. Ser justos lo primero, dijo ya el mejor de entre nosotres. Cuando Bratini habla aquí de ascenso, no habla en vano: yo mismo antes he tratado de explicar en una tesis que aunque vivamos en la callejuela dura de la poesía (en donde te lo maman, te rompen, te asaltan, te discriminan, te la pegan y te obstaculizan… en donde no hay glamour sino cuchillas) poner palabras unas al lado de otras supone una magia y un encanto que Rosalina Benjamín conoce bien. Por lo tanto, su poesía, eleva el linaje, lo asciende a Rosa, nos invita a escribir diariamente el desapego, para despegar.
Para amagar, y dar.