En general, sin ser clara la idea del número ni cuáles son los llamados poderes fácticos, existe una justificada percepción de que estos condicionan significativamente la voluntad del soberano expresada en las urnas. Mientras mayores son las expectativas generadas por una nueva mayoría durante el proceso que la condujo al poder, más acentuada tiende a ser la percepción de que el activismo de los poderes fácticos, al margen de las leyes y la Constitución, pretende condicionar los poderes democráticamente elegidos. Igualmente, es notoria la presunción de las fuerzas del antiguo régimen de conservar significativas cuotas del poder perdido, recurriendo a diversas formas de chantajes. Esta circunstancia, no es ajena al discurrir del presente gobierno.

En nuestro país, los cuerpos castrenses, “la Embajada”, junto a la iglesia católica, eran los poderes fácticos más temidos y condicionantes de los poderes democráticamente elegidos. El poder disuasor de los dos primeros ha disminuido en la actualidad, no así el de la tercera, a la cual se unen los grandes grupos empresariales, nuevos y/o de vieja solera, importantes núcleos del sector financiero nacional, como expresión local del sector financiero internacional. Son ostensibles las acciones de esos sectores para reacomodar, y reacomodarse a  la nueva realidad política. En otros tiempos, esas actividades discurrían de tal manera que más que una costumbre, parecía ser parte de la institucionalidad del sistema. Hoy, eso escandaliza.

En efecto, grandes redes sociales, se han convertido en un instrumento para potenciar las percepciones de la gente, reales o supuestas, sobre los hechos sociales, económicos y políticos, determinando que la población tenga informaciones de primera mano sobre los entresijos del poder. Tiene, como no tenía antes, informaciones sobre los pactos que se hacen y para qué, en diversas instancias del poder y eso se difunde, como aceite en el agua, a través de las redes sociales. La difusión de esas informaciones permite una nueva participación política y social que se convierte en empoderamiento ciudadano que, políticamente bien articulada, se convierte en factor condicionante no sólo del poder discrecional  de los poderes fácticos, sino del poder constitucionalmente delegado.

El mejor ejemplo del anterior aserto, es la experiencia que acaba de vivir la sociedad chilena con su inapelable rechazo a una constitución redactada por una dictadura para perpetuarse en el poder. Casi medio siglo duró ese ultraje al pueblo chileno y este, mediante protestas generalizadas y multitudinarias, logró romper una constitución creada por un poder negador de los valores esenciales de la  democracia y beneficiaria de unos poderes fácticos que han visto cómo esas multitudes han impuesto otra lógica de poder. Esa circunstancia ha sido posible por la nueva situación que vive el mundo de integración/globalización de la participación comunitaria, potenciada por las redes sociales.

En nuestro caso, el poder ciudadano articulado y potenciado por  las redes ha permitido al gobierno corregir determinadas situaciones, que lejos de perjudicarlo le permite que  gobierne mejor. He sostenido que lo mejor que le ha sucedido a esta sociedad es haberse sintonizado con las diversas formas de luchas sociales y políticas que se desarrollan en el mundo. Nos hemos “globalizado” políticamente y para eso las redes han sido una bendición. El militantismo de los poderes fácticos provoca la percepción, a veces exagerada, de que poca cosa ha cambiado este gobierno.  Y no sólo esa circunstancia provoca esa percepción, sino también la persistencia de viejas actitudes propias del antiguo régimen.

Entre otras manifestaciones de la cultura de antiguo régimen, se destaca la desafiante obstinación de la hasta ahora generalidad de los legisladores de mantener sus privilegios, como los barrilitos, además de otras canonjías. Esa obstinación/desafío, es cada vez más denunciadas a través de las redes, y mientras más tiempo se mantenga esa afrenta, más se acentuará la demanda de la población de que se respete la esencia de su voluntad de cambio expresada en las urnas, más se acentuará la percepción de que su voluntad no solamente es irrespetadas por los llamados poderes fácticos, sino por representantes elegidos por el soberano en diversas instancias del poder que luego  se alzan con el santo y la limosna.

Lo sabio es que esa situación se corrija a través de la atención a las demandas del soberano y limitando ese militantismo. Si no, la percepción de que las cosas no cambian en el sentido de las expectativas creada por la nueva mayoría,  crecería de tal manera que podría a tornarse inmanejable.