El diálogo es un proceso que implica a todos los sujetos que deciden sostenerlo en libertad y diafanidad. Al ser un proceso, no es nada simple; supone diversidad de miradas y de posiciones respecto de una situación determinada. Pero la diversidad, al dejarse atravesar por la cultura dialógica, se convierte en un eje troncal que articula lo esencial de la situación objeto de diálogo. En un proceso dialógico los intereses ideológicos, políticos y económicos no son determinantes. Por ello el diálogo pasa a ser una realidad marcada por intencionalidades y horizontes comunes. Muy lejos del diálogo auténtico está la sospecha sistemática y mucho más distante están las artimañas ocultas. Ambos aspectos corroen la confianza interinstitucional y la autenticidad. Si el diálogo no respeta estos dos rasgos, genera violencia y esta, a su vez, obstruye la comunicación humana y las relaciones entre las instituciones. Un panorama de esta naturaleza constituye una amenaza para la construcción de la paz en el sector educación y en la sociedad. Parece que estamos frente a dos instituciones empeñadas en que la convivencia pacífica en educación sea, cada vez más, un mito, un proceso inalcanzable.
El Ministerio de Educación y la Asociación Dominicana de Profesores (ADP) se manifiestan ante la sociedad como instituciones que lideran el antidiálogo. Los medios de comunicación se han hecho eco de las posiciones encontradas entre estas dos entidades por los procedimientos y los resultados del concurso de oposición que se realizó en fecha reciente. Cada entidad presenta una visión distinta de los hechos y justifica su postura ante el problema que los enfrenta. Ponen en evidencia su incapacidad para tomar decisiones que no incrementen las tensiones en la sociedad, ni en el sector que representan. Se les olvida que el año escolar está a la puerta y que este espacio no resiste más acciones que pulvericen su precaria tranquilidad. El curso escolar 2019-2020 tiene que ser menos violento y anárquico en el sector público. Todos los pobladores de los centros educativos públicos tienen derecho a un aprendizaje en la paz y desde la paz. Pero el comportamiento de las dos instituciones que lideran la educación del ámbito preuniversitario refleja que han optado por inaugurar el nuevo año escolar con la beligerancia. Para este modo de actuación tienen mayor entrenamiento; les ofrece la oportunidad de un espectáculo más estridente.
La sociedad dominicana vivió un curso escolar traumático en la escuela pública el año pasado, por los conflictos internos y agresiones estudiantiles, hasta provocar muerte. El Ministerio de Educación anunció la creación de comisiones para investigar y trabajar la cultura de paz. ¿De qué le sirve esta publicidad sobre la paz y las comisiones que organiza? ¿Qué nivel de sinceridad tienen sus esfuerzos por la paz, si muestra poca flexibilidad para debatir frente a frente los problemas? De otra parte, la ADP expresa, con frecuencia, su compromiso con un diálogo abierto y franco. Pero esto queda desmentido cuando con tanta celeridad se plantea la ruptura de diálogo. ¿Cuál es la dificultad que tienen para buscar nuevas estrategias que les permitan dirimir y negociar con altura educativa y humana las situaciones difíciles? ¿Cuáles son los factores que las incapacitan para apropiarse de una pedagogía que les permita convertir los problemas en textos y contextos de aprendizaje continuo? Esto es mejor que mostrarse con tono amenazante y crispado. Les proponemos, a las dos instituciones, que abandonen la imagen de líderes del antidiálogo. Este liderazgo desgasta la credibilidad institucional e incentiva una cultura violenta en los ámbitos educativo y social. La República Dominicana necesita y merece un liderazgo que construya y sostenga la cohesión interna y una comunicación humanizante.