Desde tiempo inmemorable recurrimos a hombres parecidos para salir de crisis políticas y sociales. Ante el desorden, la derrota, o estando en juego la estabilidad de un colectivo, buscamos un sujeto fuerte, resoluto, inteligente, y de conocida capacidad de mando para que nos reivindique. A veces el escogido trae desgracias y no remedios.
Buscamos hombres conocidos por su liderazgo militar o por sus éxitos políticos o empresariales. En el momento de brindarles el bastón de mando necesitamos utilizar sus habilidades para salvar la coyuntura. Son momentos de prisa y de miedo, hacemos caso omiso a los aspectos negativos de sus biografías o minimizamos advertencias sobre su carácter.
Personajes a los que la circunstancia catapulta, o que han sabido colarse paso a paso entre los grupos de poder que finalmente los escogen. Toman el mando de millones de personas apoyados por una parte importante de la sociedad, sin mucho escrutinio.
De ese grupo de elegidos coyunturales, la historia cuenta desgracias de todo tipo. Dictadores sanguinarios, lunáticos capaces de llevar a la quiebra a pueblos enteros, genocidas, fanáticos irracionales, o megalómanos dispuestos a diseminar la guerra por medio planeta. Entre ellos, sociópatas, narcisistas enfermizos, y personajes gansteriles que degradan y envilecen a sus gobernados.
No siempre el resultado es negativo: ahí están Churchill, Adolfo Suárez, De Gaulle, Nelson Mandela y Roosevelt, como un muestrario de quienes tomaron el mando en momentos críticos y cumplen su cometido de manera ejemplar. Esos líderes quedan en la memoria de sus pueblos con perpetuo agradecimiento.
Es el mismo error que hace que el ser humano sea poco estricto en momentos de peligro. Temerosos, miramos el presente, olvidamos el pasado, y colocamos el futuro en la inmediatez. Queremos resolver aquí y ahora, sin pérdida de tiempo. Esa tendencia hace que facilitemos el mando a sujetos como Trujillo, Hitler, Stalin, Mussolini, Putin, y una caterva de fatídicos gobernantes, que dañan por generaciones a pueblos enteros. ¿Cómo fallamos?
Quedémonos en dos de esos personajes para entender el descuido. Uno nuestro y del pasado, y el otro actual y norteamericano: Trujillo y Donald Trump.
En la época en que Horacio Vázquez lleva a Trujillo a su círculo íntimo todos sabían, incluso el propio Vásquez, el historial criminal de Trujillo y la fortuna que había robado en la intendencia del ejército. En los archivos judiciales, existían a su nombre todo tipo de crímenes. Algunos le advirtieron, pero Horacio pasaba por una crisis política y personal y lo necesitaba. Luego también necesitaron al brigadier grupos políticos en busca del poder, y los norteamericanos. Quedó en el olvido la maldad y la historia antisocial del hombre a quien entregaban el país.
Toda su vida, Donald Trump fue un personaje controversial; primero en Nueva York y luego en toda Norteamérica. La compañía constructora de su padre, luego suya, estuvo transgrediendo la ley durante décadas, envueltos en quiebras, impagos a empleados, discriminaciones raciales, etc. El futuro presidente, célebre a través de su programa de televisión y el concurso de Miss Universo (donde en varias ocasiones trampeó el resultado) tenía a su servicio los mismos abogados que utilizaba la mafia, los mercadólogos más inescrupulosos, y contables duchos en evadir impuestos. Nadie ignoraba la manera autoritaria e impulsiva, ni el nepotismo con el que manejaba sus empresas, sus tratos con inversionistas rusos, ni numerosas quiebras en sus negocios. Tampoco el partido republicano estaba ajeno a varios expedientes abiertos en el quinto distrito judicial de Nueva York. Todos sabían de su escasa cultura, pobre experiencia política e ignorancia en asuntos internacionales.
Una parte empobrecida del pueblo norteamericano, fundamentalistas religiosos, y el partido republicano, viendo la cantidad de simpatizantes que Donald Trump acumulaba, y necesitados urgentemente de un líder, le dieron su respaldo. El casquivano y narcisista constructor se hizo indispensable, olvidándose aquella biografía que, vista en este mes de enero de 2021, predecía un desastre.
Ese diseño a la carrera, acicateado por urgencias coyunturales, suele hacerse con “liquid paper” y marcadores negros, borrando acciones escabrosas, personalidades retorcidas, y signos criminales en la biografía de esos peligrosos y carismáticos lideres al vapor.
Ese es el fallo, ese es el error: no tomar en cuenta quienes han sido y de dónde vienen a quienes se escoge en momentos de crisis. Tan previsible fue la satrapía criminal de Trujillo como lo presidencia absolutista y fuera de la ley de Donald Trump. Estudiándolos con detalle, ninguno ha sido una desgracia imprevisible.